Al fin se verán las caras con reposo. Al fin Pedro Sánchez logrará una sentada con Joe Biden. Había fracasado en dos intentos. La vergonzante escena del asalto en los pasillos de la OTAN (junio 2021), en la que el presidente estadounidense le confundió con un inoportuno mensajero y, meses después (octubre de 2021), un brevísimo corrillo también en Bruselas, junto a otros primeros ministros, en el que Sánchez apenas logró decir "hola".
Dentro de la categoría de los 'cholulos', esa figura porteña que centra su objetivo vital en lograr una fotografía (ahora, un selfie) junto a un famoso, un artista, una estrella, un personaje popular, Sánchez amerita el título del cholulo impaciente o impenitente. También impertinente, si nos atenemos a los dos asaltos frustrados antes referidos. El cholulo es más obsesivo que un fan, menos jovial que una grupi, menos desbocado que un hincha y más apasionado que un admirador. El cholulo, a fuer de cansino, es indomable, como el comehuevos Paul Newman en el filme de Rosenberg. Su obsesión derriba cualquier muro, su tenacidad dinamita toda resistencia.
Así, Sánchez, la semana próxima será feliz, como ese 'mocito' que encarna la variante ibérica de este espécimen. Desintegrará al fin la maldición de los cuatro años en los que ni ha sido recibido en Washington, ni ha puesto un pie en la Casa Blanca, ni se le ha convocado a las reuniones supremas, ni apenas se le distinguía con una conversación telefónica. El jefe del Gobierno español era, más que un don nadie, simplemente un paria, engorroso y molesto. Es lo que tiene el sentar a comunistas en tu Gabinete, que en la capital del Imperio te tratan como un incómodo apestado.
Con balas no se come, con bombas no se cura, cacarean las ministras de Podemos mientras la sección socialista del Gabinete se afana en los preparativos para recibir al mundo atlántico que trata de frenar a Putin
Su café con Biden -factor clave en sus aspiraciones al cargo de secretario general de la OTAN, vacante dentro de un año- le compensará de su semana más aciaga, que arrancó en el batacazo del domingo andaluz y desembocó en el archivo del no-caso del hermano de Ayuso, pasando por el terremoto levantino y la dimisión forzada de Mónica Oltra. Junto a su ilustre invitado, olvidará por unas horas los temblores en su partido, donde se detecta ya pavor ante lo que venga; las intrigas en Ferraz, donde llueven los puñales contra la incómoda Lastra; los desplantes de barones, que ven peligrar sus poltronas en el Supermayo del próximo año.
La cumbre madrileña de la OTAN será gozosa para Sánchez, aunque no está exenta de algunos momentos desagradables. No resulta razonable que medio Gobierno se manifieste contra este jamboree internacional que impulsa, defiende, ampara y organiza el otro medio. "Con balas no se come, con bombas no se cura", cacarean las ministras de Podemos, enfervorecidas defensoras de Putin y su masacre ucraniana. Algunas calles de la capital se colmarán de banderas comunistas para jalear al oso ruso y rebuznar contra las fuerzas atlánticas en una coreografía casi adolescente, que culminará, con toda probabilidad, en la entronización de la nena Verstrynge como la suprema vestal del panteísmo de progreso.
El Pegasus de Margarita
Menos frecuente es que quien oficia de anfitriona ejecutiva de la reunión de la OTAN sea una ministra de Defensa que acaba de degollar políticamente a la directora de sus servicios de inteligencia porque así lo han exigido sus apoyos parlamentarios, a la sazón, una macedonia de grupúsculos secesionistas que persiguen de forma obsesiva el desmantelamiento de una Nación. Margarita Robles se ha convertido en una pieza estrambótica en el aparato defensivo europeo, atrabiliaria y poco de fiar. El episodio de los espías, el Pegasus, el volantazo en el Sáhara y las sospechas del chantaje marroquí convierten a la diplomacia española en un exotismo indigesto e impredecible.
La cumbre atlántica saldrá bien porque estas cosas siempre salen bien. Cuando la ola del atlantismo abandone nuestras playas, emergerá de nuevo, indisimulable, el paisaje desolador del sanchismo, con su "garrulería y tiesura imperantes", que diría Octavio Paz, un panorama de agobios económicos, angustias sociales, dramas familiares, despóticos sobresaltos (ahora mismo asalto masivo al TC, a Indra, al INE...), la esperanza de un cambio drástico que asoma ya en el horizonte. El cholulo Sánchez habrá conseguido su foto con el abuelo del tío Sam, el principio del fin de este periodo grotesco y devastador.
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