A estas alturas a nadie se le escapa lo obvio, la incapacidad de Occidente de hacer frente a la pandemia de la covid-19. El falso dilema entre salud y economía ha llevado al peor de los escenarios posibles. Como no se han tomado las medidas sanitarias continuadas necesarias para combatir la covid-19, Occidente va muy por detrás de la pandemia. Simplemente hemos aprendido a convivir con el virus, y, en muchos casos, guiados por un negacionismo macabro -Trump, Bolsonaro o Ayuso- a malvivir. Al final, la salud global de la sociedad se deteriora, los fallecidos se disparan y la economía se hunde. El orden importa y mucho, y, al contrario de lo que algunos mantienen, por maldad o ineptitud, es el deterioro de la salud pública, como consecuencia de sus negligencias, lo que acaba hundiendo a la economía. Si a eso añadimos que Occidente no es capaz de garantizar las rentas de familias y pymes, el panorama es muy desolador. O las otrora democracias occidentales, devenidas en Totalitarismos Invertidos, recuperan la fraternidad e igualdad de la Revolución Francesa, o acabaremos devorados por la eficiencia y eficacia china, absolutamente incontestables en los momentos actuales.
De entre las distintas y simultáneas crisis asociadas a la covid-19, permítanme centrarme en la dimensión financiera de la crisis, sin duda el talón de Aquiles de Occidente. Tomando el análisis de Minsky como punto de partida, podemos establecer una distinción entre la fragilidad e inestabilidad financiera (véase el documento del Levy Economic Institute The COVID-19 Crisis: A Minskyan Approach to Mapping and Managing the (Western?) Financial Turmoil”. La fragilidad financiera es un proceso duradero y una función de la relación decreciente entre las entradas de efectivo y las salidas (compromisos de deuda) para cada agente del sistema, excepto los gobiernos soberanos. La inestabilidad financiera es un proceso mucho más peligroso y de corta duración, que surge cuando la creciente fragilidad financiera contamina el sistema financiero, especialmente el sistema bancario o, aún más alarmante, cuando se produce o se acelera por el "comportamiento competitivo" financiero.
Reestructuración de activos y pasivos
Pero se puede hacer una segunda extensión al marco de Minsky introduciendo un tercer proceso de fragilidad financiera, a saber, el proceso de reestructuración de activos y pasivos. Este proceso no fue central en los escritos de Minsky, o en su marco de fragilidad financiera. Cae más bien en el análisis de Richard Koo, del cual hemos hablado ampliamente en este modesto blog cuando introdujimos y explicamos su teoría de la Recesión de Balances, que en sí mismo, tal como sostienen los economistas del Levy Economic Institute, se trata también de un proceso 'minskiano' que surge "después o poco antes de que la música se detenga", y especialmente en los paisajes financieros en los que los agentes especulativos y los agentes Ponzi están muy apalancados y fuertemente endeudados.
El gran banco de Minsky tiene que intervenir, junto con el Tesoro y otros organismos gubernamentales, para limpiar el desorden financiero y guiar la reestructuración del balance
Estos problemas potenciales de insolvencia y bancarrota salen a la superficie de inmediato una vez que se desarrolla una crisis financiera, pero su magnitud tiende a alcanzar su punto máximo más tarde en la fase de recesión. Su resolución generalmente dura más que las recesiones, y a veces, incluso las recuperaciones. En esos entornos financieramente disfuncionales, los procesos de 'limpieza' schumpeterianos de destrucción creativa (dirigida por el mercado) no funcionan. El gran banco de Minsky tiene que intervenir, junto con el Tesoro y otros organismos gubernamentales, para limpiar el desorden financiero y guiar la reestructuración del balance (o, más a menudo, el rescate) de las corporaciones financieras y no financieras, especialmente aquellas que adquieren el estatus de 'demasiado grandes para quebrar', y de las familias. Al incorporar este tercer proceso en la estructura analítica de Minsky, se ofrece una forma de ampliar su teoría.
Inminente crisis de insolvencia y bancarrota
Como ya detallamos al principio de la pandemia, la fragilidad financiera era extrema antes de la covid-19. Ahora, simplemente se ha hecho insostenible. Por eso, una deuda privada sustancial y los riesgos de insolvencia es donde nos enfrentamos al tercer proceso de fragilidad financiera: la inminente -y también potencialmente masiva- crisis de insolvencia y bancarrota que se avecina. Ya está claro que miles de empresas, y sectores enteros, no sólo aumentarán su fragilidad financiera, sino que se verán gravemente afectados por problemas de solvencia y no volverán a abrir. Antes de que una vacuna esté disponible y se extienda ampliamente, ninguno de estos negocios ni los ingresos fiscales volverán a la "normalidad".
Y para hacer frente a esta situación ya no es suficiente con la intervención de los Bancos Centrales. El Presidente de la Reserva Federal Jerome Powell recientemente comentó un punto obvio, pero esencial: la Fed -y todos los bancos centrales bien estructurados - tienen un tremendo poder de préstamo pero carecen de poder de gasto. Esta limitación es fundamental, ya que introduce la dimensión fiscal de estas intervenciones de política y pone de relieve la necesidad de un ajuste entre los bancos centrales, los tesoros públicos y la financiación privada para hacer frente a la crisis de solvencia que se avecina. La reestructuración de las empresas requerirá un esfuerzo de reestructuración de activos y pasivos desde un punto de vista financiero y jurídicamente complejo en el que participen los bancos centrales y los tesoros públicos, junto con las instituciones financieras privadas, la vigilancia de las auditorías y los cambios en la reglamentación. En resumen, la necesidad de un auténtica intervención Minskyana entre el 'gran banco' y el 'gran gobierno', junto con la financiación privada, para vincular adecuadamente los paquetes de préstamos vigentes con el estímulo fiscal necesario para gestionar la reestructuración y convertir la recuperación en expansión.
Tal como señalan los economistas del Levy Economic Institute, hay al menos cuatro dimensiones en las que el componente fiscal es crucial para gestionar la tormenta financiera: 1) restablecer la confianza en la economía, invirtiendo así las expectativas y creando empleo e ingresos tanto a través de tanto gastos directos como inducidos que tienen un impacto directo en el flujo de caja de las familias y las empresas; 2) restablecer los ingresos fiscales locales y estatales, que dependen de la reanudación de la actividad económica; 3) ayudar a las empresas y los hogares reestructurados, pero endeudados, a pagar sus deudas; y 4) asegurarse de que la expansión siga a la recuperación, de modo que la capacidad productiva esté en marcha para evitar, por un lado, las presiones inflacionarias derivadas de una "excesiva expansión cuantitativa" y, por otro, la interrupción de las cadenas de producción. Si no hacemos nada de esto, Occidente caerá en el abismo y la superioridad china no solo será aplastante, será, sobre todo, agobiante.