Opinión

Parir un asesino

Recuerdo el libro como si lo hubiera terminado ayer. Lo tengo vivo en el presente, aunque lo finalicé hace ya unos cuantos meses. Lo recuerdo porque su lectura me atravesó como un rayo, me descolocó. ¿Podía yo convertirme, de pronto, en asesina? ¿Pod

Recuerdo el libro como si lo hubiera terminado ayer. Lo tengo vivo en el presente, aunque lo finalicé hace ya unos cuantos meses. Lo recuerdo porque su lectura me atravesó como un rayo, me descolocó. ¿Podía yo convertirme, de pronto, en asesina? ¿Podía llegar a matar a alguien tras una noche de excesos? ¿Quién está exento de cometer una atrocidad según y qué circunstancias? Estas y otras preguntas flotaron en mi mente durante el tiempo que tuve entre mis manos La ciudad de los vivos que no fue mucho, la verdad. Lo devoré.
 
Narra en sus páginas el escritor italiano Nicola Lagiogia la historia real de un crimen que conmocionó a Italia en marzo de 2016. Se obsesionó tanto con el caso que durante cuatro años estuvo recopilando testimonios de los principales personajes, habló con todos los implicados y hasta llegó a cartearse con uno de los culpables. El resultado, magistral. Tenía el suceso todos los ingredientes para convertirse en best seller y ocupar horas y horas de televisión. Dos jóvenes de Roma, bordeando la treintena, de familia bien, sin las características que aparentemente se le presuponen a un criminal y que, después de varios días perdidos entre cocaína y alcohol, acaban -de la forma más salvaje- con la vida de un chico de 23 años al que poco conocen.
 
Esta historia fue lo primero que me vino a la cabeza cuando saltó en agosto la noticia de Daniel Sancho. Se me antojó similar, con muchos puntos en común. Un chico joven, guapo, robusto, bien avenido, con futuro prometedor en la cocina, hijo y nieto de reconocidos actores españoles que, de un día para otro, se convierte en protagonista de cientos y cientos de titulares por presuntamente degollar y descuartizar a un amigo o supuesto amante. Lo que hizo, porqué lo hizo y cómo lo hizo en aquellas horas quedará sólo en su recuerdo y entre las paredes de un bungalow de Tailandia, por más que los periodistas se empeñen en conocer hasta el último corte en el cuerpo de Edwin Arrieta. Pero, no es el papel de Sancho, su repentina transformación de chef viral en redes sociales a demonio, escrutada hasta la saciedad, lo que ha centrado mi atención en todas estas semanas… sino el papelón de quienes le trajeron a este mundo.

¿Se puede llegar a intuir que el bebé que llevas en tu vientre puede un día convertirse en alguien perverso, en un psicópata capaz de aniquilar? ¿Cómo deben comportarse unos padres ante una situación así? 

Lo dijo su propia madre cuando le acecharon los medios de comunicación tras salir de una de sus primeras visitas a su hijo en la cárcel: "Nadie está preparado para recibir una noticia así. No nos prepara nadie para esto". He pensado mucho en esa frase. ¿Qué madre, qué padre está preparado para parir un asesino? ¿Se puede llegar a intuir que el bebé que llevas en tu vientre puede un día convertirse en alguien perverso, en un psicópata capaz de aniquilar? ¿Cómo deben comportarse unos padres ante una situación así? ¿Puede más el perdón que la rabia? ¿Cabe el abandono, el olvido? ¿Qué parte de culpa cae directamente sobre ellos por lo que hicieron o dejaron de hacer? ¿Se equivocaron, tal vez, con su educación? ¿No le dedicaron quizá el tiempo que merecía? ¿Qué forja, en definitiva, un destino, cualquier destino?
 

Todas estas preguntas y tantas otras habrán bailado imparables en unas cabezas -las de Silvia y Rodolfo- que no estaban para saltos ni piruetas. Cuántas vueltas le habrán dado al problema, cuántas. A cómo afrontarlo, cuántas. A cómo tratar a esos periodistas que te exprimen como se exprime una naranja para sacarle todo el jugo, pero que al tiempo son los únicos que pueden mantener vivo un caso que de otra forma moriría en la desmemoria como los juguetes cuando ya no hay niños para encenderlos. "Sólo hay dos opciones: afrontarlo como un reto o como una desgracia". Lo dijo el padre en sus primeras declaraciones ante la prensa al llegar a Tailandia. Doce palabras, sólo eso, meditadas -seguro- tras largas noches en vela. Porque es difícil elegir qué sacar fuera cuando no queda nada dentro.

"¿Cuánto necesitamos reflexionar sobre lo que sabemos que no sabemos de las personas a las que amamos? Y, aunque fuera posible saberlo todo de ellos, ¿sería objetivo?". Escribe Lagiogia en su libro estas líneas que subrayé y que hoy releo una y otra vez mientras apuro esta columna. Es septiembre. El final del verano asoma a través de la ventana en este día gris y lloroso de mediados de mes. La lluvia impacta contra el cristal y yo observo cómo se mueve, cómo va y viene en un intento desesperado por atrapar nuevas víctimas con las que saciar las almas sedientas de lágrimas, de dolor cuando es ajeno… cuando no se ha parido.

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