La semana pasada alertábamos del retorno de la deflación, previsión fácil en una economía que se enfría y en la que los precios apenas crecen un 1,1% en tasa anual; tema distinto es que el pensamiento dominante ni siquiera considere esa posibilidad, dado lo extraño del fenómeno, y por ello hablamos del ideario colectivo sobre qué es la inflación y el crecimiento, con los prejuicios presentes que de él se derivan y que tanto afectan la gestión pública y privada; finalmente, también alertamos sobre los negacionistas de todo tipo, que también saltaron con los argumentos de siempre, pues así va esto.
Con aquellas bases, en las que destacan la condición sistémica del fenómeno deflacionario y su intermitencia, habría que enmarcarlo en la situación global actual, una en la que la impronta americana es lo determinante. Así que hoy exploraremos dos casos históricos, uno en el que se aplicaron políticas liberales y en otro socialdemócratas, a ver que podemos aprender de ellos.
¡Roma vincit!
Eso es lo que piensan siempre los optimistas del Establishment cuando se lanzan a sus aventuras pagadas con el sufrimiento de los pueblos. Hoy, el ajuste de sus inventos, a los que tanto rendimiento sacaron, lo intenta hacer ese personaje tan peculiar que es Trump, uno que sin duda acierta en su enfoque hacia China y que también ha dado un toque a India. Todos los imperios globales, fuera el español, el británico o el actual estadounidense, con sus luchas internas y malas estrategias, han creado monstruos a los que debían contener para mantener su Pax antes de que les devorasen.
Como ocurriera con Japón, Estados Unidos intenta resolver sus desequilibrios económicos con China, tras ella vendrá Europa y, mientras los estadounidenses hacen récord de inversión en robótica, el escenario deflacionario gana puntos. En realidad el verdadero problema de todas las naciones industriales no es China, ni Rusia, que es cosa de negocios, sino uno más antiguo y más cercano, está al sur y si no hacemos las cosas bien nos pillará con un país zombi, pero esa amenaza ya lo tratamos y no es el de hoy. Obviamente no vamos a dar la nota remontándonos a las malas reformas de Diocleciano, como tal vez haría Garicano, ese socialdemócrata travestido de liberal, pero sí creo que deberíamos explorar dos casos históricos paradigmáticos que los especialistas siempre contemplan al tratar este tema.
La Larga Depresión
Así se conoce a la que se inició con el crack de 1873 y que, con quiebra de los ferrocarriles de Henry Strousberg, que reventaron las bolsas austrohúngaras desencadenado un efecto dominó global; como seguramente sabrán quienes viven en Madrid en el barrio de Salamanca, en España esto ocurrió antes, pues el ciclo largo nuestro de entonces duró menos. El crack bursátil global produjo 65 meses de depresión, es decir, crecimiento real negativo y deflación; luego, incluso bajo episodios proteccionistas (McKinley), cuando se empezó a crecer, siguió la deflación otros veintiocho años (siguiente gráfica, datos para USA), aunque, dada la intermitencia del fenómeno, podría haber argumentos a favor de que la deflación sistémica solo la paró la Primera Guerra Mundial, puesto que en adelante hubo datos bajos y alguno negativo.
Discrepancias y debates académicos aparte, lo que nadie niega es que durante aquellos años, décadas, de deflación, con períodos depresivos durante las recesiones, hubo un aumento considerable del nivel de vida, favorables al ahorro de los particulares y adversos para los deudores y la banca, las potencias líderes supieron afrontar la situación y bajaron niveles de deuda pública considerablemente altos, la Pax Británica llegó a su máximo esplendor y promocionó al máximo el liberalismo, cuyo desarrollo se frenó con la muerte de ese gigante que fue Gladstone, justo cuando abordaba "la cuestión social", bandera arrebatada desde entonces por extremistas mientras los oligarcas de partido hacen lo propio con el liberalismo, destruyéndose el parlamentarismo y trayendo el salvajismo y el discurso soez a la política. Por sus extremos, Estados Unidos culminó la conquista del lejano Oeste y Rusia la del lejano Este, Japón, Francia, Alemania y Estados Unidos se convierten en potencias industriales y España e Italia dan un salto industrial muy importante. Como se ve, la deflación no es contraria al progreso si sabe utilizarla de forma inteligente.
También fue un período de grandes migraciones, bastante controladas, de europeos a las Américas, y a Rusia también, donde, por ejemplo, los hermanos Nobel probaron fortuna en el petróleo; pero hablamos de una emigración benéfica, muy productiva, de alta cualificación relativa y excelente integración, no como la de ahora, que sigue los intereses de los globalistas, que menudas fortunas deben estar haciendo a nuestra costa, que en esto sí le interesa el "laissez faire, laissez passer".
Aquel fue también un período de gran progreso para las ciencias en general y la Economía en particular, aunque su reflejo siempre me ha dejado la inquietud de si, en el mejor de los casos, nos espera una economía "estacionaria", como cuando Roma alcanzó su apogeo; las implicaciones serían tremendas y preferibles a las que se vislumbran con la socialdemocracia que padecemos. De su inicio, con el crack bursátil global, también destacó el primer error garrafal de las profecías marxistas sobre el colapso del capitalismo, fallo que Marx justificaba por los descubrimientos de oro americano (The Gold Rush) y que luego se vio no fueron una aportación tan importante a la oferta monetaria; aún así, queda el prejuicio de que hay que aumentar la cantidad de dinero para luchar contra la deflación, ¿aunque sea buena? Que no, que con esquemas rígidos, que luego se intentan compensar con falsas heterodoxias (para pillar), no se hace buena Economía.
Japón y nuestro rompecabezas
Japón es un caso paradigmático de uno de los países extremadamente favorecido por la Pax Británica que luego se convirtió en uno de sus monstruos; con la Pax Americana también, y cuando su su Establishment intentó un envite y la fastidió. De estar en lo más alto en 1990 hoy tiene unos datos demográficos de vértigo y una deuda sobre el PIB del 260%, tras su lucha socialdemócrata contra la deflación; luego está su bolsa, que menuda ruina para los inversores a largo plazo, su banca zombi y sus empresas sin capacidad de expansión. Pero bueno, aún así, aquí tiene sus fans, como aún los hay del carlismo, que en España nos quedamos enganchamos como nadie a ideas imposibles. Y todo empezó por enfrentarse a la Pax Americana, como hacen ahora Merkel y su ejército de forofos y vividores de lo público en toda Europa.
Lo que más molesta del enfoque japonés, de sus consecuencias casi todo, es que los causantes del desastre son los partitócratas del PLD, el Partido Liberal Democrático, casi siempre en el poder, que más que partido casi parece una "yakuza" política, que no es liberal porque trabaja para los oligopolios y está encantado con el sistema electoral proporcional de listas de partido, instrumento perverso para integrar a las masas al Estado. ¿Hay algo más anti-liberal? Tampoco es demócrata porque no hay representación del elector ni división de poderes. Todo mentiras y ahí siguen, fundiéndose el país.
Está claro pues que a la hora de enfrentar un problema sistémico la forma de gobierno es crucial y, pensando en Europa, donde siempre he dicho que nos harán un "japonés", habría que añadir a nuestra partitocracia la realidad de que esa forma de gobierno, propuesta por la élites europeas de los americanos tras la Segunda Guerra Mundial y que solo Francia alteró significativamente, es la que, erróneamente, parecen querer quienes dirigen la Pax Americana. Todo un rompecabezas en vísperas de elecciones en que es difícil no preferir un bloqueo institucional, que así harán lo que se les da mejor: no hacer nada, no sea que lo pongan peor.
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