La izquierda se ha caído del cartel en las autonómicas de Castilla y León. Estrepitosamente. Como esos matadores cobardones, han decidido quedarse en el hotel para no enfrentarse al endiablado morlaco. Poco se le va a ver el pelo a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz en la campaña del 13-F. La vicepresidenta comunista incluso se ha borrado del mitin final. "Problemas de agenda". La derrota está cantada, el cornalón, asegurado. Para PSOE y UP. Que trastreen los subalternos y que se lleven ellos el revolcón. "Estoy vencido, como si supiera la verdad", puede recitar el presidente del Gobierno en línea Pessoa.
La factoría de ficción de la Moncloa, que dirigen Óscar López y los Migueles de Prisa (Barroso, Contreras y viceversa), prepara ya el escenario after-batacazo. Otean el calendario que viene, con unas andaluzas que también amenazan desastre y, sobre todo, un 2023 erizado de urnas, quizás adversas. Se trata de recomponer la maltrecha figura del presidente a cualquier precio, de espantar el mal fario que parece haber aterrizado en su entorno tras la defenestración de Iván Redondo. 'Operación empatía' han bautizado burlonamente los coleguillas del antiguo gran gurú la ardua labor de refacción que toca ahora acometer.
El primer intento resultó un fracaso sonoro. Fue un lifting en profundidad, con una purga implacable de los nombres más groseros y antipáticos del Gabinete (Ábalos, Carmen Calvo, el propio Iván...) y la recluta de un cuarteto de ministras jóvenes y sonrientes, las meninas de la nada, tan expertas en la cosa pública como Adriana Lastra en aggiornar su outfit. Se ensayaron performances inauditas. Sánchez acudió a una residencia de mayores, saludó en la calle a una señora perniquebrada y le firmó en la escayola, acarició cabecitas de escolares, visitó un centro de refugiados, consoló a alcaldes desesperados por los incendios..., sólo le faltó acompañar a algún doliente a Lourdes. Ni por esas. Ni el guion resultaba convincente ni el protagonista, creíble. Es como encargarle a Boris Karloff el papel de San Francisco de Asís.
Ni el guion resultaba convincente ni el protagonista, creíble. Es como elegir a Boris Karloff para el papel de San Francisco de Asís
Tras el colosal naufragio, la cuadrilla de salvamento de Presidencia ha puesto en marcha la segunda oleada de este marketing para un milagro, con el mismo eje central, es decir, "Sánchez, mira que eres simpático", con otros argumentos de mayor calado político. Se desempolva y saca brillo al flanco socialdemócrata del PSOE, ya tan olvidado que parecía espejismo, y se disfraza al presidente con el templado terno de la moderación.
Por ahora, lo hemos visto en la sede de la Conferencia Episcopal saludando cristianamente al presidente de los obispos, al Yolada's style con el Santo Padre. Se ha puesto a las órdenes de la OTAN con pasmosa velocidad y ha enviado a la fragata Blas de Lezo junto a un par de cazas y a la ministra Robles en traje de operaciones, para salvar a Ucrania de las zarpas del oso Putin. Ha adecentado, con la anuencia de la CEOE y Bruselas, la reforma laboral del PP que los separatistas detestan y el propio Casado no traga, caprichos tiene el no saber. Ha sepultado las mesas de la vergüenza con los separatistas catalanes, ha ordenado a Marlaska que no asome la gaita hasta que se temple el ruido de la liberación de presos etarras, ha viajado a La Palma como trescientas veces (lástima que siempre se deja el talonario en casa) y, para rematar la escalada de sortilegios y bondades, hasta ha impulsado y apadrinado la vacuna española contra la pandemia.
Es arduo transformar a un político narcisista, soberbio, frío, discutido con la ética, enemigo de la verdad, de entrañas totalitarias y escaso de principios, en un personaje afable y candoroso, amable y apreciado, entrañable y popular
Como el doctor Jeckill con el espantoso mister Hyde, Pedro el empático se empeña en doblegar a su propia naturaleza. O al menos, en camuflarla. El operativo para suavizar el perfil del presidente sigue candorosamente su marcha entre cierto escepticismo monclovita. Es arduo empeño transformar a un político narcisista, soberbio, prepotente, frío, discutido con la ética, enemigo de la verdad, de entrañas totalitarias y escaso de principios, en un personaje afable y risueño, amable y apreciado, cariñoso y popular.
En este angustioso cul de sac (culo de saco, que diría Trevijano, el republicano,) se encontraban los ochocientos asesores del presidente cuando de repente reapareció Pablo Iglesias, la pieza que faltaba en el cotolengo nacional, olvidado en el rincón oscuro de las irrelevantes tertulias, voluntarioso monaguillo de Roures y miembro ya del club de las celebridades olvidadas. Su partido se hunde y ha saltado al rescate.
Ha retornado a escena con el ropaje de siempre, el de un Joker reconroso y agresivo, vocinglero y faltón, envuelto en una prosa rijosa y trasnochada, dirigida a un público menguante tras la escandalera del chalet de Galapagar. Iglesias es el elemento que necesitaba la Moncloa para consolidar la imagen de Sánchez erigido en un Batman salvador, el superhéroe irrepetible que no sólo evitó la muerte de medio millón de personas durante la pandemia (así lo dijo) sino que se ha convertido en el ejemplo y guía de la socialdemocracia europea (su homólogo alemán, Scholz, no parece muy convencido). Con este Sánchez, sí, rumia su equipo de propaganda con la mente puesta en las generales de 2023/24. Iglesias es el Joker incendiario, radical, zafio, anclado en eslóganes pretéritos como el 'no a la guerra', y padre prior de una secta que se quedó ya sin fieles.
No pareció caer en la cuenta de que el juego del Joker puede colar como algo natural en la desnortada y algo ingenua opinión pública nacional, pero se olvidó de que en Washington no se fían ni de Podemos
Las manos se frotaban los sabios asesores presidenciales con la novedad, quizás previamente pactada. "Algunas personas quieren ver el mundo arder", clamaba Joker en El caballero oscuro. "La paz se construye sobre el sufrimiento de pueblos enteros", recitaba Iglesias en su etapa primigenia, violenta y feroz. La política es un juego de simetrías. Todo cuadraba. Osaron incluso emitir la escena del teléfono, una recreación improvisada y boba del Playback de Radio Futura. "Alguien dicta en la sombra y tú sólo mueves los labios". No llores por nosotros, Ucrania, que allá va el Buster Keaton de Tetuán a plantarle cara a Putin. Descacharrante cine mudo.
Hasta que de pronto, plas, la realidad tuvo la descortesía de hacerse presente. Joe Biden telefoneó a los líderes de media Europa (Polonia incluida) y se olvidó en su ronda del primer ministro español. Sánchez se quedó colgado al teléfono, como una caricatura de su propia caricatura. No pareció caer en la cuenta de que el juego del Joker puede colar como algo natural en la desnortada y algo tontuela opinión pública nacional, pero se olvidó de que en Washington no se fían ni de Podemos ni de los gobiernos con ministros comunistas dentro. Algo a lo que todavía Sánchez no ha puesto remedio. Si empiezan a llover bombas sobre Kiev ya se verá qué ocurre. O con la OTAN o con los morados. Por el momento, se ha quedado colgado de la brocha y con su Joker berreando. Próxima parada CyL. Preparen las brasas.
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