Esta semana, la CEOE ha organizado un evento en el que los grandes empresarios de este país han disertado sobre el futuro -oscuro- que depara a nuestra economía y su saco de propuestas para hacer la digestión de la crisis provocada por el maldito coronavirus de la forma menos dolorosa posible. En estas jornadas las dos palabras que más se han escuchado han sido consenso y diálogo. Lógico, porque si todavía queda alguien que crea que de esta vamos a salir con ladridos en el Hemiciclo es que no se ha enterado ni de qué va la vaina ni de que la sociedad ha cambiado y reclama a sus representantes que dejen de ser el problema y pasen a ofrecer soluciones. Pero hoy no toca hablar de los voceros parlamentarios.
Las palabras de los empresarios, sin duda sinceras y en ocasiones hasta emotivas, han dejado entrever que la oligarquía española sigue pidiendo un imposible. Por ejemplo, solicitan reformas estructurales, sobre todo en Educación, lo que está muy bien, pero hay que tener dinero para invertir en ello. Piden, también, una fiscalidad que fomente la inversión y el empleo, lo que significa que quieren pagar menos impuestos para -en teoría- invertir ese capital en generar riqueza (¿para quién?, ¿para la ciudadanía o para el accionista?) y, de paso, que el Estado se esfuerce en reducir el déficit estructural. Como discurso, oigan, impecable. Pero como propuesta económica hace ciertas aguas. Porque si se bajan los impuestos y se renuncia a la deuda, ¿de dónde saca el Estado los recursos para esas reformas y esas ayudas públicas que esos mismos empresarios solicitan? Los círculos cuadrados, de momento, no existen.
Ni pies ni cabeza. Si se reclama al Estado que haga un esfuerzo titánico de inyección a la economía y a las personas, de algún sitio tendrá que sacar el dinero, ¿no?
Pero no se quedaron ahí. Los empresarios, que de forma mayoritaria, también solicitaron simultáneamente, aunque no lo dijeran, acabar con el liberalismo para que el Estado siga inyectando capital a sus empresas a través de los ERTE, que todos se empeñaron en defender, con avales y hasta con inyecciones directas de dinero al consumidor final para que compre y se pueda impulsar la producción. “Es importantísimo no retirar y no descafeinar antes de tiempo las medidas que se están adoptando para que no se destruya el tejido empresarial, fundamentalmente los ERTE y los avales públicos”, ha señalado Pablo Isla. Totalmente de acuerdo. Pero tres líneas después ha insistido en que “tenemos que asumir que un país no puede vivir siempre de la deuda y tenemos que adaptar lo que gastamos a lo que tenemos” y que “en fiscalidad hay que procurar llevar el debate a cómo generamos más crecimiento económico y, en consecuencia, mayor recaudación, mucho más que a subidas de tipos impositivos”.
No cuadran las cuentas
Otra vez la burra al trigo. Estado, dame dinero para pagar a los trabajadores que no puedo mantener, aválame los créditos que yo no puedo garantizar, dale dinero a mis clientes para que me compren, pero sobre todo: ni te endeudes ni me pidas dinero porque si no no me cuadran las cuentas. Ni pies ni cabeza. Si se reclama al Estado debe hacer un esfuerzo titánico de inyección a la economía y a las personas, de algún sitio tendrá que sacar el dinero, ¿no?.
Es cierto que comparto con los empresarios, y también lo ha dicho el PP, que el aluvión de dinero público debe servir para transformar el país. Para hacer esas reformas que Mariano Rajoy no hizo aún teniendo mayoría absoluta. Y que si se hacen ahora deberá ser con una derecha que se baje del monte, se remangue y se ponga a trabajar de una vez para sacar a España del agujero en el que nos ha metido el SARS-CoV-2 y con un Gobierno que abandone los sectarismos y las grandilocuencias ideológicas. Esto es fundamental para hacer un nuevo país que produzca y no viva ni de las ayudas sociales ni de las limosnas europeas y en el que el Estado sea el escudo social y económico que se necesita. Toda una revolución política, fiscal y económica para que España tenga un proyecto de futuro para las próximas décadas. Pero todo esto solo se podrá hacer aparcando el liberalismo e inyectando dinero público a espuertas en el sistema. Fin del liberalismo, viva Keynes.
Como haya una recaída de la pandemia les veo exigiendo un plan quinquenal...
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