La tan larga como riquísima historia de las invenciones tecnológicas está llena de usos y aplicaciones de las mismas tan inesperados como alejados de los designios de quienes las concibieron y desarrollaron inicialmente. Teniendo la inmensa mayoría de ellas, en su origen, propósitos bienintencionados y positivos, no siempre se aplicaron a hacer el bien, aunque el saldo histórico siempre ha sido abrumadoramente favorable al lado bueno de la historia.
Tan es así, que la doctrina económica contemporánea considera –unánimemente- que la innovación tecnológica es la gran causante del progreso económico y social de las naciones a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Cuando hace unas décadas se produjo la conjunción de las tecnologías de la información –los ordenadores- con las telecomunicaciones, y más aún cuando nació Internet como facilidad tecnológica que universalizaba la comunicación de datos y con ellos las señales de audio y vídeo, su ecuménica y exponencial extensión y uso dio lugar a la llamada Sociedad de la Información que caracteriza nuestro tiempo histórico.
Siendo enormes las ventajas productivas, educativas, sociales y sobre todo de igualdad de oportunidades y acceso al conocimiento de la sociedad de la información, son también múltiples los perversos usos de estas nuevas tecnologías; que quizás vayan mereciendo un tratado sociológico al respecto.
Uno de los ámbitos en los que la sociedad de la información está obteniendo resultados cada vez más paradójicos es la política.
Más allá de la intrusión de las redes sociales manipuladas en los procesos electorales, llama la atención, tanto por su importancia como la desatención que merece a los analistas políticos, el corrimiento político hispanoamericano hacia la extrema izquierda populista, que incluye a países como México, Venezuela, Bolivia, Perú, Chile, Argentina e incluso España.
Ejemplos sobresalientes
La Sociedad de la Información, curiosamente contemporánea del desmoronamiento del comunismo europeo, ha permitido saber a todo el mundo con una libre y exhaustiva información, el fracaso sin par del socialismo real tanto en ámbito institucional -Libertad, Estado de Derecho, Imperio de la Ley- como en el económico, medido en nivel y calidad de vida.
Por otra parte, también se sabe que los países que en las últimas décadas tuvieron la fortuna de vivir en libertad alejados de las prácticas socialistas y llevaron a cabo políticas económicas ortodoxas –literalmente siguieron el Consenso de Washington- consiguieron magníficos resultados, con sobresalientes ejemplos en Chile, Perú, Colombia y la España que precedió a los gobiernos de Zapatero y Sánchez.
Pues bien, en presencia de las descritas evidencias, hete aquí que en los países que se acaban de citar ya se han producido o se están produciendo fenómenos que tratan de cuestionar sus mejores logros con el señuelo social-comunista, cuyos desastrosos resultados gracias a la Sociedad de la Información, tan bien conoce todo el mundo.
Es evidente que en la confrontación dialéctica de la realidad histórica basada en datos comprobables e irrefutables con las ensoñaciones ideológicas predicadas por los chamanes del caos, estas últimas llevan ganando terreno los últimos años.
Juzguemos al respecto el caso más cercano de España: los datos a la vista ponen de manifiesto que el socialismo del siglo XXI –Zapatero & Sánchez– además de cuestionar la libertad –por ejemplo, de hablar la lengua oficial en todo el Estado-, el cumplimiento de la Ley –la Constitución reformada a iniciativa de Zapatero con el voto de Sánchez prohíbe déficit fiscales excesivos y superados- y cuestionar la independencia judicial y la división de poderes, han logrado hasta ahora los peores resultados económicos de nuestra historia: sinigual decrecimiento económico, divergencia con el nivel de vida europeo, campeones del desempleo y del endeudamiento público.
Utopías sobre un mundo mejor
Frente a tales desastrosos resultados, todo lo que ofrece el social-comunismo son utopías acerca de un mundo mejor –repetidamente desmentidas por la historia-, políticas de género en contra de la libertad, la ley natural y incluso de la ciencia biológica, la desintegración de la nación más antigua del mundo en un reino de taifas, la invención de derechos imposibles, y un sinfín de ocurrencias a cual más ridículas.
Si repasamos la reciente historia de países como Chile, Perú y Colombia, cabe observar cómo el muy considerable y admirable progreso económico y social conseguido por gobiernos competentes en los últimos años, se está viniendo abajo con la emergencia del social-comunismo, que por todo norte tienen a Argentina junto con Venezuela, el país mas fracasado de Occidente durante el último siglo.
¿Qué levadura hace socialmente posible el giro social-político descrito? Detrás de las ideologías populistas de izquierdas –tras la caída del comunismo- el lugar común lo ocupa la envidia.
Los ideólogos del social-comunismo de este tiempo, carentes de la grandeza de miras de Marx, se conforman con demoler el Estado de Derecho y el libre mercado, sin plantear un modelo que lo sustituya
El primigenio social-comunismo se basó en un aparentemente ilustrado -por Marx- pero demolido filosóficamente por Popper, historicismo, que amén de pretender saber el curso indeleble de la historia planteaba una alternativa paradigmática, la sociedad comunista, al capitalismo.
En presencia del absoluto fracaso de la alternativa paradigmática al capitalismo, los ideólogos del social-comunismo de este tiempo, carentes de la grandeza de miras de Marx, se conforman con demoler el Estado de Derecho y el libre mercado, sin plantear un modelo que lo sustituya. A lo sumo se refieren a la desigualdad, que quisieran evitar, sabiendo a ciencia cierta que solo es posible igualando por abajo, como en la China de Mao. No lo manifiestan, pero es evidente que prefieren la miserable igualdad en la pobreza de Mao que la desigualdad en la riqueza de la actual China.
La referencia común de este populismo de izquierdas es el lema peronista: “Toda necesidad es un derecho social”, cuya aplicación ha conseguido que Argentina esté donde está.
Los votantes social-comunistas, debidamente alimentados ideológicamente con tan primitivo como venenoso sentimiento de la envidia, carentes de autoestima ni responsabilidad personal -bien denostadas en las escuelas públicas- y dependientes del Estado, todo lo que ansían no es prosperar y vivir mejor, sino que los demás tampoco lo consigan. De este modo se consagra el fenómeno de la estupidez populista de izquierdas, que tan bien definiera Carlo M. Cipolla en sus Leyes fundamentales de la estupidez humana : “una persona estúpida es la que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio”.
Añadió el maestro Cipolla, que: “cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”.
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