Si la luz disipa la sombra, lo real aleja a cualquier sueño perturbador y loco. La realidad, ese tapiz de pequeños hechos cotidianos que conformamos entre todos, es el mayor adversario de cualquier candidato que se presente en las próximas elecciones generales, máxime si está adscrito al separatismo. Esta ideología deviene una apología del travestismo, puesto que, aún siendo de ultra derecha, en Cataluña pretende disfrazarse de izquierda revolucionaria. Tiene, además, un pánico cerval a hablar acerca de lo que pasa en las calles, en las empresas, en las escuelas, en los domicilios. No le interesa entrar por lo menudo y al detalle en la vida cotidiana de sus compatriotas, salvo para adoctrinarlos, estamparles en la frente el sello de goma con el número de empesebrado correspondiente y sumarlos a su masa. Las proclamas que profieren se basan en supuestos históricos falaces y sectarios, creados únicamente para satisfacer intereses económicos minoritarios de élites locales, provincianas y chapuceras, incapaces de producir nada más allá del soborno conspicuo. Su discurso se cuece en las calderas de los peores instintos humanos, aquellos que se regodean en la discriminación, en el odio, en el rechazo al otro, instintos que, en mi tierra, han corroído fatalmente a la sociedad, podrida por el veneno del supremacismo. Aquí ya no se debate, aquí se acogota y punto.
Los totalitarismos solo conocen una versión unívoca de las cosas, y eso no requiere de ningún debate en el que, por fuerza, deben contraponerse argumentos, réplicas y discrepancias. Lo de esta gente es la mutilación de la inteligencia, del espíritu crítico, porque aman desaforadamente la uniformidad de ideas y el asentimiento acéfalo. Por eso toda dictadura – y lo que se vive actualmente en Cataluña lo es, aunque se pretenda disfrazar – pretende alejar, silenciar o intimidar a toda persona que disienta. Usted no es quién para hablar de Cataluña, váyase usted de aquí, nos ofende a los catalanes o, más simple y directo, le vamos a pegar dos tiros. Todas esas flores amargas caen a menudo en el jardín de quienes decidimos un día no callar ante el horror, la corrupción y la mafia.
A ese escenario de fantasía, creada por quienes desprecian conceptos como la igualdad, el libre pensamiento o la meritocracia, le resulta aborrecible que se oponga otro construido a base de hechos reales
Si la falsa izquierda pretende disimular la pobreza con el traje raído de una igualdad que no es más que uniformidad en la desgracia, el separatismo hace lo propio, pero bajo la siniestra túnica del sentido de pertenencia de una comunidad que, seas rico o pobre, te hace superior al resto. A ese escenario de fantasía, creada por quienes desprecian conceptos como la igualdad, el libre pensamiento o la meritocracia, le resulta aborrecible que se oponga otro construido a base de hechos reales, de datos sólidos, de opiniones sosegadas pero contundentes, alejadas de la soflama.
De ahí que sería fantástico ver debatir en un plató de televisión a la quimera separatista ante la realidad. Y fíjense que ya no digo realidad constitucional, o de izquierdas, o de derechas, no, digo realidad, porque esta es una y solo una. Pero a la realidad, ¿quién la defiende, quien la protege, quien está de su parte? ¿La obligarían a salir al debate con una mano atada a la espalda, con una mordaza en la boca, sin poder decir en voz alta lo que está pasando? Los partidos, y aquí mucho me temo que todos son en mayor o en menor medida responsables, han hecho que sea la falacia separatista la que venza en ese debate hipotético incluso antes de que pueda celebrarse. Los unos, por cobardía, por miedo a ser tildados de fachas, por temor a ser confundidos con sus adversarios; los otros, por estar en secreta connivencia con lo que defiende el separatismo, por creer que no todos somos iguales, por pensar que la humanidad puede dividirse en algo más que entre la buena y la mala gente. Los unos y los otros han hecho que resulte poco menos que imposible que la realidad tenga siquiera una pequeñísima oportunidad para hacer camino en los debates, en la vida pública, en lo que dicen a diario políticos de uno u otro signo.
Ah, realidad, cuanto peso tienes en nuestras vidas y, sin embargo, que liviana resultas a aquellos que te deforman a su antojo, sin importarles lo más mínimo tu implacable lógica o tu argumentario abrumadoramente certero y fatídico. No, no esperen ver a la realidad debatiendo con nadie en esta ni en ninguna otra campaña. La verdad y la política están reñidas inevitablemente en este siglo de horrores anticipados, próximos, casi inminentes. Un siglo donde predominará la mixtificación impuesta por la casta política sobre esa realidad que, a cada día que pasa, se convierte en una losa más y más pesada de soportar para la gente común, para todos nosotros.
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