Marco Aurelio fue un hombre fascinante. Pocos como él, el más poderoso hombre en el año 161 de nuestra era, reflexionaron con tanto acierto sobre el poder, su utilización y consecuencias. Era un hombre moderno, acaso bastante más que los que dejan su huella en las redes sociales y pretenden escribir en unos folios la España de 2050. Moderno, digo, que no actual, que ya se sabe lo viejo que puede ser lo que luce joven. Aquel emperador de origen hispano sigue hoy tan presente no tanto por su forma de gobernar el Imperio sino por su legado literario y filosófico. Sus Meditaciones están en nuestras bibliotecas por pura casualidad. El título, al parecer, se lo pusieron unos monjes en el Siglo XI cuando lo traducían, pero él jamás lo llamó así porque nunca pensó en que alguien lo fuera a leer. Escribía, como tantas personas, para él mismo, y de hecho así es como llamó a su obra: Cosas para mí mismo. Reflexionaba, escribía lo que pensaba, y en casi todas sus reflexiones anda siempre la idea de lo efímero y coyuntural, que es todo lo que rodea a la existencia humana.
Tras leer todo lo que uno puede leer sobre el nuevo gobierno que viene, abrí al azar el libro del Marco Aurelio. Tan generoso es con el lector que le da esa prerrogativa que sólo tienen los libros ya leídos: ábreme por dónde quieras y te hablaré, que eso parece decirnos el hombre que nació hace 1.904 años. Y lo abrí, y esto es lo que está escrito en el libro IV, 35: "Todo es efímero, tanto el que recuerda como el recordado". No pude evitar detenerme un instante y pensar que está escrito por el que era amo del mundo. Y es entonces cuando apreciamos estar cerca de un hombre moderno, excepcional, y posiblemente único entre los miles que han tenido tanto poder en sus manos.
En un divertido juego de palabras a estas alturas nada original, los periodistas de fuentes y charcos que siguen al Gobierno y al PSOE, venden el movimiento conocido el sábado como un juego en el que Sánchez se ha comido al sanchismo. Sánchez se come a Sánchez, y esa comida resulta inagotable.
Sánchez, un Prometeo del Siglo XXI
Con toda seguridad, Marco Aurelio conocía la historia de Prometeo. Zeus lo capturó por haber llevado el fuego a los hombres, y por eso fue encadenado a una roca que puntualmente visitaba un águila que se comía su hígado, pero sin consecuencias, porque la entraña se regeneraba todas las noches, y así el águila tenía comida todos los días y Prometeo seguía con vida. Eso es Pedro Sánchez, a ratos Prometeo, por momentos el águila. Ha cambiado el Gobierno, y eso es lo que nos parece a todos, pero vuelve a aparecer con las mismas trazas: sanchismo clásico y vetusto por otro desconocido y por catar. Dará igual. El cambio es sólo una anécdota, porque los peones entran y salen mientras él es el rey del tablero. Y del partido. Dicen las crónicas que el Gobierno es ahora “más PSOE”. Bien, y qué es el PSOE sino Sánchez. El Gobierno, la Ejecutiva, el Comité Federal es Sánchez.
Adiós a los balbuceos de la ministra Montero
Llegan tres alcaldesas, entre ellas una nueva portavoz que uno espera entender lejos de los anacolutos, solecismos y pleonasmos de la ministra María Jesús Montero. Ahora Óscar López, un político de la academia de Pepe Blanco que plácidamente veía pasar los días en su sillón de Paradores a 180.000 euros al año, es justo lo que el partido necesita. ¿Antes no? Por eso no es de extrañar que José Luis Ábalos se esté preguntado si fue para esto para lo que ganó una guerra. La de Sánchez, claro.
Se van todos quemados. Carmen Calvo mandó lo que nunca imaginó, pero ha perdido su último pulso con una ministra improbable que gasta un feminismo trasnochado y borde. Y Ábalos, uno que no fue vicepresidente de Sánchez porque el destino lo hizo varón y un día dijo eso de "yo vine para quedarme y no me echa nadie". Y Celaá, y el ministro de los infames indultos que pasará a la historia por los indultos infames. Y sobre todo, Iván Redondo, un consultor de provincias que hizo carrera con un político que cada mañana al despertar se pellizca el brazo mientras se pregunta si es verdad que él es el presidente del Gobierno de España. Redondo ya mira la vida pasar desde el barranco, y siente con enorme melancolía que ahí, en el despeñadero, está él solo. ¡Ay, Pedro, dónde estás Pedro!
Un borrachera de poder acabó con Redondo
Aunque no haya culminado el sueño de ser ministro, Redondo bien puede estar agradecido a Sánchez. A fin de cuentas vivió el sueño de la política real dentro de una serie de televisión. Este muchacho, que se dispone a hacer las Américas -en Haití y Cuba tendría trabajo- anuncia memorias y sólo tiene 40 años.
No hace falta preguntar en qué alta estima se tiene el gran asesor, pero sí por lo que queda del Plan España 2050, ese mamotreto que con tanto boato preparó su Oficina de Prospectiva y Estrategia. Pura bambolla.
Después de Pablo Iglesias, Iván Redondo. Poco a poco Sánchez va haciendo su trabajo. Al primero le hizo creer que mandaba. Al segundo, como si de un cardenal jubilado se tratara, le dio algo más que poder, influencia en Moncloa pero no en Ferraz, donde este martes siguen celebrando su caída al barranco con regocijo. ¡Ay Pedro, dónde estás Pedro!
Iceta, ¡si te pilla José María García!
De Miquel Iceta, que tanto dice sentir la mudanza ministerial, es mejor no hablar. Mejor no hacerles perder el tiempo con una anécdota y un hombre que ha terminado en una cartera inapreciable por inexistente. O algo no sabemos o poca es la calidad de quien acepta su muerte política como un cordero silencioso. Ahí lo tienen, de Cultura….y Deportes. ¡Si lo llega a pillar el José María García de sus mejores tiempos!
Todos han vivido estos años sin reparar en lo efímero que es el poder cuando se ejerce con esa mezcla turbulenta de soberbia e incapacidad.
¿Qué queda del paso de los ministros que se van? Pues lo mismo que quedará cuando Sánchez tenga que cambiar el colchón en el que duerme. Nada o casi nada para el bien de España. Sánchez echa a los ministros sanchistas para quedarse él. Lo llaman renovación, pero es sólo una forma de sobrevivir. En su persona queda claro como nunca que el carácter de un hombre es su destino. Sobrevivir es el suyo. El problema son los otros.
La vuelta al periodismo plasma
"Yo sé quien soy" decía don Quijote, y eso es lo que me parece que piensa Sánchez cuando, sin periodistas que le pregunten, no vaya a ser que le saquen una verdad, explica su nuevo gobierno. Pedro, Pedro, tantas veces negaste a Rajoy por sus apariciones en el plasma, tantas y ahora tú te muestras incapaz de soportar unas cuantas preguntas.
El nivel de degradación de la democracia española, y el de nuestra profesión de periodistas, ha llegado a tal punto que justo es decir que no hay en este país el que, por acción u omisión, no tenga lo que merece. Pero a la baja, siempre a la baja, como en los sitios donde han mandado y mandan los comunistas.
El historiador François Furet tiene escrito que el problema del comunismo es que sobrevive como mito en la cabeza de quienes evitan la contrastación con la realidad. Lo mismo pasa mientras se tiene el poder, cuanto más lejos de la realidad más fácil digerirlo con la mirada puesta en la eternidad.
En el fárrago en el que la política vive, los cambios nos entretienen. Poco más. Pero llegará el momento también para el que recuerda, y entonces sabrá lo insignificante que es todo lo recordado, pero sobre todo, los recordados. No olvides presidente el verso de Felipe Juaristi: "Los ojos del infinito miran a lo pequeño". ¿Podrás entenderlo?