Que si seis o diez familiares para la cena de Nochebuena, que si toque de queda a la 1 para la Nochevieja, que si… ¿Qué tal si paramos ya de lanzar mensajes para seguirnos haciendo trampas al solitario y empezamos a ser serios? No sé si el “sentimiento navideño” se está adueñando de nosotros, de nuestra voluntad de pensar en unas Navidades parecidas a las que estamos acostumbrados, pero si hacemos esto, no es que vaya a llegar una tercera ola, es que la segunda nos va a hacer agonizar. Los periodistas lo explicaremos, hartos de ofrecer cada día las cifras de los fallecidos, igual que en el hospital seguirán trabajando contra reloj para salvar nuestra irresponsabilidad. La primera, la política, por cierto.
Las cifras no acompañan
Tenemos a cinco comunidades autónomas con las UCI saturadas, solo hace 72 horas que hemos tenido el peor dato de muertos de esta segunda ola, 537; sólo en las últimas 24 horas los contagiados por covid en Cataluña han aumentado en 500. Las cifras no acompañan para pensar en fiestas como las tenemos concebidas hasta ahora. Perdóneme si prefiero que me hable un médico de lo que debo o no debo hacer en Navidad a que me hable el presidente del Gobierno o el presidente en funciones de mi comunidad.
Pongamos a los científicos y médicos de los hospitales de referencia de este país a que nos diseñen un decálogo de lo que debemos y no debemos hacer para que el virus no se empache en estas fiestas, porque, si seguimos así, lo va a hacer y vamos a tener la peor cuesta de enero de nuestras vidas. Vamos a perder a familiares por celebrar unos días que podemos perfectamente posponer y que si lo necesitamos –que lo necesitamos para activar la economía- ya nos daremos los grandes festines a partir de primavera, cuando hayamos superado el tenebroso invierno, cuando llevemos tres meses vacunando a los más vulnerables, cuando las UCI estén bajo mínimos de pacientes, cuando las muertes por covid sean tan sólo un mal recuerdo.
Ya nos daremos los grandes festines en primavera, cuando hayamos superado el tenebroso invierno, cuando llevemos tres meses vacunando a los más vulnerables
Hagamos videoconferencias, creemos espacios para que ningún abuelo o abuela esté solo y, sobre todo, para que los niños vivan estas fiestas con la ilusión e inocencia que solo se tiene en la infancia. No sé si alguien de los que está al frente de esta gestión recuerda que sólo se es niño una vez y para ser adulto tenemos toda la vida. Porque mucho hablar de cenas y salir de compras y poco de cómo crear espacios seguros para que los más pequeños vean a los Reyes Magos. Eso no interesa, no da dinero.
Arriesgar demasiado
El egoísmo nos puede –independientemente de la necesidad imperiosa de activar la economía- porque sólo pensamos en las fiestas de adultos cuando, en verdad, podemos seguir celebrando. Pero los niños, no. Nos estamos haciendo trampas al solitario por pretender celebrar una Navidad jamás vivida, una Navidad en plena pandemia. Podemos comprar y gastar, claro que sí, podemos cenar y comer gambas –los que se las puedan pagar- pero sin reunirnos todos los que quisiéramos, porque, por una celebración, vamos a arriesgar nuestro bienestar de los próximos meses.
No sé si entre todos nos estamos haciendo trampas al solitario confundiendo y camuflando lo que debemos hacer con lo que queremos hacer. Sabemos que, al final, las emociones ganan, pero ahora, más que nunca, es tiempo para guiarse estrictamente por la cabeza, por la razón, que es la que nos va a ayudar a ponerle agallas, rigor, responsabilidad y austeridad a la celebración de estas fiestas, tan especiales y emotivas para todos, para que podamos cerrar definitivamente este annus horribilis. Cuídense, con mascarilla siempre y hagan más caso a su sentido común y a su parte racional que a los políticos que nos quieren vender una “Navidad normal”.
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