La Real Academia Española define cinismo, en su acepción primera, como “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables”. La política ha sido, desde los más lejanos tiempos, uno de los territorios propicios para hipócritas y desvergonzados. A lo largo de la historia, hay abundantes casos de cínicos profesionales aupados al poder en los cinco continentes. Pero hoy no es sencillo encontrar, para nuestra desgracia, a nadie que acredite mayores méritos que Pedro Sánchez en el dominio de tales capacidades.
Su ya larga colección de promesas incumplidas y abiertas mentiras, su contrastado talento para la manipulación y el engaño, se han visto adornados esta semana con un nuevo episodio en el que el presidente del Gobierno ha vuelto a demostrar su gran dominio de la amoralidad y el chantaje: "Si quiere pedir la abstención del PSOE -le espetó a Pablo Casado en el Senado, en referencia al resultado electoral en Castilla y León-, explique el por qué quiere la abstención del PSOE, explique por qué Vox es un peligro para la democracia y que hay que poner un cordón sanitario, pero haga una cosa previa, con todos aquellos Gobiernos que están pactando con la ultraderecha, díganle que rompan sus acuerdos".
Las condiciones de Sánchez son amorales porque exigen a los demás una pulcritud democrática que el demandante está muy lejos de cumplir.
Plantearle a Casado un cordón sanitario frente a Vox cuando su Gobierno sigue en pie gracias a los que por distintas vías han intentado destruir el Estado y hacer inviable la convivencia entre españoles, es mucho más que una cínica desfachatez. Conminar a la Oposición a romper puntuales acuerdos con Vox en algunos territorios, mientras accedes a las imposiciones de Bildu o el golpismo independentista, es lo más parecido a una humillante indecencia.
En la lógica sanchista, dar estabilidad a la región, facilitando un gobierno del PP, es la última de las hipótesis
La exigencia de Sánchez es fronteriza con el más vulgar de los chantajes, por cuanto pone un precio de todo punto inaceptable a la estabilidad de una comunidad autónoma. Ciertamente, fue el PP el primero que puso en peligro los equilibrios en Castilla y León al cometer la torpeza de anticipar las elecciones sin justificación convincente. Pero consumado el desastre, lo que un presidente del Gobierno no puede hacer es impulsar maniobras que impidan recuperar la estabilidad perdida y pongan en riesgo el bienestar de los castellanoleoneses.
En septiembre de 2019 Albert Rivera ofreció a Pedro Sánchez la abstención de Ciudadanos para desbloquear la investidura. A cambio, pidió al líder socialista romper el pacto de su partido con Otegi en Navarra y que el Gobierno entrante se comprometiera a no indultar a los separatistas condenados por el 1-O en Cataluña. Sánchez ignoró ambas peticiones y forzó una nueva cita en las urnas. Ahora, quizá sea también esa su intención: la repetición electoral en Castilla y León o, en su defecto, empujar al PP al pacto con Vox.
En la lógica sanchista, necesitada de esconder el estrepitoso fracaso del domingo pasado (117.000 votos menos que en 2019), el más perjudicado en cualquiera de estos escenarios será Pablo Casado, ya de por sí víctima de sus propias incoherencias y contradicciones. Por eso es improbable, por no decir imposible, que Sánchez facilite la gobernabilidad en la región. Porque para el presidente del Gobierno la tranquilidad de sus conciudadanos es una cuestión menor.
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