Después de la actuación estelar del presidente del Gobierno el pasado jueves cuando exigió a periodistas y oposición que presentasen sus excusas al fiscal general Álvaro García Ortiz sobre la base de que la UCO no había encontrado en su móvil pruebas de su decisiva intervención en la revelación de información fiscal secreta de la pareja de Isabel Díaz Ayuso, mantuve una discusión con un buen amigo, profesor de filosofía y persona de vasta cultura y aguda inteligencia, en la que yo sostenía que Sánchez es un político extraordinariamente hábil y mi interlocutor defendía que no es así y que la fuente de sus éxitos radica exclusivamente en su absoluta amoralidad y carencia de escrúpulos, que no conoce límite ni barrera. Ambos, por supuesto, habíamos quedado estupefactos ante la desfachatez del presidente porque la razón de que los mensajes delatores se habían esfumado del teléfono de García Ortiz era simplemente que éste los había borrado. En otras palabras, Sánchez reclamaba con gran énfasis que se pidiera perdón al fiscal general ¡por haber destruido pruebas en un caso sub judice!
Yo recordé el juicio que Arturo Pérez Reverte había emitido sobre el personaje en un programa televisivo de voluminosa audiencia en el que expresó su “fascinación” por su figura y trayectoria a la vez que le calificaba de “tahúr” y “asesino” y comparaba su forma de hacer política con el killing instinct de los maestros del ajedrez. El célebre novelista se mostraba, en sus apreciaciones sobre Sánchez, maravillado por la total ausencia del menor reparo ético en sus acciones y por su asombrosa capacidad de mentir de manera impávida, afirmando una cosa y su contraria en un tiempo muy corto según conviniera a sus objetivos.
Lo que sí parece claro es que un individuo de sus características posee una cualidad muy útil en el segundo oficio más antiguo del mundo, la de detectar con olfato infalible el clima emocional de una época y ofrecerle a la gente lo que mayoritariamente satisface sus pulsiones
Fue inevitable, en el transcurso de nuestra conversación, que el tema que nos ocupaba nos condujera a evocar la figura de Joseph Fouché, el que fuera ministro de policía en Francia durante el Terror, el Directorio, el Consulado, el imperio y la monarquía borbónica restaurada. Sin duda, el sobrevivir siempre en el poder colaborando con Robespierre, con Barras, con Napoleón y con Luis XVIII, amasando durante tan tortuoso camino una enorme fortuna, distinciones y honores, no está al alcance de cualquiera. Igualmente, mantenerse en La Moncloa tras haber amnistiado a aquél al que prometió traer a España esposado, formar un ejecutivo de coalición con el partido del que juró que jamás podría ser compañero de viaje porque tal posibilidad le quitaría el sueño y porque Podemos representaba la ruina y la cartilla de racionamiento, adoptar como aliado preferente al grupo parlamentario heredero de los asesinos de destacados correligionarios suyos y montar una moción de censura edificada sobre una frase extemporánea en una sentencia judicial con la promesa solemne de erradicar la corrupción para acabar con su número dos del Gobierno y tres del PSOE investigado por el presunto cobro de sustanciosas mordidas en licitaciones públicas y por recibir dádivas inmobiliarias para su disfrute o el de sus amigas especiales, hay que reconocer que bate muchos récords de trituración de la verdad y pisoteo de la decencia.
¿Cuál es, pues, el secreto de su escalada y permanencia en La Moncloa a pesar de sus reiteraras falsedades, vilezas, tropelías y traiciones? La atribución a su sola y maligna facilidad para pasar por encima de cualquier línea roja marcada por principios morales o advertencias de su notoriamente inexistente conciencia del florecimiento diabólico del fenómeno Sánchez no es suficiente. Lo que sí parece claro es que un individuo de sus características posee una cualidad muy útil en el segundo oficio más antiguo del mundo, la de detectar con olfato infalible el clima emocional de una época y ofrecerle a la gente lo que mayoritariamente satisface sus pulsiones, deseos soterrados y vicios no confesados. El enamorado marido de la bachiller-directora de cátedra fue arrojado al frío exterior por los barones de su organización y supo regresar armado de una voluntad indomable, literariamente plasmada con pretensiones de legendaria por su escriba Irene Lozano, porque captó con instinto certero el depósito de sectarismo, intransigencia, revanchismo y rencor que residía en las bases de su partido. Su maestría en movilizar todos estos sentimientos tóxicos sin preocuparse para nada del peligro que implicaban para España le condujo de nuevo al despacho principal de Ferraz y posteriormente, tras otra maniobra impregnada de bajeza -esta sí de descarado lawfare-, a la cabecera del Consejo de Ministros.
Maldad y habilidad
La conclusión es, por tanto, que la fórmula sanchista para navegar en las sulfurosas aguas de la política es una combinación muy lograda de maldad y habilidad, de demoníaca entrega a la práctica del mal sin restricciones y de virtuosismo en el ígneo arte de apelar a lo peor del ser humano, la envidia, la pereza, la codicia y el odio al adversario ideológico deshumanizado hasta transformarlo en enemigo para generar adhesiones acríticas y fanáticas. Esperemos que la suma de la profesionalidad de la Guardia Civil en su papel de policía judicial y de la independencia y rigor de los tribunales liberen por fin a nuestra desventurada Nación de un émulo de Calígula y Godoy antes de que él liquide nuestro marco de convivencia y garantía de nuestros derechos y libertades construido por dos mil años de historia conformadora del mundo.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación