La gran literatura, Homero, Esquilo, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Dostoievski, Flaubert, la que se alza en la cumbre de la cultura occidental, se caracteriza por su admirable capacidad de crear arquetipos, perfiles humanos que establecen unas categorías de tal alcance, riqueza y profundidad que definen para siempre aspectos esenciales de nuestra naturaleza y que son a partir de su aparición referencia obligada que ilumina el comportamiento de muchos hombres y mujeres reales para que los entendamos mejor. Entre estos personajes de ficción insoslayables figura, cómo no, el Doctor Fausto, figura atormentada como pocas, dispuesto a todo, al crimen violento, a la contradicción lacerante, a la alianza con seres nefandos, a la entrega de su alma al Maligno, con tal de satisfacer sus ambiciones y colmar sus apetitos.
En la política española actual ha surgido otro Doctor que, sin gozar de la erudición, el afán de saber y el alto vuelo intelectual del surgido del genio romántico alemán -es imposible imaginar a Fausto haciendo corta y pega de informes ministeriales de Sajonia para escribir su tesis-, comparte con él la disposición a pactar con el Diablo para alcanzar su deseo más incontrolable y desbordante: el poder. En efecto, Pedro Sánchez ha demostrado ya de manera inapelable que puede cruzar cualquier línea roja sin vacilación ni pudor con tal de ocupar el despacho presidencial en La Moncloa. Si hay algo en lo que el secretario general de lo que fue el PSOE no admite rival es la falta de escrúpulos a la hora de conseguir sus fines, con una ventaja sobre su paralelo goethiano. A diferencia de éste, sus reiterados atropellos a la verdad, a la decencia, a la palabra dada o a la coherencia, no le provocan ni el más ligero rubor ni el mínimo remordimiento. Atropella todas las reglas éticas acumuladas desde Aristóteles a Kant pasando por la moral evangélica sin la menor vacilación o la más ligera incomodidad. Es una máquina perfecta de destrucción de normas de conducta, un desaprensivo sin igual, un cuerpo tan vacío de conciencia que produce casi más asombro que horror.
Confesó paladinamente que la mera idea de incorporarlo al Ejecutivo le generaba pesadillas y que el programa político de Podemos abocaría a España a la dictadura y a la cartilla de racionamiento
Dado que no hay Fausto sin Mefistófeles, Sánchez ha encontrado en Pablo Iglesias su complemento ideal. Por supuesto, el Presidente del Gobierno es plenamente conocedor de la perversidad intrínseca de su hoy socio y sostén. Confesó paladinamente que la mera idea de incorporarlo al Ejecutivo le generaba pesadillas y que el programa político de Podemos abocaría a España a la dictadura y a la cartilla de racionamiento. Tras este ejercicio de lucidez, corrió a aceptarlo como compañero sentado a su izquierda a la cabeza del Consejo de Ministros sin que le temblara el pulso ni se le descompusiera la faz. La terrible tensión mandibular que se advierte en el rostro presidencial cuando ocupa su escaño en el Congreso es el único síntoma de la magnitud del desgarro interno sobre el que vive instalado. Su luciferino compinche le ofreció lo que más anhelaba exigiéndole a cambio sumisión a sus sulfúreos designios y Sánchez firmó, pero no con su sangre, sino con la de todos los españoles, cuyo destino ha puesto en manos de sus peores enemigos, los que pugnan con acabar con sus libertades y su bienestar y los que porfían por liquidar su Nación.
<p">Basta analizar cada una de las medidas que propone Podemos para darse cuenta de cuál es su propósito final. La prolongación insoportable del estado de alarma para sumirnos en el totalitarismo, las subidas de impuestos que nos arruinen fomentando la huida de capitales y la paralización de la inversión, la derogación de la legislación laboral que facilita la creación de empleo para incrementar el número de ciudadanos que dependan de los subsidios, el gasto público desaforado que arrastre el Estado a la quiebra, los ataques a la propiedad privada que generalicen la miseria, el cerco aniquilador a la Corona para dejar a la Nación inerme frente a los que están empeñados en hacerla pedazos, la resistencia a solicitar la ayuda europea que obligaría a una política económica sensata y el fomento constante del anacrónico odio de clase, ponen de relieve su infatigable pulsión destructiva. La experiencia histórica nos ha demostrado hasta la saciedad que los dogmatismos utópicos necesitan arrasar con el orden social preexistente para construir sobre sus cascotes su ideal de alambradas y paredón.
Las condiciones de la UE
Al final de la segunda parte de Fausto, Mefistófeles se cree triunfante y se dispone a tomar posesión del alma de su agonizante víctima, pero sus planes se frustran cuando un coro de ángeles le arrebata el espíritu que ya daba por suyo y se lo llevan al cielo para que reciba el perdón divino y se sumerja en la luz del conocimiento absoluto que persiguió en vida. Igualmente, la condicionalidad de los créditos que España quedará forzada a recibir de la Unión Europea torcerá el oscuro designio del líder podemita y salvará a Sánchez y a España de sus garras. No será una pléyade de níveos y alados seres aurorales la que nos dispensará un epílogo feliz a tan largo sufrimiento como estamos padeciendo, sino un tecnocrático grupo de funcionarios comunitarios vestidos de oscuro los que le propinen un puntapié al aprendiz de Satán para devolverle a las simas tenebrosas de las que nunca debió salir.
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