De la plaza España a las Tres Señoritas
Ya no convocan a los separatistas que acarrean desde toda Cataluña al Fossar de les Moreres, el tétrico Shangri-lá del separatismo, siempre iluminado los días de días de estas gentes por la amenazadora luz de las antorchas, de las efigies quemadas, de la inmensa capacidad de desear el mal al prójimo que tienen los radicales. Tampoco acudirán a El Born, su Valle de los Caídos particular, antiguo mercado repleto de la vida – siempre pensé en el cómo en Les Halles barcelonesas – que debía reconvertirse en una gran biblioteca auspiciada por la Diputación de Barcelona, quedándose en pura taxidermia falsificada de nuestra historia, solo apta para fanáticos o para que, en su día, le diesen al actual diputado de Junts per Catalunya Quim Torra un cargo.
Fíjense que curioso, los muñidores de magnas concentraciones, la ANC y Ómnium, han evitado convocar a su grey en el Paseo de Gracia, difícil de llenar solo con obcecados de comarcas traídos a base de autobús, bocata, sensación de superioridad y estelada colgada del cuello. Como sea que se han vuelto cautos, los reyes del IKEA separatista, se han abstenido de montar nada aparatoso, como aquellas concentraciones en forma de V o la Vía Catalana. Les debe faltar el tornillo Smosgarboord, pues tampoco han optado por anteriores escenarios como la Diagonal, la Meridiana o el Paseo Lluís Companys, a las puertas del parque de la Ciudadela. Este domingo han convocado al gremio puigdemontista a procesionar desde la plaza España – premonitorio – para, después de recorrer la Avenida Paralelo, corta en distancia, larga en historia, acabar a la altura de donde se encontraba la antigua fábrica de la luz, lugar que mantiene como vestigio de su pasado tres enormes chimeneas que el gracejo popular apodó como las Tres Señoritas habida cuenta que todos estos andurriales estaban repletos de damas de la noche, teatros sicalípticos, bares de alterne y vida mundana, la de una Barcelona que se iba a la cama tarde y sabía reírse de todo y de todos.
La mayoría de los que irán a gritar las consignas cansinas y maniqueas que resuenan siempre en estos aquelarres posiblemente lo ignoran, pero arrastrarán sus pies por una calle que ha sido escenario, y nunca mejor dicho, de la parte más viva, popular, salaz y alegre de mi ciudad natal. Estarán reivindicando también la famosísima “sesión vermut”, inventada por un genial empresario valenciano afincado en la Ciudad Condal llamado Pepe “lo Chil”, que descubrió así una manera de sacarle más rentabilidad a la taquilla del Teatro Novedades allá a finales del XIX y principios del XX.
Señoras y señores, todo esto no puede ser más que un signo de algo muy bueno. El proceso está llegando a entender que solamente la revista, el género frívolo por excelencia que vio triunfar en este Paralelo al padre de Mary Santpere y luego a ella, Tania Doris, La Maña, Johnson, Escamillo, Alady, los inefables Vieneses con Herta Frankel, Franz Johann y Gustavo Re dirigidos por Arthur Kaps, o la única e inimitable Raquel Meller, puede salvarlo de su grotesco final. Así pues, que pasen las bailarinas.
¿Independentistas convertidos en las alegres chicas de Colsada?
Don Matías Colsada es para cualquier barcelonés de mi edad el suministrador de los mejores espectáculos de revista en su Teatro Apolo. Se hizo muy popular la tonadilla que cantaba todo el mundo “Somos las chicas alegres que trajo Colsada para ahuyentarles el mal humor”. En esta ciudad de hoy, en la que solo estafermos e ignaros ocupan los despachos oficiales, nade le rendirá el menor homenaje, claro, pero los independentistas podrían hacerlo y quitarse de encima esa imagen de mala follás que tienen.
Me imagino a esas mil personas – medio millón según la Guardia Urbana, ya lo verán – deteniendo la manifestación ante el Apolo, conmovidas por la esencia real de la ciudad, bullanguera y sarcástica, esa misma esencia que décadas de pujolismo aburrido, falsamente trascendente y ramplón han sepultado, para cantar todos a una ese mismo estribillo. O el célebre “Béseme usted donde quiera”, tan coreado en el vecino El Molino, templo que fue de la picardía y tribulación de censores, que se las veían y deseaban con las picardías de la Bella Dorita a la que no podían censurar mucho porque mantenía una liaison con el gobernador civil de la época.
Sería hermoso verlos abandonar sus pancartas y banderas pagadas con el dinero de todos para abrazarse entonando “La violetera” en el sitio en el que se erigió una escultura en memoria de Raquel, en la esquina del Paralelo con Marqués del Duero. Estatua que, digámoslo todo, fue bárbaramente mutilada hace algunos años por manos de algún fanático. Qué pena para ella y qué pena para su autor, el gran escultor Viladomat, que se exilió durante la guerra civil harto de gritos, crímenes y estupidez.
El independentismo con sus caceroladas, su perpetua tensión social, su movilización constante, lo único que ha hecho ha sido cansar como una mala obre de vodevil. Pretendían hacer “masa crítica”, pero no han conseguido seducir a más de la mitad de la sociedad, amén de todos los problemas que han creado, problemas algunos muy difíciles de superar si no es a base de ley, paciencia y tempo. Añado que la bonhomía tampoco estaría de más.
Porque estos chicos del proceso son aburridos, sosos, grises, farragosos. Solo hay que ver TV3 a cualquier hora para comprobar la falta total de originalidad, de ingenio o de sentido del humor.
El doble lenguaje empleado por los ideólogos del separatismo poco o nada tiene que ver con el empleado por las vedettes de aquel Paralelo, con sus diálogos cargados de pícaras alusiones. Porque estos chicos del proceso son aburridos, sosos, grises, farragosos. Solo hay que ver TV3 a cualquier hora para comprobar la falta total de originalidad, de ingenio o de sentido del humor. Pujol nunca lo tuvo, y sus herederos tampoco. Porque no es humor vomitar insultos o mentir descaradamente.
Sí, sería estupendo que naciera una racha de aire fresco emanada de aquellos antiguos cafés como El Español, con su fabuloso propietario, el señor Carabén, o aquel no menos popular, el de La Tranquilidad, en el que se sentaban mesa con mesa anarquistas y secretas., manteniendo una tregua imposible debido a la extraordinaria calidad del producto que allí se daba.
A propósito de aquella época dorada del Paralelo, ahora convertido en una avenida más con algunos teatros que se resisten a caer bajo la piqueta demoledora de esa falsa modernidad progre que nos han querido vender, lo que no recomendaría a los manifestantes es que quisieran emular a la figura del pinxo, el matón que poseían todos los cafés de empaque. Se trataba, por lo común, de un hombre con navaja, cachiporra e incluso revólver en el bolsillo, encargado de ahuyentar a los clientes que el propietario consideraba poco recomendables. Hubo auténticas batallas campales entre algunos de ellos, como la del Nelo con el Aragonés, de tristísimo recuerdo. Por cierto, muchos de ellos, Nelo incluido, trabajaban para los caciques locales apañando elecciones. La mayoría cobraba del ayuntamiento. Tampoco sería buena cosa que imitasen a Alejandro Lerroux, proclamado emperador de ese Paralelo al que acudía para engatusar con sus falsas promesas a los obreros. Siendo un día sorprendido bebiendo champán en el restaurante Suizo, el más caro de la Barcelona de entonces, respondió a la pregunta acerca de qué les diría a sus seguidores si lo viesen en medio de aquel lujo, soltó esta cínica respuesta “Diría que estoy bebiendo el líquido que degustarán sus hijos en el porvenir”.
No mientan más, señoras y señores, y digan a Puigdemont que abandona la langosta y el champán, que aquí hay mucha gente, incluso de los suyos, que vive bastante apurada de medios. Y que saga el ballet, insistimos.
Miquel Giménez
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