El cartel rezaba 'La España que nos merecemos. 2021-2026'. Un plural tramposo, en su modestia. Debía decir, en verdad, 'La España que me merezco. 2021-2031". Yo, mi, me, conmigo. Pedro Sánchez, escasamente dotado de la virtud de la modestia, mostró su versión más trionfant en su jaculatoria de este domingo. Ha doblado con pericia el cabo de Hornos de los Presupuestos tras reunir una mayoría parlamentaria hirsuta e hipertrofiada. Nada menos que 186 escaños. Sánchez se siente bien. Tan seguro como las adolescentes del anuncio del támpax. De ahí que ya celebrara su próximo lustro en el poder. De ahí que ya hablara como si fueran a ser diez. O cien, de escuchar a Iglesias. "La derecha no volverá a sentarse nunca en el Consejo de Ministros", recuerden. Una década más de Sánchez en La Moncloa, una década del presidente enclaustrado, sin pisar la calle, donde le chiflan y le odian. Tan feliz. Diez años más para redondear el hundimiento de una nación.
Hubo un momento, tras conocerse el acuerdo con Bildu, en el que pareció escucharse alguna queja de barón y dos o tres rebuznos de militantes. Un efecto sonoro, un espejismo acústico que, como siempre, quedó en nada. El PSOE es un partidillo lanar, sin más épica que la de cobrar la gabela cada mes ni más ética que la que les cabe en salva sea la parte. Sánchez, en un gesto de generoso paternalismo, remitió a su grey una misiva de cuatro folios, huecos como el cabezón de Rufián, en los que recordaba la maldad de la derecha y las fake news de la reacción. Las cuitas se tornaron loas y el caudillo se carcajeó en su chaise-longue.
Contra lo que algunos presagiaban, a Sánchez le sienta bien la coleta. La podemización de su Gobierno, su apuesta por el radicalismo destroyer, lejos de acarrearle problemas, le ha facilitado su tránsito hacia la gloria. Ha cerrado pactos con todos los enemigos de la nación, ha atado los Presupuestos, ha superado sin mácula las peores fases de la pandemia, nadie le reprocha ni uno solo de los 65.000 muertos y, como postre, ha toreado a Iglesias con habilidad prodigiosa.
Tanta gestualidad no araña ni un maldito punto en las encuestas. Más bien, lo contrario. La banda morada cotiza a la baja en tanto que el PSOE no recibe castigo ni ofrece muestra alguna de desgaste
Cierto es que el líder de Podemos se ha apuntado un buen puñado de victorias en sus batallitas con el ala sociata de La Moncloa, que ha sacado pecho, se ha anotado tantos, ha humillado a ministros, ha hecho, en suma, lo que le ha salido del moño. Pero tanta gestualidad no araña ni un maldito punto en las encuestas. Más bien, lo contrario. La banda morada cotiza a la baja en tanto que el PSOE no recibe castigo ni ofrece muestra alguna de desgaste. Sánchez está como nunca.
Hasta 2031 y más allá, es la consigna que repiten los cien mil asesores de presidencia. Hay dudas sobre si Sánchez se alejará de su socio de Gobierno, la patulea morada, conforme se acerquen las elecciones de 2023. Para entonces, hagan cuentas, ya llevará casi seis años en el sillón presidencial, cómo pasa el tiempo y con qué velocidad de deslizan las tragedias. Quizás intente asear el lodazal de Ferraz, recuperar viejas costumbres socialdemócratas, aliviar su estrecha liaison con lo peor de la pocilga zurda. Puede que hasta amague alguna carantoña hacia Arrimadas en busca de equilibrios y de una pizca de usos democráticos.
Tres razones para la esperanza
Lo más probable, sin embargo, es que mantenga activa y feliz a su apestosa pandilla, delincuentes, criminales, convictos, expresidiarios, y golpistas, con quienes tiene asegurado un tranquilo pasar. Una legislatura, dos, ¿quién sabe? Si los escaños del PSOE no dan para armar un Gobierno, siempre podrá recurrir a los de sus amigos que, sin duda, sumarán más que los tres pimpinelas del centroderecha, cada uno por su lado, en una apuesta obsesiva por la derrota.
No caigamos en el derrotismo. Hay tres argumentos que rulan en contra de la eternización de Sánchez en el colchón del palacio. El primero: llegará un momento en el que ya no pueda darles más a los independentistas y entonces lo arrojarán al basurero, como hicieron con Artur Mas. Falso. Esa gente hará cualquier cosa por no asistir al retorno de la derecha al poder. El segundo: será entonces la espantosa crisis, la ruina, el paro, el hambre y la desolación de una sociedad desesperada y hundida quien le arroje del poder. ¡Quia! Para eso están los fondos de doña Ulrique, que Iván se encargará de repartir entre los buenos y castigar a los malos. El tercero: siempre será posible que el electorado, asfixiado por un despotismo autocrático del jefe de Gobierno más totalitario de Europa, lo envíe a hacer gárgaras y apoye el retorno de las formaciones que defienden la convivencia, el Estado de derecho y la democracia. Esta es la opción más razonable. pero llega un poco tarde. Para las próximas elecciones, la maquinaria de nuestra democracia estará tan averiada, tan deteriorada, tan machacada, que resulta casi imposible imaginar la celebración de unos comicios en libertad.
Al cabo, ¿no hubo dos Papas? ¿No hay dos Reyes? ¿Por qué no va a haber diez años de Sánchez, y más? El futuro de España empieza a tener el aspecto de puerco espín violado.
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