El Partido Socialista (PSOE) y Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), dos partidos que en teoría se parecen como un huevo a una castaña, llevan desde el día 28 de noviembre embarcados en una negociación que debe servir para desatascar la investidura de Pedro Sánchez.
Las posiciones parecen distantes, pero lo más probable es que ERC acabe absteniéndose para que el líder del PSOE vuelva a ser presidente del Gobierno y, por tanto, estos días estaríamos asistiendo a una mera representación teatral para dar la sensación de que todo ha sido el parto de los montes.
De hecho, conviene recordar que en la investidura fallida de julio, cuando Pablo Iglesias tumbó el Gobierno porque él no iba a ser ministro, ERC ya se abstuvo y el PSOE no hizo ningún paripé para conseguirlo.
Objetivo: vestir el muñeco
¿Por qué ahora sí es necesaria tanta parafernalia? Pues porque hay elecciones autonómicas catalanas a la vuelta de la esquina y ERC necesita no quedar como el partido que traicionó a sus votantes para pactar con uno de los padrinos del artículo 155.
Y ese es justo el punto en el que nos encontramos: se trata de buscar un acuerdo que permita sacar a ERC la cabeza ante su electorado y que parezca que ha conseguido una gran victoria frente a Madrid, sin que en realidad el PSOE tenga que ceder nada esencial. Por eso los comunicados conjuntos que han salido de las reuniones celebradas hasta ahora son ejercicios retóricos en donde las palabras pueden significar todo y nada, según la interpretación de cada cual.
El problema de fondo es que todo esto no conduce a nada bueno, pero no por lo que algunos piensan de que el PSOE va a malvender España, sino porque en realidad tanto unos como otros están utilizando la negociación para ganar tiempo y echar el balón hacia delante a sabiendas de que la ruptura entre ambos es inevitable. Y lo es por cuatro motivos:
1.- ERC no es un corderito. Se lo han dicho a todo el mundo que les quiere oír. Ellos son independentistas y su objetivo, por tanto, es la independencia. Si han moderado sus formas es por una cuestión circunstancial, porque entienden que esa independencia no se podrá conseguir hasta tener al menos el apoyo del 70% de los catalanes. Por tanto, su repliegue es transitorio y, a la espera de que se alcance esa cifra, lo que harán será poner cara de buenos en Madrid para luego en Cataluña seguir haciendo las mismas barrabasadas que el nacionalismo lleva practicando durante los últimos 40 años.
2.- El PSOE no puede dar lo que quiere ERC. Por mucho que los socialistas cedan y acepten una mesa bilateral de diálogo con la Generalitat de Cataluña, nada de lo que ahí se pacte podrá aprobarse si va en contra de la Constitución y, si lo que se propone es un cambio de la Carta Magna, tampoco podrá salir adelante sin la participación del Partido Popular. Aunque Sánchez pretenda mantenerse en La Moncloa a toda costa, lo único que puede hacer es distraer la atención con diálogos y mesas, pero los posibles acuerdos nunca tendrán ninguna garantía de ser aplicados porque le falta la mayoría cualificada necesaria en el Parlamento.
3.- Esto ya lo hemos vivido. El PSOE y ERC ya chocaron abruptamente en febrero de este mismo año, también tras varias reuniones infructuosas. Los de ERC se dieron cuenta de que el Gobierno no tenía ninguna intención de pactar nada sustancial, sino de ganar tiempo mareando la perdiz del diálogo... por eso los independentistas optaron por tumbar los presupuestos y provocar la convocatoria anticipada de elecciones. Ahora, es probable que hagan a Sánchez presidente, como ya le hicieron en junio de 2018 con la moción de censura contra Mariano Rajoy, pero antes o después esa mesa de diálogo fracasará porque Sánchez tiene las manos atadas y los republicanos acabarán por ponerse nerviosos.
4.- El diálogo no es buena estrategia para ERC. A pesar de que ahora apueste por la moderación, Esquerra es un partido independentista que sabe que la vía de la negociación nunca servirá para conseguir su objetivo. Si Madrid apadrina la búsqueda de una tercera vía, lo más lógico es que se reduzca el porcentaje de independentistas, porque algunos podrán llegar a sentirse cómodos con un nuevo encaje de Cataluña en el conjunto de España. Por el contrario, cuanto más inflexible suene el mensaje desde Madrid, más crecerá el apoyo a la independencia, y ahí están los números recientes para comprobarlo. Por tanto, ERC sabe que la mejor manera de conseguir ese ansiado 70% de apoyo popular es con un presidente duro en La Moncloa, cuya actuación permita al independentismo seguir agitando las cantinelas de la opresión y el victimismo. Para sumar nuevos adeptos a su causa necesitan más afrentas y menos diálogo.
Sánchez se equivoca cuando piensa que ERC le garantizará la estabilidad. Antes o después habrá un choque de trenes, por mucho que él se empeñe en retrasar el accidente
Ruptura inevitable
Obviamente, Sánchez no tiende su mano a ERC porque sepa que así desactivará a buena parte del independentismo, él más bien lo hace por pura supervivencia política. Sin embargo, se equivoca cuando piensa que un posible acuerdo con ERC le garantizará la estabilidad y le mantendrá mucho tiempo en La Moncloa. Antes o después habrá un choque de trenes, por mucho que él se empeñe en retrasar el accidente.
Por tanto, aunque socialistas y republicanos se esfuercen en poner buena cara y en seguir adelante con sus conversaciones, las dos partes saben que todo esto sólo puede conducir a la ruptura, y la única duda es si será antes o después de que haya una investidura.
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