El Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) juega un papel clave en la corrosión del sistema surgido de la Constitución de 1978. No por casualidad, su influencia en la política española coincide con el momento de mayor inestabilidad y confrontación que ha vivido nuestra democracia.
El ascenso al poder de Pedro Sánchez no se explica sin la colaboración del PSC. Suya es la estrategia de alianzas y el modelo de Estado que ha acabado asumiendo todo el PSOE. El Gobierno Frankenstein se inspira en el Tripartit que unió al PSC con la izquierda populista y con el nacionalismo sans-culotte de ERC. Y el proyecto de convertir España en una confederación plurinacional, reformando la Constitución por la puerta de atrás, lleva el sello inconfundible de los socialistas catalanes.
La lista de errores, traiciones y engaños que ha cometido el PSC en perjuicio de los catalanes y de todos los españoles es interminable: promovió la inmersión lingüística, domesticando a los castellanohablantes perjudicados por la misma; le abrió las puertas del poder institucional y mediático al nacionalismo radical de ERC; inició un proceso de reforma estatutaria que nadie pedía y que acabó como el rosario de la aurora; apoyó el “derecho a decidir”, contribuyendo a engordar al populismo separatista... Antiguos militantes del PSC como Miquel Giménez o Juan Carlos Girauta han dado buena cuenta en sus libros y artículos de las hazañas del socialismo catalán.
Ni siquiera en los momentos más duros del procés los dirigentes del PSC fueron leales con los constitucionalistas y el conjunto de los españoles. Si apoyaron la aplicación del art. 155 fue a regañadientes, procurando que fuera lo más descafeinada posible. Cabe recordar que el expresidente y entonces senador José Montilla se negó a votar a favor del mismo, y que Miquel Iceta se borró de la gran manifestación del 8 de ocubre de 2017 convocada por Societat Civil Catalana.
Para detener la sangría de votos, los dirigentes del PSC moderaron su perfil nacionalista y renegaron de la idea de un referéndum
El nacimiento y crecimiento de Ciutadans fue, en buena medida, una reacción a todos esos errores, traiciones y engaños. Durante varios años, la hegemonía del PSC en determinados sectores se vio amenazada por una fuerza política claramente antinacionalista. El “cinturón rojo” se convertía en “naranja”. Sólo entonces, para detener la sangría de votos, los dirigentes del PSC moderaron su perfil nacionalista y renegaron de la idea de un referéndum. Pero el hundimiento de Ciutadans los ha vuelto a dejar sin rival, y no han tardado en retomar su discurso y estrategia anterior.
El PSC es una formidable agencia de colocación y gestión de intereses. Una maquinaria que ha acabado asumiendo la cultura política del pujolismo y que sólo aspira a substituirlo. Durante años se repartió el cortijo catalán con CiU, y ahora aspira a hacer lo propio con ERC. Para mantener el negocio necesita impedir cualquier alternativa constitucionalista y mantener en la Moncloa a un Sánchez atrapado en su ambición de poder.
"Un mal menor"
Sorprende ver cómo algunos sectores de la sociedad catalana y española siguen viendo al PSC como un “mal menor” e incluso como un factor de estabilidad y moderación de la política catalana. El PSC es responsable de la deriva populista y nacionalista que ha seguido Cataluña en los últimos años y, lejos de aprender de sus errores, ha acabado contribuyendo a exportar la degeneración y el conflicto a toda España.
Urge recomponer una alternativa de verdad al populismo y al nacionalismo en Cataluña, que defienda valores liberales y de sentido común, que saque de la abstención y la resignación a cientos de miles de votantes, que ponga freno a la argentinización de nuestro país, y que nos devuelva al camino de crecimiento y progreso del que no deberíamos habernos apartado.
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