Del 5 al 9 de diciembre de 1952 se mezclaron en Londres varias coincidencias: mucho frío, un anticiclón sin viento, mucha humedad… y casi todas las viviendas quemando carbón con gran contenido de azufre que esparcía su dióxido al aire y no se dispersaba. Durante esos días, la visibilidad en la ciudad era casi nula, se tuvo que cerrar el aeropuerto, suspender partidos de fútbol e incluso cines y teatros porque la neblina con olor a azufre se metía en los interiores. Es lo que se conoció como el Gran Smog (la palabra viene de la unión de smoke -humo- y fog -niebla-) y provocó miles de muertes y decenas de miles de problemas respiratorios que causaron enfermedades años después. Este es un ejemplo, como hay muchos, de que los problemas medioambientales no son algo nuevo y que, a pesar de la insistencia de algunos, no es cierto que la situación ahora sea la peor. También era mucho más sucio el aire que se respiraba en Madrid por aquella época sin la M-30 y M-40 y los camiones diésel sin filtros circulando por toda la ciudad y las calefacciones quemando carbón, así como el Manzanares era un estercolero hasta hace unas pocas décadas. Y es evidente que este año la sequía en España es muy dura pero no es ni de lejos tan grave como las de comienzos de los 80 y de los 90 del siglo pasado. Es más, la peor etapa de ausencia de precipitaciones, con el Ebro casi sin caudal, fue de 1944 a 1946. Del mismo modo los incendios forestales más duros, según las estadísticas, fueron en 1978, 1989 y 1994, no ahora.
Yo soy ecologista, sólo tenemos un planeta y hay que cuidarlo. No minimizo el problema del cambio climático, el que la temperatura suba -y otros temas como la contaminación de los océanos- es una mala noticia, puede cambiar patrones climáticos que creíamos conocer y que esto provoque consecuencias muy negativas. Pero estoy un poco harto de que se nos quiera vender una realidad que no es, haciendo caso al mensaje que dejó la adolescente Greta Thunberg en el Foro Económico Mundial de 2019 en Davos (Suiza): "No quiero vuestra esperanza, no quiero que tengáis esperanza. Quiero que entréis en pánico y actuéis como si la casa estuviera en llamas". Exagerar los problemas es un error pedagógico, ya que desde niño llevo escuchando predicciones apocalípticas que, al no cumplirse, pueden llevar a que no se tomen en serio las dificultades ciertas que tiene nuestro medio ambiente. Y echarle la culpa de todo a este ente etéreo denominado “cambio climático” tampoco ayuda. Y me temo que en este Día de la Tierra (el primero fue en 1970 en Estados Unidos y recibió un impulso global en 2009 al ser declarada efeméride oficial por la ONU) se va a insistir en lo mismo.
En el mundo occidental reciclamos, usamos depuradoras, en Europa hay más zonas verdes que hace un siglo, los motores cada vez son más eficientes y ecológicos
Curiosamente, los que están tomándose más en serio el problema ecológico son los países donde más se nos machaca con nuestra supuesta culpabilidad. Es decir, en el mundo occidental reciclamos, usamos depuradoras, en Europa hay más zonas verdes que hace un siglo, los motores cada vez son más eficientes y ecológicos, las energías renovables cada vez tienen más peso en nuestro mix energético… y aunque hay pasos atrás como el tomado por Alemania que consume últimamente más carbón y menos energía nuclear, desde luego no tiene nada que ver con lo que ocurre en Asia. Allí están las ciudades más contaminadas, las cuencas fluviales más tóxicas y los mayores desprecios hacia el cuidado del planeta por parte de una población que nos supera en gran número. Que nuestro esfuerzo sea minúsculo si no incluye a China, India etc. es la primera de las dos grandes paradojas acerca de este tema.
La segunda es que la única solución que conocemos (a falta de algún invento tecnológico por descubrir) para que el mundo contamine menos (y no me refiero sólo a la atmósfera, también al agua y la tierra) es que ocurra algo como lo que pasó en 2020: que se desplome el consumo, el comercio, el turismo… es decir, que seamos más pobres todos. Y esto es absurdo, porque el crecimiento económico es lo que ha mejorado nuestra calidad de vida: empeorarla e incluso volver al desabastecimiento sería contraproducente. Sé que hay quien cree que los humanos somos parásitos para el planeta pero el que lo piense que se aplique la eutanasia si quiere, lo cierto es que la inmensa mayoría queremos vivir bien y que nuestros hijos vivan mejor. Por eso es importante que el planeta esté bien cuidado pero no a costa de pasar necesidades. Nada hay menos ecológico que la miseria porque la necesidad enfoca los problemas sólo en el presente. Los humanos somos capaces de sacrificarnos por un futuro mejor para nuestros descendientes pero, a la vez, no aceptamos que ellos vivan peor que nosotros. Negar eso es no entendernos.
Soy persona de gustos austeros, simpatizo con el “menos es más” y creo que podemos desgastar menos el planeta consumiendo menos chorradas, pero sé algo de economía y soy consciente que el mayor consumo genera mayor riqueza y ésta permite poder pagar las políticas sociales. Los partidarios del decrecimiento y ecologistas extremos defienden sus posturas mientras pretenden aumentar las ayudas y dar rentas básicas. Todo eso suena muy bien pero vayamos a un ejemplo real: ¿cómo seguiremos subiendo los salarios de los pensionistas si entramos en recesión porque consumimos menos, vienen menos turistas y se eleva el número de desempleados? El Día de la Tierra es una buena manera de recordarnos que debemos cuidar el planeta pero no olvidemos que quienes más nos desvelamos por el entorno somos los ciudadanos de los países más prósperos gracias al esfuerzo y al crecimiento económico, todo eso que nos permite ocuparnos y preocuparnos por el futuro y hasta por los días de la Tierra.
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