Si Mariano Rajoy era un experto en quietud (“si no sabes a dónde ir, quédate donde estás”), Pedro Sánchez maneja el movimiento de la apariencia con destreza (“nadie se quedará atrás”). A Rajoy le acusaban de actuar con “pachorra conservadora”, tal y como definió su manera de hacer política el profesor Mikel Buesa. Con Sánchez no es posible tal encasillamiento dada su habilidad para no interrumpir las vacaciones y aparentar con maestría que sí lo ha hecho. Merece el elogio. Mientras las democracias liberales iniciaban lo que ex altos mandos militares de Estados Unidos han definido como “nuestro Dunkerque”, en Afganistán, el presidente del Gobierno se mantenía al margen, con un par de tuits en alpargatas de verano.
Desde mayo, los servicios de inteligencia de algunos países occidentales habían alertado de lo irreversible del movimiento talibán en la reconquista del poder, tras un acuerdo alcanzado con la administración Trump que Biden ha cumplido poniendo pies en polvorosa a la velocidad del rayo. Quede anotado el nexo entre los seguidores de Trump y los partidarios de Biden. Tanto el uno como el otro coinciden en cerrar la puerta de Estados Unidos, por dentro. Como ha escrito el ex primer ministro británico Tony Blair no solo se invadió Afganistán para desmontar un Estado terrorista sino para construir una democracia en un destino imposible e inhóspito. Por lo menos, añade Blair, que se reconozca la nobleza del intento. Algo que el Partido Popular debe recordar porque, con su Gobierno, España respaldó aquella reacción norteamericana a la matanza del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Los que ahora dicen responder “a las duras y las maduras”, como es el caso de Sánchez, se hacen la foto con los refugiados después de haber ordenado el repliegue de nuestras tropas de una misión en la que tampoco creyeron pero que los compromisos internacionales, al pertenecer España a la OTAN, hacían inevitable.
Esos cuatro escaños más hubieran supuesto la confirmación de una alternativa y la certeza de un fracaso sin enmienda por la gestión en la pandemia
Tras la fría y despiadada destitución del gurú Redondo y de otras incomodidades como Ábalos (el tiempo dirá por qué en el caso del exministro), Sánchez diseñó la operación remontada, tras una derrota en Madrid que podría haber tenido peores consecuencias para el presidente si Ayuso hubiera alcanzado la mayoría absoluta. Hay votantes de Vox que se han dado cuenta después. Lo mismo podría sucederles tras las próximas generales. Esos cuatro escaños más hubieran supuesto la confirmación de una alternativa y la certeza de un fracaso sin enmienda por la gestión en la pandemia. Lo que pasa en Madrid, contagia. Como explica Sergio del Molino en Contra la España vacía, no hay tantas diferencias entre los españoles de un sitio o de otro por mucho que nos insistan lo de la España multinivel y demás artefactos. Se verá en Andalucía cuando el presidente regional convoque las elecciones. De momento, las encuestas anuncian un panorama similar al de Madrid. Sánchez lo sabe. El maestro de la apariencia no cambia el gesto ni cuando fulmina a medio Gobierno, a los suyos. La supervivencia política de Sánchez depende de sus socios de Podemos y los independentistas a los que reúne a su alrededor asustando con un Gobierno del PP que mientras necesite a Vox, tal y como anuncian los pronósticos, será el pegamento que le permita pasar las hojas del calendario.
La escabechina inesperada
El presidente del Gobierno reaccionó, con esa habilidad tan suya para crear una imagen, y se plantó en Torrejón de Ardoz, arropado por la Unión Europea, creando una apariencia capaz de borrar la inexistencia de un plan para la evacuación de Afganistán. Lo único que estaba previsto era el relevo del embajador que todavía sigue cesado, en funciones y a pie de pista dirigiendo el rescate de los colaboradores de España. A partir de ahí, un par de lemas bien colocados por el presidente para que la burbuja tenga consistencia y se mantenga a flote. Tras un agosto con la luz por las nubes -lo que nos queda por pagar no cabe en un solo recibo- y el incumplimiento de la ley en caso de la repatriación de los menores, una vez conseguido lo más difícil, es decir, que Marruecos colabore, los aviones de Afganistán salvan, además de vidas, uno de los peores momentos del actual Gobierno metido en bronca interna permanente. La remodelación del Gobierno, una escabechina insospechada, en el mes de julio, supuso para Sánchez el comienzo de una etapa que empezó tan mal como la anterior. Pero sus reflejos para aprovechar la base de Torrejón como escaparate demuestran que el presidente del Gobierno no se altera si de lo que se trata es de su propia supervivencia.
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