Opinión

El Partido Socialista francés ya tiene su Pedro Sánchez

Ha vuelto a saltar la liebre.  El Partido Socialista francés ya tiene su Pedro Sánchez. Se llama Benoît Hamon y es incluso más radical, si cabe, que nuestro esforzado Pedro,

Ha vuelto a saltar la liebre.  El Partido Socialista francés ya tiene su Pedro Sánchez. Se llama Benoît Hamon y es incluso más radical, si cabe, que nuestro esforzado Pedro, radical al punto de rozar lo antisistema, y no falta en la sabia Galia gente que lo califica incluso de anticapitalista. El tal Hamon aspira a ocupar la presidencia de la República Francesa la próxima primavera, en dura competencia con el liberal Fillon, la ultraderechista Le Pen y el centrista de nuevo cuño, salido también de las entrañas del PS, Emmanuel Macron. Como en otras latitudes, como en el PSOE de nuestros pesares, de nuevo la militancia ha dado un revolcón a las expectativas de la cúpula, eligiendo al más izquierdista. La ola de hartazgo que contra las elites políticas establecidas bulle en el seno de la izquierda europea se ha tragado en un santiamén la figura amable de Manuel Valls, primer ministro durante los últimos años del Gobierno presidido por ese mediocre personaje llamado François Hollande. Aunque es pronto para saber si el domingo 29 logrará convertir la derrota en victoria, todo apunta a que la vía reformista por él encarnada en el socialismo francés es minoritaria. 

También como en el PSOE, dos grandes corrientes o familias, manifiestamente irreconciliables, se ven las caras en el socialismo galo. Por un lado, la dirigencia de un partido con responsabilidades de Gobierno durante muchos años en el país vecino, que quiere seguir haciendo política por el cauce en el que se ha movido durante décadas la socialdemocracia clásica en la Europa rica y decadente y estatista y enemiga del riesgo que conocemos. Por otro, una militancia desencantada que parece añorar cada día más ese alma marxista que perdió el socialismo democrático hace tiempo, y que, castigada por la crisis, aporrea con furia las puertas del cielo de una economía cada día más intervenida, de un Estado providencia capaz de garantizar atención y cuidados a todos y cada uno de sus ciudadanos desde que nacen hasta que mueren. Una izquierda “moderna”, representada por la imagen reformista de un Valls cuyo crédito ha quedado seriamente dañado tras cinco años de ejercicio del poder, frente a otra izquierda que promete la luna, cabalgando a lomos de esa demagogia que directamente desemboca en el populismo y que en Francia representa como nadie el citado Hamon.

Hamon propone como medida estrella de su programa el establecimiento de una renta básica universal mínima de 600 euros (que serían 750 en el futuro), para los mayores de 25 años.

Exministro de Economía Social y Educación con Hollande entre los años 2012 y 2014, Hamon propone como medida estrella de su programa el establecimiento de una renta básica universal mínima de 600 euros (que serían 750 en el futuro), para los mayores de 25 años. Cuando el propio Valls le preguntó, en los debates previos a la primera vuelta de primarias, de dónde saldrían los recursos para hacer frente a tamaño desembolso, el aludido respondió sin cortarse un pelo que “del mismo lugar del que han salido los 40.000 millones que este Gobierno ha regalado a las empresas en forma de bonificaciones fiscales”. Toda una declaración de principios. Fácil es imaginar que en Ceuta y en Melilla no habría valla lo bastante alta, ni Guardia Civil suficiente, como para frenar a las multitudes de desheredados de la tierra dispuestos a atravesar el Sahara y participar en el festín de los 600 euros galos. Un problema que seguramente no inquiete lo más mínimo a un candidato que amaga con nacionalizar la banca, que abomina de la austeridad y que es partidario también de dar visado a los refugiados sin apenas controles, por no hablar de su simpatía hacia el intervencionismo y el proteccionismo más extremo, o de sus acerbas críticas a las políticas de la Unión Europea.

Hamon y el desprecio de la vieja política

Este es el personaje, ésta la joya que aspira a empotrar al socialismo francés en la oposición per saecula saeculorum, si es que sencillamente no acaba con él. La única diferencia, o tal vez la más notable, con Pedro Sánchez, es que Hamon se siente muy francés, ama a Francia y defiende su unidad, cosa que no está clara en el caso de nuestro arrojado Pedro. La victoria de Hamon en primera ronda –que muy probablemente revalidará el día 29 al contar con los votos del tercero en discordia el pasado domingo, el también exministro Arnaud Montebourg, igualmente posicionado en el ala más radical del partido- es un triunfo claro del populismo más radical, esa impetuosa corriente de fondo que amenaza el futuro de un continente que ha perdido el rumbo. El debate definitivo que Valls y Hamon mantendrán hoy miércoles en París se presenta, por lo dicho, como un diálogo de sordos entre el político profesional empeñado en poner en evidencia las incoherencias de su rival, y el aspirante antisistema que, viento en popa, le descalifica con desprecio: “Tout ça c’est de la vieille politique”, la vieja política superada por la ensoñación igualitaria.

Al final, parece que los 7 candidatos que compitieron el domingo recibieron un total de 1,3 millones de papeletas, muy lejos de los 4,3 millones que participaron en la primera vuelta de las primarias de la derecha (4,4 millones en la segunda).

Una lucha entre razón y corazón, como tantas veces, en tantos lugares del planeta Tierra, que, al final, solo servirá para poner en evidencia la fractura irreparable del socialismo francés. Un partido que, para regocijo de Los Republicanos, se mostró el lunes incapaz de aclarar las cifras de la participación en primera vuelta de primarias. Al final, parece que los 7 candidatos que compitieron el domingo recibieron un total de 1,3 millones de papeletas, muy lejos de los 4,3 millones que participaron en la primera vuelta de las primarias de la derecha (4,4 millones en la segunda). Para el exsocialista Macron, líder del movimiento “En Marche!”, la decisión de no participar en la carnicería del PS y lanzarse en solitario a la conquista del Elíseo está clara: “Esta primera vuelta ha demostrado que en el Partido Socialista no hay un liderazgo claro, ni una línea política coherente, ni una reconciliación decente posible”.

El socialismo francés se juega el domingo su ser o no ser. Su situación parece tan crítica que ni la victoria de Hamon ni la casi imposible del propio Valls lograrán arreglar nada en el PS. En realidad, cualquiera que sea el ganador de este envite se arriesga a sufrir una derrota humillante en primera ronda de las presidenciales del próximo mes de abril, una humillación tan ultrajante como quedar en quinta posición tras los tres candidatos citados arriba y tras Jean-Luc Mélenchon, otro exsocialista radical que abandonó el PS en 2008 y que, al frente de “Francia Insumida”, podría lograr alrededor del 15% de los votos con el apoyo del PC galo. Quinta fuerza política con vistas a la nada. Como tantas veces a lo largo de la historia de España, lo que ocurra en Francia tendrá reflejo inmediato en lo que tenga que ocurrir en un PSOE que igualmente atraviesa por el momento más crítico de su historia, con o sin Pedro Sánchez de mascarón de proa. ¿Alguien dispuesto a llorar por el final del PSOE?  

 

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