Es innegable que, afortunadamente, los últimos datos del indicador del paro registrado han sido buenos. El aumento del número de afiliados a la Seguridad Social (133.000) en el mes de julio es tan positivo como el descenso, en el mismo periodo, de los que permanecen en desempleo (197.000). Pero también es innegable que, pese a lo anterior, nuestra tasa de paro supera el 15% cuando antes del inicio de la crisis pandémica era el 13,7%. Queda mucho para igualar los datos previos a la pandemia. Y, además, se mantienen inalterados, cuando no empeorados, los problemas estructurales de nuestro mercado laboral: el dramático ratio del paro juvenil (35% hoy, 30% antes de la pandemia), o la ingente temporalidad en los contratos de trabajo.
Otro tanto sucede con las cifras del crecimiento económico. Cierto es que nuestro PIB está creciendo a buen ritmo y que las previsiones apuntan a que lo siga haciendo así. También lo es que el descenso habido en España en 2.020 (10,80%) más que duplicó la disminución del PIB alemán (4,60%), y fue considerablemente mayor que el correspondiente a la zona euro (6,80%) o al de otros países significativos (EE. UU., 3,40%; Japón, 4,80%). Es evidente que el enfermo al que más le sube la fiebre es aquel al que más le puede bajar.
Sin embargo, obviando todos los matices y circunstancias que hemos expuesto, cuando la semana pasada se conocieron los datos del paro registrado, los portavoces del Gobierno -fuesen los oficiales, fueran los oficiosos- no faltaron a su habitual cita con el triunfalismo presentando las cifras señaladas como un rotundo éxito de la acción social del Ejecutivo. Practican permanentemente el tradicional juego del parchís: cuando meten una cuentan diez; cuando comen una, cuentan veinte.
Esta actitud exageradamente triunfalista en lo que hace a los temas económicos que practica Pedro Sánchez parece seguir la máxima enunciada por Zapatero: “La economía depende del estado de ánimo”, frase que evidencia que el expresidente no asistió a las dos tardes de clase que le ofreció Jordi Sevilla. Una cosa es la importancia que tienen en Economía las expectativas de los agentes económicos y otra -bien distinta- es que sus decisiones y la evolución de la economía no responda a los datos reales.
Un ejemplo reciente y significativo lo tenemos en la sobreactuación que nos regaló con motivo de haberse alcanzado el 70% de población vacunada con dosis completa
Pero el habitual triunfalismo de la cuadrilla de Pedro Sánchez y de él mismo no se agosta al presentar datos económicos, sino que se reproduce en cada momento en el que decide presentar a los españoles un nuevo éxito de su gestión. Un ejemplo reciente y significativo lo tenemos en la sobreactuación que nos regaló con motivo de haberse alcanzado el 70% de población vacunada con dosis completa. Recordemos que el logro del citado porcentaje se ha demorado varias semanas respecto a la fecha que él nos prometió y, lo que es más grave, que con su consecución no se ha alcanzado la inmunidad de grupo que pronosticó. Da igual, a pesar de todo, Sánchez salió triunfante a anunciar que habíamos llegado al icónico porcentaje, obviando el retraso existente y el fracaso cosechado en el objetivo perseguido -la inmunidad-. Su cara se asemejaba a la que ofrecen aquellos ciudadanos premiados con el Gordo de Navidad el día del sorteo mientras vociferan, saltan, empuñan una copa de cava y abrazan a todo el que se les acerca. Está muy claro, Sánchez sigue las reseñadas reglas del parchís. Lo que se le olvida es que, en dicho juego, el jugador que obtiene tres seises seguidos tiene que marcharse a su casa.
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