Pedro Sánchez acaba de nombrar a Patxi López portavoz del Grupo Socialista en el Congreso diez meses después de haber nombrado a Héctor Gómez, a quien nadie conoce salvo por su sectarismo. Con este y el resto de recambios que ha decidido unilateralmente el señor que se ha apropiado del PSOE (María Jesús Montero, número 2 del partido, y Pilar Alegría, portavoz en el Senado), se observa la preocupación del presidente por la situación en la que se encuentra el partido y su intento casi desesperado por tratar de dar la vuelta al hartazgo popular y a las encuestas, incluida la suya propia, o sea, la de Tezanos.
Su objetivo es que, si no se salva él, al menos se salve el PSOE; es decir, que su batacazo electoral al menos no sea de tal calibre que incluso la supervivencia del centenario partido pudiera estar en entredicho, no vaya a ser que le echen la culpa a él de lo que en el fondo no es sino un fracaso colectivo, unos por acción culpable y otros por omisión cobarde, incluidos los supuestos críticos. Tras este nombramiento, Patxi López será el encargado de explicar la posición del PSOE en el Congreso de los Diputados, es decir, será la voz de Pedro Sánchez, lo que viene a ser lo mismo porque así se lo han permitido.
El portavoz es el elegido por un grupo para dar la opinión consensuada del mismo. Las características de todo buen portavoz son la naturalidad, la honestidad, el talante, el saber estar, la autoconfianza, el estar bien informado, la credibilidad, la claridad, el uso de un lenguaje llano y entendible, una buena relación con los medios, desplegar un argumentario convincente y ser positivo, respetuoso, empático, asertivo y versátil. Por resumir, debe ser creíble y natural, tener experiencia y estar bien informado.
Según Séneca, "el discurso de la verdad debe ser simple y sin artificio". Pero ahora, antes que la verdad, se trata de seguir los dictados del líder supremo y de la secta y de atacar al adversario político con razón o sin ella, anteponiendo el continente al contenido, o sea, las siglas a las ideas y al debate sosegado de las mismas. Lo demás es irrelevante. Se trata de vender el producto, aunque sea mercancía averiada. Se trata de mentir bien antes que de decir la verdad tal como es; se trata de despedazar al adversario, convertido en enemigo, antes que de ser justo y ecuánime. Y a eso se dedicará Patxi López.
Patxi López fue candidato a la secretaría general del PSOE. Para el recuerdo queda la frase que le espetó al hoy presidente en el debate de candidatos: "Vamos a ver, Pedro, ¿sabes lo que es una nación?". Que uno u otro lo supiera o no, da casi lo mismo: según su predecesor Zapatero, España es un concepto discutido y discutible pero afirma sin embargo que España es una nación de naciones sin inmutarse, sin especificar exactamente cuántas y cuáles. Los partidos políticos son más que nada grandes sectas que obran de esta o de aquella manera solo para lograr una mayoría de votos; que tal cosa o la contraria sean o no verdad es casi lo mismo; importa lo que parece, mucho más de lo que es realmente, porque todo es relativo y moldeable según las circunstancias y las necesidades.
Su balance como 'lehendakari'
Patxi López goza en ciertos ámbitos de cierto prestigio; debe de ser porque hablamos del que ha sido nada menos que el único (y quizás el último) lehendakari no nacionalista. No es poca cosa, salvo si recordamos que su balance fue paupérrimo y abrió definitivamente la puerta al nacionalismo para ser predominante y casi absoluto. Hoy nadie discute que gobernará el nacionalismo siempre, y algunos incluso piensan que Otegi será algún día lehendakari. Un relevante diputado socialista en el Parlamento Vasco me lo dijo con claridad meridiana recién elegido López lehendakari: "Ahora nos disfrazamos de nacionalistas y gobernamos toda la vida". Y ocurrió justo lo contrario: aquel gobierno no pudo ni agotar la legislatura. La gente prefiere el original a la copia. Si incluso los que decían ser alternativa se comportan como actúan los nacionalistas, es que no hay alternativa posible sino asunción del pensamiento único. Para qué comernos la cabeza.
Durante su mandato, la legislatura fue un fracaso inapelable producto de la cobardía y la falta de coraje para impulsar el cambio político que Euskadi necesitaba. Una oportunidad arrojada a la papelera. El resultado podría aceptarse pero no la falta de convencimiento. Fue como rendirse nada más comenzar el partido; como asumir que eres un gobierno ilegítimo. Además, no se cumplieron los propósitos que se prometieron.
Durante aquella legislatura, no hubo ni redimensionamiento del sector público ni supresión de los chiringuitos nacionalistas, después de años denunciando su existencia; no hubo cambio en la política lingüística aplicada por los nacionalistas: siguió siendo tan imposible como antes estudiar en español y el acceso al empleo público siguió estando vedado para los que no saben vasco, incluso en puestos donde su conocimiento es innecesario. La EiTB siguió estando al servicio del ideario nacionalista y seguimos con nuestros impuestos financiando a las ikastolas francesas. Ni que decir tiene que el concierto económico no se puso nunca en cuestión sino todo lo contrario: se defendió el privilegio con uñas y dientes. Siguió extendiéndose la idea de que el País Vasco es una isla soberana e independiente del resto de España y se abrió la puerta a la "profundización del autogobierno".
Respecto a la política antiterrorista, cualquier cosa iba a ser mejor que un lehendakari del PNV, pero no atendió como merecían a las víctimas de ETA. Lo peor fue la asunción del lenguaje y del pensamiento nacionalista. Y es que lo peor no son los nacionalistas sino los que, sin supuestamente serlo, se comportan en la práctica como si lo fueran.
Patxi López será ahora el portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados, otro intento desesperado de Sánchez por evitar el naufragio definitivo de sí mismo y de su nave, de la que es comandante absoluto. En el fondo, ya da igual lo que Pedro Sánchez decida y lo que Patxi López diga o haga. El mal está ya hecho y el PSOE no tiene remedio.
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