Carretero, mi padre, no puede evitar una sonrisa cuando ve en internet las bromas que circulan por todas partes. “Si te apuntas al gimnasio de la universidad Rey Juan Carlos adelgazas sin ir”. “Voy a hacer un máster en la Rey Juan Carlos”, dice uno; “Tráeme otro a mí”, le contesta el otro. “Millones de españoles descubren que tienen un máster de la Rey Juan Carlos; la universidad ha concedido másteres a cualquier persona que no haya ido a sus clases, no solo a Casado y a Montón”, asegura El Mundo Today. “Ignacio Escolar obtuvo un máster el periodismo de forma irregular, según ha descubierto él mismo. Exige la dimisión del director del diario que dirige”, del mismo medio.
–Pero ¿a ti te hace gracia esto?
–Sí –le digo–, no puedo evitarlo.
–Bueno, la verdad es que a mí también…
Ya le da la risa de verdad cuando le digo, en broma, que los redactores jefe de todos los medios de comunicación de España, desde El País a El Adelanto Bañezano, han enviado hordas enteras de becarios a fisgar en los archivos de todas las universidades, institutos de enseñanza media y guarderías preescolares del país. Como se descubra que Íñigo Errejón le quitó el chupete a otro niño y lo tiró al suelo (al chupete o al niño, eso da igual) se la carga por delito de odio. Y si en vez de niño era niña, tendrá que dimitir y será quemado vivo en las hogueras del twitter. Repito que le digo esto a mi padre en broma. Pero no sé si es una broma.
A mí quienes me preocupan de verdad son los estudiantes de la Rey Juan Carlos, los de ahora; que no sé cuántos serán, supongo que alguno debe de quedar. Imagínense dentro de unos pocos años, cuando alguien le pregunte a otro qué ha estudiado. “Pues…” (pausa, rubor, voz baja) “yo tengo un master el Derecho Tributario por la Rey Juan Carlos, pero no lo comentes, ¿eh? Mi madre piensa que pongo copas en un club de carretera y está feliz”.
¿Quién era lo bastante desaborío como para renunciar al regalo de un máster en Papiroflexia Cuántica a condición de que un día te acordases de tus profesores?
¿Qué va a ser de esos pobres muchachos? ¿Cómo se ganarán la vida? Cuando se sepa que estudiaron en esa universidad, y peor aún, si cometieron la villanía de hacer un máster que les salió por un ojo de la cara, ¿quién les hará la caridad de contratarlos por seis días para poner bocadillos en un Pans o para descargar camiones? ¿Hasta cuándo vivirán con sus padres, si es que estos no sucumben al odio unánime de los vecinos y piden a sus hijos que se vayan de casa? ¿Conseguirán pareja? ¿Cómo lograr que te quieran cuando te ves obligado a decir: “Tengo un máster por la Rey Juan Carlos, pero yo te juro, Angelines, que fue sin querer”?
Lo peor de todo es que ninguno estamos a salvo. Yo mismo tengo un máster, sí, ustedes sabrán perdonar. En Periodismo. Pero por la Autónoma de Madrid y el diario El País, no se vayan a pensar lo que no es. No me costó un duro porque las pruebas de acceso me salieron muy bien y entré con beca, pero ¿se imaginan ustedes que eso llegase a saberse hoy? ¿Qué pensaría mi familia de mí? ¿Y mis amigos? ¿Y la gente a la que no le caigo bien?
–No exageres ni te subas a la parra –dice mi padre–, pensarían lo mismo que tanta gente. Que mejor para ti si te lo dieron sin merecerlo, que no es tu caso, y también que peor para ti por dejarte pillar. Es la mediocridad generalizada. Es la pequeñez, Luis, la pequeñez moral. La ambición de lo pequeño, de lo que brilla aunque no sirva para nada.
–Y esa pequeñez no hace distinción entre gente de izquierdas y gente de derechas, me parece.
–No las hace.
En España hay 84 universidades, entre públicas (52) y privadas (32). En Francia, por ejemplo, hay 90, pero con 20 millones más de habitantes. Si a nuestras universidades añadimos las escuelas de negocios y otros organismos parecidos, nos vamos a 171 entidades. En el ámbito privado, muchas de esas instituciones necesitan, vamos a decirlo suavemente, buenos amigos, y esos están siempre en las elites políticas y financieras del país. En Estados Unidos, por ejemplo, a los benefactores, patrocinadores, mecenas, patronos y otros buenos amigos semejantes, la universidad a la que ayudan o financian les pone una placa de mármol en el vestíbulo, da su nombre a una cátedra o a un aula o a una biblioteca, y, como es natural, la donación sirve a los amigos de utilísimo beneficio fiscal. En España no es así, por lo que algunas universidades (o algunos golfos colados en ciertas universidades) pretenden ganar buenos amigos a base de regalarles títulos universitarios después de hacer el correspondiente paripé: no van a clase como los demás, se les cambian las notas o las fechas de las matrículas, o se mira para otro lado cuando el futuro buen amigo (o amiga) se marca un trabajo académico minuciosamente fusilado de El rincón del vago, gloriosa página que tantos esfuerzos ha hecho y sigue haciendo para mantener la legendaria mediocridad de nuestros estudiantes.
Como se descubra que Íñigo Errejón le quitó el chupete a otro niño y lo tiró al suelo (al chupete o al niño, eso da igual) se la carga por delito de odio
Y hasta hace poco nunca pasaba nada. Pero ahora los curricula se han convertido en crímenes. Cristina, Pablo, ahora Carmen. A quién le amargaba un dulce, vamos a ver. Quién era lo bastante desaborío como para decir que no cuando te proponían obsequiarte un máster en Papiroflexia Cuántica a condición –presumiblemente; siempre presumiblemente– de que fueses buen chico y te acordases de tus profesores, de tu alma mater, si estos lo llegasen a necesitar. Podrías poner un par de líneas más, un par de diamantes de plástico más en tu currículo. No servirá para nada, será todo mentira, pero nadie lo sabrá y tú podrás fardar un poco más, sacar pecho, lo que ahora se llama posturear. Y a quién le hace daño eso, si nadie se va a enterar.
El problema es cuando tus compañeros de partido, que te quieren tanto –Churchill: “Hay adversarios, enemigos y compañeros de partido”– lo saben y deciden llevarte al patíbulo entre los salivazos de los sayones del twitter. Estás perdido. Por dejarte pillar, imbécil; no por hacer lo que cualquiera de los que te escupen haría, si pudiese. En esas risas de internet y en esas burlas hay más miedo que vergüenza.
Y vergüenza hay a calderos. Por todas partes.
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