Opinión

Paracaidismo, el deporte de los políticos

Hay partidos que no tienen otro remedio que echar mano de las caras más conocidas para encabezar las listas en aquellos lugares huérfanos de líderes medianamente populares

Macarena Olona, Juan Carlos Girauta, Fernando Grade-Marlaska o Javier Maroto. ¿Qué tienen en común estos cuatro nombres? Sí, todos ellos son o han sido diputados o senadores, pero no es eso. Todos son lo que, en jerga política, llamaríamos "cuneros". O, si se prefiere la versión anglosajona "paracaidistas".

En su Diccionario de los políticos, o verdadero sentido de las voces y frases más usuales entre los mismos (1855), Juan Rico se refiere a los cuneros como los diputados que buscan cuna, aquellos que, en vez de presentarse a las elecciones por el distrito en el que nacieron o en el que residen habitualmente, lo hacen por otro que les es totalmente ajeno. Estos diputados que "sin patria ni hogar que los caliente, buscan una patria nueva que los adopte en defecto de la suya", a quienes "lo que les importa es presentar en el Congreso [o en la cámara que sea] su nueva carta de naturaleza, aunque ignoren como sucede algunas veces, hacia que punto de España está situado el lugar de su nacimiento político".

Aunque se aprecia el tono jocoso de esta caracterización, dicho así suena algo exagerado, no lo niego. El caso es que el paracaidismo, en política, es una actividad mucho más usual de lo que podemos imaginar, que no se trata de un mal único o particular de nuestro tiempo y lo encontramos en partidos de todos los tamaños y colores. Y no, si me lo permiten, tampoco se trata de ningún mal especialmente preocupante.

Las razones del 'cunero'

Antes de intentar explicar porque el paracaidismo en política no tiene porqué alarmarnos tanto como algunos creen, conviene hacer algunas consideraciones.

La norma que regula en nuestro país el derecho al sufragio pasivo y los requisitos para su ejercicio, la Ley Orgánica del Régimen Electoral General, no exige a los candidatos a las elecciones municipales, generales o europeas que tengan una vinculación con el territorio por el que se presentan. Únicamente se requiere, en el caso de concurrir a las elecciones autonómicas, la relación de vecindad civil (estar empadronado) con alguno de los municipios de la Comunidad Autónoma.

Y es que hay partidos políticos, los de reciente creación, o los que todavía no tienen un tamaño suficiente que les permita tener candidatos conocidos en todas las circunscripciones, que no tienen otro remedio que echar mano de las caras más conocidas para encabezar las listas en aquellos lugares huérfanos de líderes medianamente populares, en algunos casos, vagamente conocidos, en el resto. A todos nos vienen a la cabeza partidos como UPyD, en sus inicios Ciudadanos y, por descontado, Vox. El caso más paradigmático de este tipo de situaciones se produce en elecciones municipales o autonómicas.

Se trata de una recompensa a quienes se han mantenido fieles pero, por la razón que sea, tienen menos probabilidades de salir elegidos por el distrito por el que les tocaría

Pero no nos engañemos, la ausencia de líderes identificables por los ciudadanos no es ni el único, ni muchas veces tampoco, el principal motivo que se encuentra tras el paracaidismo político. En muchas ocasiones se trata de una recompensa a quienes se han mantenido fieles pero, por la razón que sea, tienen menos probabilidades de salir elegidos por el distrito por el que les tocaría presentarse. O de la necesidad de “colocar” a quien no ha podido obtener el escaño por la circunscripción por la que se presentó en un principio. A todos no viene el nombre de Javier Maroto a la cabeza. A su vez, estas situaciones se dan con más frecuencia en las elecciones generales.

Correa de transmisión

En las democracias representativas en las que los ciudadanos no votan las políticas sino que votan a quienes van a discutirlas, diseñarlas y votarlas, a sus representantes, se asume que los escogidos deben actuar como correa de transmisión de sus inquietudes e ideas.

A tenor de ello, algunos critican el paracaidismo político por la falta de vinculación entre el candidato y el municipio o provincia por la que se presenta. Se presupone que nacer en un territorio, pasar un tiempo razonablemente largo en él o residir en ese momento, garantiza un mejor conocimiento de los problemas y necesidades del lugar.

Si bien podemos aceptar que esta crítica tenga sentido en el ámbito municipal en el que el conocimiento del municipio es más importante y teniendo en cuenta que los recursos de los candidatos y de los partidos para contratar equipos de campaña y asesores conocedores de la realidad del lugar es más limitado, en el caso de las elecciones autonómicas y generales, no tiene tanta importancia. Fundamentalmente porque no se trata de Cámaras territoriales en las que se presuma que cada candidato actúa como representante de su circunscripción. Además, en este segundo caso, los candidatos suelen tener detrás un programa político y un equipo de asesores que les facilitan el trabajo.

Es cierto que en las democracias representativas es importante que el representante conozca de primera mano cuáles son los problemas, las necesidades y la voluntad de los ciudadanos a los que representa, pero también es importante que el representado tenga algún tipo de vínculo con el candidato, uno que le permita trasladarle sus preocupaciones y, sobre todo, hacerle rendir cuentas. En ese caso la culpa no es tanto de los cuneros, sino como de los sistemas electorales de los distintos países.

Sabemos que, en los sistemas mayoritarios con distritos uninominales, el vínculo entre representante y representado (lo que se entiende por la "lógica del mandato") es mucho más fuerte que en el caso de los sistemas proporcionales con distritos plurinominales, como es el caso de España. En España, los ciudadanos de una provincia lo tienen muy difícil para saber a cual de todos los diputados de su provincia deben acudir para elevar un asunto que les preocupa o para pedirle explicaciones.

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