"Este debate puede acabar aquí. Dimita, señor Rajoy". Cambien Rajoy por Sánchez y ya tenemos andado medio camino hacia el desbloqueo. ¿A nadie se le ha ocurrido? Las palabras de Sánchez de hace un año son ahora la solución.
Hay un hecho meridiano. Sánchez es el problema. Y él lo sabe. Tanto que incluso ha tratado de cargarle 'el muerto' del atasco institucional al Rey y a la Constitución. A Felipe VI, por ahora, no lo puede cambiar, sería, amen de una grosería, una iniciativa inconstitucional. De la Carta Magna quiere pulir el artículo 99, ese maldito engorro que tanto complica las investiduras.
Quería ser investido por aclamación, sin pasar por la civilizada fase negociadora. Con Iglesias sólo se habló de carteras. Con Casado y Rivera, ni eso
La culpa la tiene todo el mundo, menos él. Todos son culpables del enorme quilombo en el que se ha convertido el escenario político nacional. Sabido es el argumentario. La culpa es de Podemos, que sólo quiere ministerios bien dotados y un trono para Irenita con vistas a la posteridad. La culpa es de Ciudadanos, que no se aviene al papel de figurante con derecho a frase. La culpa es del PP, que no demuestra ser un partido de Estado.
La anchoa de Revilla
"La política en un país civilizado ha de hacerse con razones y con votos", escribió Azaña. El que fuera presidente de la Segunda República tenía razón, aunque poco se aplicó el cuento. Pedro Sánchez, salvando las distancias, tampoco. Tiene los votos que tiene, es decir, los que se canjean en el mercado por 123 escaños. Sin contar la anchoa de Revilla. Ni uno más. En cuanto a las razones, no ha sido capaz de exponer una sola que merezca semejante nombre. Con Iglesias sólo se habló de carteras. Con Casado y Rivera, ni eso. Pretendía ser investido por aclamación sin pasar por la muy civilizada fase de la negociación.
"Hay que volver al punto de inicio y explorar otros caminos", dijo en Telecinco tras el tortazo. Una frase de marketing más sobada que el sobaco de una aspiradora. Volver al punto de inicio es mantenerse en el bucle, o sea, insistir con Podemos. Explorar otros caminos consiste en presionar a Casado y Rivera por la abstención. Más bucle. No fue Sánchez quien sumó en la moción de censura. Fue la aversión a Rajoy lo que armó aquella mayoría, que se muestra ahora incapaz de sumar para construir. Fue una moción de demolición. Y punto.
Después de las elecciones del 10-N, en caso de que todo siga igual, PSOE y PP podrían enfilar un sendero hasta ahora no explorado en democracia
¿Y ahora? Ya se recuerda en Génova que el bloque de PP, Cs y Navarra Suma supera al PSOE en dos escaños. Hagan cuentas: 125 diputados. Es un dato. Quizás el indicio de itinerarios alternativos. España suma, pero de verdad. Algo ha insinuado ya Teodoro García Egea, secretario general de los populares. Oiremos este argumento en las próximas jornadas. ¿Porqué no investir a Pablo?
En especial si se piensa que ni tan siquiera las urnas garantizan una salida del laberinto. Si se repiten elecciones, se repetirán los resultados, dicen los profesionales del sondeo. Si Sánchez no logra llegar a acuerdos ni a derecha ni a izquierda, será él quien deba dar un paso al costado. "Con Sánchez no, con Sánchez no", será el feroz cántico postestival.
Después de las elecciones del 10-N, caso de que no haya vuelcos drásticos, PSOE y PP podrían enfilar un sendero hasta ahora inédito en nuestra tradición democrática. Ya se habla de ello. Antes, desde luego, habría que deshacerse del nudo gordiano que todo lo paraliza. La vía más expedita es la de Alejandro Magno: coger el espadón y se acabó el problema. "Es lo mismo cortarlo que desatarlo", sentenció. El nudo del bloqueo tiene un nombre. Ahora sólo falta que alguien coja el espadón.
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