Opinión

Pedro Sánchez y ese deseo irrefrenable de amedrentar a la prensa

Sánchez y el PSOE han demostrado una especial habilidad para moldear el panorama mediático para que la democracia española se perfile a su imagen y semejanza

Todo lo que sucede y sucederá ya se reprodujo en el pasado en una versión más o menos parecida. El Boletín Oficial del Estado publicó el 24 de abril de 1938 la Ley de Prensa de Serrano Suñer. En la exposición de motivos se expresaba lo siguiente: “Correspondiendo a la prensa funciones tan esenciales como las de transmitir al Estado las voces de la Nación y comunicar a ésta las órdenes y directrices del Estado y de su Gobierno; siendo la Prensa órgano decisivo en la formación de la cultura popular y, sobre todo, en la creación de la conciencia colectiva, no podía admitirse que el periodismo continuara viviendo al margen del Estado”.

Lo que ocurrió después es conocido por todos: censura previa, exaltación del régimen y nombramientos de directores de periódicos dirigidos por el Ministerio del Interior. Cuando se legisla para tratar de acallar a los enemigos, el poder se adueña de la verdad. Eso siempre ha sido así. Tabucchi lo refleja en Sostiene Pereira. En este caso, en la Portugal de Salazar, que es donde se desenvuelve el protagonista de la novela, periodista. “El Lisboa no había tenido valor para dar la noticia, o, mejor dicho, el subdirector, porque el director estaba de vacaciones, estaba en Buçaco, disfrutando del fresco y de las termas. ¿Quién podía tener el valor de dar una noticia de ese tipo, que un carretero socialista había sido asesinado brutalmente en Alentejo en su propio carro y que había cubierto de sangre todos sus melones? Nadie, porque el país callaba, no podía hacer otra cosa sino callar, y mientras tanto la gente moría y la policía era la dueña y señora”.

La censura es una golosina y, a la vez, una herramienta de filo cortante de las que gustan y obsesionan a los poderosos. Hay quien piensa que sólo se aplica en las dictaduras, pero no es así. Las democracias también la conocen y sus mandatarios la cultivan de formas más o menos sofisticadas.

Por eso, se advirtió en este periódico que aquella campaña que los legacy media y algunas instituciones internacionales lanzaron en 2016 contra las fake news era tramposa y peligrosa. La prensa la utilizó para reconquistar un territorio que nunca volverá a poseer, como es el monopolio de la información, que afortunadamente perdió al inicio de la 'era digital'. El poder fue mucho más sibilino en ese caso y la impulsó a sabiendas de que era falsaria. ¿Por qué? Porque las altas instancias de cualquier sociedad nunca pugnan porque se imponga la verdad, sino por convencer a la opinión pública con sus argumentos, con su propaganda... y con sus propios bulos.

Después de la victoria del brexit y de Donald Trump, hay quien cayó en la cuenta de que la verdad, la mentira, los bulos y las noticias habían dejado de ser un patrimonio exclusivo de los poderes político, económico y mediático tradicionales. De ahí que surgiera esta campaña.

Los patinazos del Gobierno

Siempre que la sociedad abre la mano a debatir y/o reformar las leyes de prensa, el poder se pone el disfraz de censor. No es casualidad que Carmen Calvo apelara hace unos años a regular sobre la libertad de expresión. O que el ínclito Miguel Ángel Oliver se quejara de los periodistas preguntones en un acto de KPMG. Unos meses después, se dedicó a dificultad el trabajo de los reporteros durante el primer estado de alarma.

A la vista de esos antecedentes, no debería causar extrañeza que la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, se pronunciara el pasado jueves sobre la conveniencia de que los medios de comunicación dediquen una parte de sus páginas y sus minutos a informar de lo que decida el Gobierno. "Igual que tenemos un espacio para el tiempo, para saber si va a llover, ante la necesidad de que la ciudadanía acceda con veracidad, tendríamos que reservar un espacio de información pública en cada informativo".

Después, su departamento de Comunicación matizó esas palabras, pero de poco sirvió, dado que ese deje ya lo habían manifestado otros miembros del Gobierno anteriormente. Parece que ya no es suficiente con los 158 millones de euros de publicidad institucional que reparte Moncloa, a los que hay que sumar decenas de millones de empresas públicas que dirigen su inversión, en buena parte, a medios de su cuerda. Ahora, piden con descaro espacios gratuitos para insertar su propaganda.

Ante boutades como la de Isabel Rodríguez conviene ser inflexible por lo que se exponía en la primera frase del artículo: porque todo lo que se reprodujo en el pasado en tono de tragedia volverá en el futuro en un registro similar. El poder siempre aspira a controlar a los medios de comunicación porque el monopolio de la violencia se le queda corto. También quiere tener el total control del discurso. Hay actuaciones del presente que son más difíciles de interpretar que las del pasado, pero no por ello son menos graves. Antes, un funcionario podía censurar una publicación o arrebatar el carné profesional a un periodista. Ahora, el Gobierno recomienda a Miguel Barroso para el Consejo de Prisa; o utiliza Radiotelevisión Española para engordar la cifra de negocio de LaCoproductora, creada por José Miguel Contreras y adquirida hace unos meses por la propietaria de El País. Todas esas maniobras también contribuyen a moldear el mensaje.

Por eso, ser estricto es necesario en estos casos. Por eso, cuando la Unión Europea decidió cortar la señal de Russia Today a los europeos, quien firma estas líneas se opuso. No porque esa bazofia propagandística tenga el más mínimo valor informativo, sino porque siempre sucede lo mismo con respecto a la libertad de prensa: primero se actúa contra unos... y después contra el resto. Al final, se ejecuta a los justos con la excusa de que existen pecadores.

Una vez dicho esto, podrá entenderse mejor el porqué las palabras de Isabel Rodríguez no deben ser anecdóticas. Ni son inéditas en su Gobierno, ni son inocuas ni anticipan nada bueno. Menos si se tiene en cuenta que el PSOE -no Sánchez, sino el PSOE- ha demostrado históricamente una especial habilidad para moldear el panorama mediático para que la democracia española se perfile a su imagen y semejanza.

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