Ha causado estupor por su desfachatez el brusco giro imprimido por el doctor Sánchez a su discurso sobre la forma de enfrentar el problema separatista catalán. Ha pasado en cuestión de horas de templar gaitas ante las mayores tropelías de los golpistas, de su reunión al máximo nivel con Quim Torra en Barcelona donde recibió impertérrito un delirante plan de separación de Cataluña de España, de predicar el diálogo como el mejor camino de apaciguar a los rebeldes y de prometer cualquier cosa dentro de la Constitución, es decir, más dinero y más competencias para que la voladura de la unidad nacional prosiga con reforzada celeridad, a envolverse en la enseña roja y gualda, blandir el garrote del artículo 155 de la Constitución y de la Ley de Seguridad Nacional y proclamar con firme determinación que el Estado garantiza el cumplimiento de la legalidad y que el que se la salte pagará las consecuencias.
Hasta tal punto ha sido súbito el derrape que ha pillado al ministro del Interior y a la Portavoz y ministra de Deseducación fuera de juego. Mientras ambos se referían a las últimas bravatas del presidente títere de la Generalitat en un tono entre vago y conciliador, su jefe de filas bajaba del avión convertido en flamígero arcángel custodio del orden constitucional. Se supone que el Gobierno en pleno deberá adaptarse rápidamente a las nuevas directrices, aunque no todos sus integrantes despliegan la velocidad camaleónica del inquilino de La Moncloa.
Comportamiento errático
Otro motivo de desconcierto es el impúdico descaro con el que el presidente en funciones se erige como el aguerrido defensor de la patria indivisible frente a los embates del independentismo mientras su querido compañero de bailoteo Miquel Iceta se niega a respaldar la moción de censura contra Torra en el Parlamento de Cataluña, Navarra es gobernada por una coalición de socialistas y nacionalistas respaldada por los filoetarras y en Valencia y Baleares sus correligionarios se alían con los pancatalanistas para ir construyendo el sueño imperialista de Prat de la Riba.
Esta exhibición de cínica incoherencia adquiere sin embargo sentido cuando se considera el objetivo prioritario de Pedro Sánchez en esta vida, al cual supedita cualquier otro elemento, sea éste de carácter político, económico o moral. Su fin primordial en este mundo es disfrutar, manosear y ejercer el poder y todo lo demás, su país, sus conciudadanos, sus principios si algún día los tuvo, le importa un rábano. A partir de esta premisa, su comportamiento veleidoso y aparentemente errático cobra una perfecta consistencia.
Cuando se trataba de ganar la moción de censura, el maridaje con bolivarianos, golpistas y justificadores del terrorismo era tranquilamente admisible, en el momento de intentar pasar con éxito la investidura, los votos de lo peor del hemiciclo podían ser otra vez bienvenidos, una vez fracasada la operación de gobernar en solitario los recientes socios ya no eran presentables y en la antesala de unas elecciones generales el valeroso compromiso con el Estado de Derecho, la sensatez y la racionalidad económica resultan de lo más conveniente. Obviamente, al día siguiente del recuento de papeletas, se hará lo necesario, por ignominioso e imprudente que sea, para asegurar cuatro años de goce ilimitado de los privilegios y oropeles de la jefatura del Ejecutivo.
No es casualidad que el principal consejero del Doctor Sánchez sea un especialista en comunicación política o, lo que es lo mismo, un director de escena, y no un ideólogo
No se trata, pues, de poner la razón de Estado por encima de escrúpulos éticos o de prescindir si es necesario para la grandeza de la patria de estorbos como la honradez, la verdad, la justicia o la magnanimidad, tal como recomendaba el sabio florentino que fue por ello quemado en efigie por los jesuitas en Ingolstadt, sino de sacrificar lo que haga falta en aras de la propia gloria y satisfacción, aunque ello signifique que la nación se descomponga y se arruine.
No es casualidad que el principal consejero del Doctor Sánchez sea un especialista en comunicación política o, lo que es lo mismo, un director de escena, y no un ideólogo o un experto en la buena gestión de la res publica. Conocido así el verdadero Pedro Sánchez, los españoles que le otorguen su sufragio el 10 de Noviembre deben encomendarse a la Providencia para que se dé la feliz e improbable casualidad de que el interés general coincida con el del secretario general del PSOE. Dado que está demostrado que los electores se mueven sobre todo por impulsos emocionales, no cabe duda que no hay nada más excitante que transformar las urnas en una ruleta rusa.
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