El 31 de mayo de 2018 fue el peor día para dejar de fumar. Los ceniceros de Moncloa debieron de acabar atiborrados de colillas. Se cumplen ya tres meses de aquel jueves que marcó el inesperado ascenso a la presidencia de gobierno de Pedro Sánchez, el menos aventajado de la clase. El mismo al que las circunstancias lo convirtieron en dinamitero de la legislatura popular y el aparejador de un edificio en grietas con el que se ha aplicado, a fondo, para abrir unas cuantas más. Sánchez, el hombre que gobierna con una margarita en la mano, despellejando el jardín en que él mismo se mete cada semana.
Saco a Franco del Valle de los Caídos; no saco a Franco del Valle de los Caídos. Convierto Cuelgamuros en cementerio civil; no convierto Cuelgamuros en cementerio civil. Dicto decreto para vaciar de funciones el Senado, ahora no lo dicto. No defiendo a Llarena esta semana, pero la siguiente quizá sí. Acojo el Aquarius hoy, en un mes no sé yo... y, por si acaso, devuelvo en caliente a los inmigrantes a los que abrí las puertas. Cada día que nos acerca al otoño de unas elecciones jamás convocadas, Sánchez prepara y ensaya una campaña desde Moncloa. Acaso por eso tuerce la caligrafía a cada rato. El así o asá de los que quieren caer bien a todos. Esa letra del tipo la hija de los Clutter en A sangre fría. Un día de una forma, al siguiente de otra. Lo de Sánchez no es rectificación, es tartamudez. El eco de una cáscara.
El presidente español se ha puesto otra vez de perfil en los asuntos importantes, como en el más grave de la región: la tragedia venezolana
Desde que emprendió su expedición a los Andes -su gira latinoamericana comenzó muy al sur, en Chile y luego Bolivia-, a diferencia del pequeño Marco de Edmundo de Amicis, Sánchez no busca una madre, sino la foto perfecta de sí mismo. Así ha ido: dejando a su paso un reguero de amor propio. El presidente español se ha puesto otra vez de perfil en los asuntos importantes, uno de ellos el más grave de la región: la tragedia venezolana, para la que el socialista ha pedido diálogo entre los ciudadanos. Ya. A los que cruzan desesperados la frontera no se les había ocurrido. Diálogo, seguro. Los más de 300 presos políticos que Maduro mantiene en cárceles militares pensarían lo mismo, alguna vez. Pero conversar, lo que se dice conversar, con un grillete en el tobillo y cinco ceros menos en la moneda... es complicado.
Varias estampas más coronan el álbum de viaje de Sánchez: junto a Evo Morales luciendo una distinción que sólo ha recibido Nicolás Maduro o su descubrimiento, ay caramba, de que existió un mártir llamado Salvador Allende. Quién sabe, quizá hasta se le ocurra juzgar a Pinochet, aunque al día siguiente tenga que convocar una rueda de prensa para anunciar que no será posible porque, válgame Dios, el dictador llevaba ya unos años muerto. La foto quedará, eso sí, estupenda. Pedro el Guapo, un bombón relleno con la crema fina de la más portentosa frivolidad.
Quizá a Sánchez se le ocurra juzgar a Pinochet, aunque al día siguiente tenga que convocar a la prensa para anunciar que no será posible porque, ay caramba, el dictador llevaba ya unos años muerto
Pedro Sánchez necesitó pedir un escaño prestado el día de la moción de censura, ya que no disponía de silla en el hemiciclo. Hasta ahí llegó con su silabario y su apresto de maniquí. El socialista aprovechó un partido que se caía a trozos, el PP, al mismo tiempo que disimuló sus propias tropelías. En las elecciones de 2015 Sánchez había dejado al PSOE su peor resultado en España: 90 diputados. Seis meses después, en los comicios del 26J, fue a peor: consiguió 85, cinco menos. Tras abstenerse para impedir la investidura de Rajoy -¡no es no!, decía-, Sánchez dinamitó su partido. Abandonó su escaño y dimitió la misma mañana de la votación.
Todos lo dieron por muerto. Pero dos años después resurgió de sus cenizas y derrotó a Susana Díaz en la carrera por la secretaría general del PSOE. Habría que atribuir su larga y milagrosa vida política a la resistencia de los que tienen una sola idea. A Pedro Sánchez le pueden los espejos, por eso vive enamorado de su reflejo vestido como presidente de Gobierno. Hay gente a la que sólo conoceremos por sus desgracias. Pero hay otros, todavía peores, a quienes toca padecer por las desgracias que ocasionan. Así es Sánchez, el milagro de un muerto viviente. El más guapo de todo el cementerio. El barril de pólvora que rueda, cuesta abajo, por la carrera de San Jerónimo.
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