No sé qué es más inquietante: si que Pedro Sánchez sea capaz de sacrificar la convivencia constitucional para conservar su poltrona en La Moncloa o la falta de reacción en el PSOE y, lo que es peor, en su electorado. Lo primero es grave pero tiene remedio. El suspiro de democracia que aún disfrutamos sirve para quitarnos de en medio a ególatras autoritarios.
Por otro lado, no sorprende la falta de pulso en la dirección del PSOE. No solo ha funcionado la ley de hierro de las oligarquías, sino que la purga realizada por Sánchez tras su vuelta en 2017 ha sido muy efectiva. Nadie se atreve a contradecir al Dr. Fraude, o a dejar de aplaudir al líder. Se ha rodeado de peones sacrificables, hasta el punto de que nunca tanta mediocridad tuvo tanto poder y presencia pública. Véanse los ejemplos de Ábalos, Lastra y Simancas. El resultado es que en tres años el PSOE se ha convertido en una plataforma para sostener el proyecto personal de Sánchez y nada más.
Lo más preocupante es el electorado. Las decisiones de Sánchez responden a un plan para cambiar el eje del consenso: sustituir a los partidos constitucionalistas por los rupturistas. Eso supone engañar y orillar al PP y a Ciudadanos al objeto de cambiar el régimen, convertirse en la clase política hegemónica y gobernar para siempre. El problema es que el electorado de la izquierda admita esta transformación general, esta deriva autoritaria por el simple hecho de que son “los suyos”.
Es difícil asimilar que toda esa masa electoral esté encandilada por un liderazgo postizo y ególatra, vacuo, sin palabra ni dignidad
¿Es posible que los millones de votantes del PSOE vean con buenos ojos la colonización partidista del Estado, el control de los medios de comunicación, los recortes a la libertad de expresión, el ataque a la división de poderes, o la alianza con Bildu y ERC? ¿En serio todo esto es mejor que sentarse a hablar con el PP y Ciudadanos, y repudiar a los violentos y a los golpistas? Es difícil asimilar que toda esa masa electoral esté encandilada por un liderazgo postizo y ególatra, vacuo, sin palabra ni dignidad.
El votante tipo del PSOE es mujer, entre 40 y 60 años, con estudios medios, y un estatus social de mitad de tabla. Es la clase media que vivió la Transición, los años de plomo de ETA, el rodillo socialista de González y su declive, el ascenso del PP de Aznar, la elección y hundimiento de los gobiernos de Zapatero y Rajoy, el fraude de la nueva política y el golpe de Estado en Cataluña. Es decir; es tiempo más que suficiente como para asimilar las costumbres democráticas, el valor de la libertad, y la necesidad de desconfiar de cualquier gobierno como para que ahora ese mismo electorado trague con gusto la deriva autoritaria e indigna de Sánchez.
El totalitario acecha
Hayek escribió que hay generaciones que piensan que la libertad viene dada, que es algo seguro, y que cuando se baja la vigilancia es cuando el totalitario aprovecha la ocasión. Simona Forti lo describe bien: el totalitario es el vecino que está siempre llamando a la puerta. ¿Estamos en un país en el que da igual la democracia? ¿En el que la memoria propia es el relato tontorrón que sale de La Moncloa? ¿Es posible que no importe pactar con totalitarios asesinos y golpistas con tal de arrinconar al adversario constitucional?
Muchas veces nos fijamos en los dirigentes políticos como responsables del devenir de los sistemas democráticos, pero no poca responsabilidad cabe también a los ciudadanos. Se vota y respalda a opciones egoístas y de confrontación, a líderes pequeños y mezquinos. La gente se suma a feligresías dogmáticas para tener una identidad con la que enfrentarse a los demás. El individualismo es marginal. El motivo es que no importa el conocimiento ni la verdad, sino la victoria sobre el otro por muy efímera que sea.
¿Dónde está el PSOE decente? Esa es la pregunta. Pero hay que volver los ojos hacia los españoles. La soberanía sigue residiendo en el pueblo, que decide qué, cuándo y a quién. Entre medias cabe la resistencia, pero no la de los antiguos, sino la de los modernos, la pacífica, la interior, la individual, la que preserva la conciencia y condiciona el comportamiento.
¿Es que no hay nadie de los nacidos en democracia que crea en este sistema político, que no defienda el espíritu de las leyes de la Transición?
Cabe otra posibilidad aún más pesimista en este análisis, y es que Moncloa haya adoptado esta estrategia rupturista sabiendo que el electorado socialista va a aceptarlo. De esta manera, si no hay una reacción negativa del votante izquierdista al primer aldabonazo, como pactar con Bildu los Presupuestos o la eliminación del español como lengua vehicular, esas medidas van a continuar. Habrán normalizado el desmontaje del sistema pieza a pieza.
Los manifiestos de viejos socialistas están bien, y son necesarios. ¿Pero dónde está la nueva generación socialista, la que nació después de 1978? ¿Es que no hay nadie de los nacidos en democracia que crea en este sistema político, que no defienda el espíritu de las leyes de la Transición, que no vea cómo funciona en otros países europeos? La respuesta que suele dar esa generación socialista a preguntas de este tipo ya sabemos cuál es: “Eres un facha”. No hay más preguntas, señoría.
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