A los que, de vez en cuando, escribimos, que solemos ser algo vanidosos, en muchas ocasiones nos da por adornar nuestros escritos con alguna frase rotunda de algún personaje conocido. Y cuando no estamos muy seguros de quién es el personaje, o, simplemente, no lo sabemos, solemos atribuírsela, casi invariablemente, a Einstein o a Napoleón que, a fin de cuentas, no pueden ya protestar demasiado. Pues bien: Einstein, en cierta ocasión dijo que “Nunca pienso en el futuro. Llega demasiado pronto”. Y en aquella sabia reflexión, acertaba sin duda.
Llega un momento en la vida en el que nos resistimos con objetiva espontaneidad a mirar hacia delante buscando algún nuevo hito o referencia
Recuerdo que cuando era adolescente, allá a principios de los años 60, pensaba, con relativa frecuencia, como sería yo en el año 2000. Me asustaba al calcular los años que tendría cuando llegara ese momento, pero me parecía tan lejana que creía que era poco menos que inalcanzable, y me tranquilizaba diciéndome que “¡madre mía! ¡no tiene que pasar todavía agua por el río!” (porque el río, entonces, aún llevaba agua). Intentaba, sin conseguirlo, imaginar lo que ocurriría en mi vida en ese, para mí, inalcanzable período. Era tanto lo que imaginaba que renunciaba, siquiera, a imaginarlo. Ahora, cuando ya hemos sobrepasado con holgura la mítica referencia del año 2000, ya no se me ocurre situarme en otra venidera, sino que, invariablemente, vuelvo la imaginación atrás para recordar, precisamente, aquella adolescencia. Llega un momento en la vida en el que nos resistimos con objetiva espontaneidad a mirar hacia delante buscando algún nuevo hito o referencia. Y, ello nos lleva, sin más, a rememorar el pasado. Ese cambio de actitud que, imperceptiblemente experimentamos todos, no es más que la evidencia de que hemos andado una gran parte del camino de nuestras vidas.
Llega un momento en el que estamos más pendientes del retrovisor, de no salirnos de nuestro carril y de no obstaculizar a los que vienen detrás, que de mirar hacia delante
El tiempo es algo que está ahí, inconmovible, como una autopista. Imagínense una autopista que viene de atrás, de no se sabe dónde, del infinito, y se pierde también por delante hacia dónde tampoco se sabe, hacia un incierto infinito. Está ahí, y seguirá estando, y nosotros circularemos por ella un concreto y determinado tramo. En algún momento, cuando nos incorporamos a la “autopista del tiempo”, como si lo hiciéramos a una real, con todo su tráfico en una hora punta, observamos gran cantidad de coches por delante y por detrás de nosotros. Vamos avanzando por ella y, poco a poco, titubeantes, nos colocamos en nuestro carril. Una vez en él, adquirimos velocidad y avanzamos rápidamente sin darnos cuenta de que, como ocurre en las autopistas reales, imperceptiblemente, el tráfico se va volviendo más fluido, cada vez hay menos coches por delante del nuestro. Tanto es así que llega un momento en el que estamos más pendientes del retrovisor, de no salirnos de nuestro carril y de no obstaculizar a los que vienen detrás, que de mirar hacia los que nos quedan por delante. Sin terminar de darnos cuenta de que nadie quiere adelantarnos. Es ese momento que creemos tener tan claro el futuro que ya sólo nos importa lo que dejamos atrás.
Todo esto se me ocurre porque a principios del próximo mes de julio es mi cumpleaños. Todos los años, por estas fechas, me pasa lo mismo. Hay unos días en los que casi me obsesiono por el enigma del “tiempo”. Invariablemente, estos días, pienso mucho en lo que ya he vivido, y siento intranquilidad por lo que aún puede quedarme por vivir. Llegas a la conclusión de que sólo tienes el pasado, lo vivido, porque, como decía Azaña, “lo que pasará mañana no lo sé y, además, no me importa” y no debe ser asi porque si nos debe importar por nuestros hijos. .Y mi realidad es que cada vez que cumplo años soy consciente de que me voy aproximando a esa edad en la que la sociedad te retira, y en la que, definitivamente, sólo te quedarán los recuerdos. Y ya estoy lo suficientemente cerca como para comprender más día a día a esas personas que veo pasear por la calle pendientes de lo que les duele en ese momento, y buscando afanosamente a algún conocido con quién poder iniciar una conversación. Y no hablarán del futuro, sólo evocarán lo que fue, o, como mucho, discutirán sobre lo que pudo haber sido y no fue. Discutirán sobre lo que hicieron bien y sobre lo que se equivocaron, y pensarán, cada uno, interiormente, sin decirlo, intentando que nadie sepa lo que piensan, que ya no tendrán oportunidades para volver a equivocarse.
Pienso que la sociedad en la que vivimos ha resuelto, afortunadamente, casi todas las cuestiones económicas y que influyen en el bienestar material de los que ya no trabajan
Me perdonarán, pero hace tiempo que quería hablarles de esas personas que pasean o se sientan en los bancos de los jardines a media mañana. En mi barrio hay muchas personas mayores y, según los estudios, dentro de poco, más del 20 por 100 de los ciudadanos lo serán. Pienso que la sociedad en la que vivimos ha resuelto, afortunadamente, casi todas las cuestiones económicas y que influyen en el bienestar material de los que ya no trabajan (y aún estarán más resueltas cuando acaben las estúpidas discusiones entre los gobiernos autonómicos y el central), pero nadie puede construir el futuro de cada uno. Porque estoy seguro de que estas personas que observo paseando recordarán los días en los que se enfadaban por recibir demasiada correspondencia no deseada, porque tenían que atender demasiadas llamadas telefónicas inoportunas, o porque tenían que hacer caso y sonreír a demasiados amigos, reales o supuestos. Ahora reciben pocas cartas, pocas llamadas, y los amigos no los ven cuando van por la calle, o sólo les saludan desde lejos. Aunque muchos no lo adivinen, la única diferencia es que antes trabajaban y ahora no.
Y es que trabajar, aunque sea en algo que creamos poco importante, supone, siempre, tomar decisiones. Y cuando se toman decisiones se está especialmente activo. Se tiene poder, mucho o poco, y se está construyendo el futuro. Cuando se dejan de tomar decisiones ya sólo queda el presente. Por eso el futuro de cada uno se construye desde el pasado, a lo largo de una vida. Lo malo es que se necesita toda una vida para saberlo.
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