Estamos de colas hasta las trancas en esta dramática pandemia. Las del hambre resultan las más tristes, aquellas que van a poner encima de la mesa de Navidad la cruda realidad de quedarse con lo puesto y, con suerte, rodeado de los tuyos que en muchos casos ni eso. Las que esconden historias de fracasos laborales, personales, vitales, de aquellos que por mucho que diga este Gobierno se han quedado desgraciadamente atrás y las colas del gran negocio de los test -sea PCR o antígenos- de los que buscan una prueba de relativa o falsa seguridad para no contagiar a los que más quieren, o bien para poder justificar ante las autoridades que estás libre del virus y que han viajado de forma “segura”.
Esas colas, las del negocio de los laboratorios, son un ejemplo de descontrol en varios frentes por parte de la administración, del gobierno central y autonómico. Por una parte, porque es el sector privado el que impone los precios a su libre albedrío. Una prueba que permite poner en riesgo, o no, tu salud y la de los demás se convierte en un negocio absoluto cuando debería ser un bien de primera necesidad bajo el amparo y el control de la Administración. Por otra, porque es la demostración y la evidencia de cómo la sanidad pública está resultando insuficiente en el control del virus, en detectarlo y aislarlo para frenar el contagio.
Entrada y salida
Hace meses, desde el verano, antes de la segunda ola que los expertos encomendaban a hacer test masivos a la población y que por diferentes motivos han resultado ser insuficientes primero básicamente porque no había para todos, como las mascarillas. Además, teniendo test de antígenos tampoco ha sido posible poderlos hacer en las farmacias porque el Gobierno tampoco ha encontrado la manera de concretarlo. Vamos a paso de tortuga frente a un virus que es veloz. Por suerte llega la vacuna, pero mientras que se convierte en realmente efectiva, tenemos mucho por hacer. Y no sólo es cuestión de cómo pasar la Navidad sin que en enero resucite el drama en los hospitales, sino de cómo vamos a poder comenzar el tan esperado 2021. Hay que afrontar de nuevo una vuelta al cole y una vuelta al trabajo, para quienes tienen esa suerte. Nos va la vida, sí, pero también la economía y debemos exigir más diligencia y celeridad al Estado en los aspectos que le competen, como el de los test, las vacunas, las ayudas...
Empezamos con el debate de si mascarilla sí o no, con mascarillas carísimas que se han abaratado a fuerza de críticas masivas al Ejecutivo de Pedro Sánchez y con la actitud de Europa que puso las cosas en su sitio para rebajar el precio. Ahora tenemos estas colas del negocio de los tests que además de vaciarte los bolsillos, de ser un atraco a mano armada en el caso de las PCR, se convierten en un insulto a la inteligencia cuando para moverte por los aeropuertos principalmente se pide la PCR que oscila entre los 100 -como poco- y los 175 euros, mientras que la papeleta te la puede salvar, incluso mejor, el test de antígenos, por el módico precio de entre 20 y 50 euros, en función del laboratorio de turno.
¿En qué quedamos? ¿No hay un Ministerio que regule los precios y que además diga alto y claro que con un test de antígenos ya sirve teniendo en cuenta que ninguno de los dos es garantía de nada? Al final las dos pruebas indican tan solo la foto de un momento. La más cara necesita de más tiempo para obtenerse el resultado, por lo tanto, menos tiempo de control del virus si se ha contraído. La de antígenos precisa tan sólo de 15 minutos para saber sabes si eres positivo y es tres veces más económica. Las colas del negocio sin alma están servidas nuevamente por el descontrol de la Administración, que ha sido incapaz de regular precios y también, en forma muy especial, de la normativa para que haya una movilidad segura. Lejos estamos de Hong Kong dónde ya se pueden hacer test de saliva como quien va comprar condones a la farmacia o tabaco al estanco, y sólo por unos cinco euros. Feliz Nochebuena y feliz Navidad, cuídense, con mascarilla siempre.
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