Esta semana muchos celebraban la desaparición de los peajes en cientos de kilómetros de autopistas por toda España. La ministra de fomento, en unas declaraciones campanudas, afirmaba que este era un paso que reflejaba el compromiso del gobierno con la "movilidad sostenible". La cifra más repetida durante toda la jornada fue la de 750 millones de euros, el ahorro estimado según las autoridades de esta medida.
Por desgracia, ambas aserciones son completamente absurdas. Eliminar los peajes hará la red de transportes menos sostenible, y el ahorro de 750 millones es completamente ficticio.
Aunque muchos insistan en lo contrario, los transportes son un mercado como cualquier otro, y también se rige por la ley de la oferta y la demanda. La única diferencia es que los precios son un poco menos transparentes u obvios para los usuarios, y quien los paga es a veces un tanto opaco.
Cuando decidimos qué medio de transporte vamos a utilizar para, digamos, desplazarnos entre Barcelona y Valencia, miramos esencialmente tres factores. El primero, el tiempo de viaje, que es un coste que debemos asumir; el valor que le damos a madrugar más o menos o estar más o menos tiempo en el destino es parte del precio del viaje. Segundo, miramos el coste directo que pagaremos de nuestro bolsillo, que será el precio del billete de tren, avión o autobús, o el coste de la gasolina y los peajes. Tercero, miramos a nuestros costes fijos; si tenemos un coche, el seguro, depreciación, y las letras que nos toca pagar cada mes.
Pagar en horas perdidas
El mercado de transporte tiene la particularidad de que estos costes a menudo no reflejan el coste total de nuestro desplazamiento. Por ejemplo, cada coche adicional en una autopista aumenta el coste en tiempo de hacer el trazado al resto de coches que están circulando. Este aumento es infinitesimal en una vía con poco tráfico, pero aumenta rápidamente según aumenta el grado de congestión. Si todo el mundo coge el coche para ir a Valencia y todos acabamos haciendo 27 km de atascos para salir de Barcelona, estamos haciendo "pagar" al resto parte de nuestro viaje en horas perdidas.
Por añadido, el mantener las infraestructuras no es algo gratuito. Si una autopista está cobrando peajes para pagarlo, el coste de su uso está incluido en el precio del viaje. Si, en cambio, se puede circular libremente, esa factura la pagamos con impuestos y el coste recae parcialmente en aquellos que no están cogiendo el coche. Siempre es posible recaudar utilizando el impuesto sobre hidrocarburos (pero entonces los coches eléctricos están viajando de gorra) o el impuesto de circulación, pero en ese caso los conductores que hacen desplazamientos cortos están subvencionando a los que hacen desplazamientos largos.
El vehículo privado, sea eléctrico o de gasolina, es muy, muy, muy de lejos, el medio de transporte más ineficiente a nuestra disposición, con la única excepción de aviones pequeños en viajes cortos
De todos los costes que no se pagan directamente al circular, sin embargo, el más oneroso son las externalidades que produce el vehículo privado, tanto en emisiones como las distorsiones que genera su uso. Sobre las emisiones, llevamos un verano de incendios forestales colosales, sequías, huracanes, temporales y tormentas espantosas por todo el planeta, con olas de calor sin precedentes allá donde mires. El cambio climático es un hecho, y reducir emisiones debe ser una prioridad. El vehículo privado, sea eléctrico o de gasolina, es de muy, muy, muy lejos, el medio de transporte más ineficiente a nuestra disposición, con la única excepción de aviones pequeños en desplazamientos cortos (el avión es relativamente eficiente en viajes largos), así que subvencionarlo es una idea estúpida.
Aparte de las emisiones, a menudo se olvida cómo el uso del coche condiciona de manera extraordinaria el aspecto que tienen las ciudades donde vivimos, y el enorme gasto público que requiere acomodarlos. Meter coches en una ciudad exige cederles enormes cantidades de espacio no sólo en nuestras calles, sino en lugares donde almacenarlos cuando no los estamos utilizando. El problema es que el vehículo privado es muy ineficiente tanto en volumen de desplazamientos por unidad de espacio utilizada comparada con trenes, autobuses, bicicletas o peatones, como que además exige desperdiciar toneladas de espacio para poder aparcarlos. Pensad en cada plaza de aparcamiento, cada calle, cada carretera y cada vial y su coste directo en construirlo y mantenerlo, sino también su coste de oportunidad; todo lo que podríamos hacer en ese mismo espacio si tuviéramos menos coches en nuestras calles. El coche eléctrico, por cierto, quizás no contamine, pero perpetua este uso ineficiente del suelo.
Es imperativo, por tanto, asegurar que todos los costes que genera su uso estén incluidos en el precio de cada desplazamiento. Y eliminar peajes va, obviamente, en dirección contraria.
Hacer las autopistas gratuitas aumentará la demanda, ya que estás reduciendo el precio, así que tendrás más coches circulando en ellas. El coste de mantenerlas no sólo aumentará, sino que además estarás descargando parte de este en los bolsillos de gente que no las utiliza, subvencionando de facto su uso. Por si fuera poco, estos factores son un incentivo descomunal para aumentar el uso del medio de transporte más dañino para el medio ambiente y que afecta más negativamente a nuestras ciudades. La idea de que eliminar peajes nos "ahorra" 750 millones es una ficción absoluta. Los usuarios de las autopistas quizás no tengan que pagar ese dinero, pero socialmente ese coste nos lo vamos a comer entre todos.
Hace unos meses, el Gobierno propuso la idea de imponer "un sistema de pago por uso de la red de vías de alta capacidad que permita cubrir los costes de mantenimiento e integrar las externalidades negativas del transporte por carretera como sucede en el resto de infraestructuras" en su rimbombante Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Es una buena idea. Las palabras de la ministra estos días, sin embargo, me hacen dudar que sigan teniendo la intención de impulsarlo.
Sé de sobra que esta es la clase de afirmaciones que son políticamente suicidas, pero las autopistas deben ser de peaje. Si queremos un sistema de transporte sostenible, debemos pagar el coste real de desplazarnos, sin subvenciones encubiertas a aquellos que más contaminan.
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