Pedro Sánchez se presentaba en Estrasburgo a pasar el examen final de una presidencia europea que ha sobrellevado con mucha más pena que gloria y que ha estado entorpecida por las negociaciones para conseguir los votos necesarios para su investidura. Y, como no podía ser de otra manera, la jornada ha supuesto un día más para la infamia.
Antes de su comparecencia en el Parlamento Europeo –una coartada que le sirvió al presidente del Gobierno para huir del debate de la tramitación de la amnistía, él que tanto gusta del Falcon no podía estar presente esta vez- nos desayunábamos con el acuerdo entre PSN y Bildu para arrebatar la alcaldía de Pamplona a UPN. El ‘pacto de la capucha’ sigue desvelándose.
El 24 de noviembre pasado, Vozpópuli anunciaba que “Bildu tiene negociada con Sánchez la alcaldía de Pamplona a cambio del apoyo a su investidura”. Ninguna sorpresa, por tanto. Una noticia que se presumía cuando Pedro Sánchez, desde la tribuna del Congreso y en pleno debate de su investidura, afirmaba en respuesta a Alberto Núñez Feijóo: «En su lista de agravios se le ha olvidado incorporar un pequeño matiz, ¿quién gobierna el Ayuntamiento de Pamplona? ¿Con qué votos gobierna UPN el Ayuntamiento?”.
Pedro Sánchez y sus mentiras (cambios de opinión)
Menos de un mes después, se hace público el acuerdo. Las mentiras, perdón, los cambios de opinión de Sánchez deben ser tomados como un anuncio de lo que va a pasar más temprano que tarde. Lo que Sánchez dice que no va a ocurrir, sucede, y Óscar Puente, el ‘jabalí’ como le califica Ignacio Varela, lo justifica con otra infamia: “No tengo ningún problema en que un partido progresista democrático se haga con una alcaldía de una capital de provincia".
Otra vez vuelven a resonar como campanas tocando a muerto las palabras de la madre de Joseba Pagaza, el concejal y miembro de la UGT asesinado por ETA, al hoy desmemoriado Patxi López: “Haréis y diréis cosas que nos helarán la sangre a las víctimas”.
Pero el miércoles avanzaba y todavía no había pasado Pedro Sánchez por el estrado de Estrasburgo cuando el presidente del Supremo suspendía una cita prevista con Félix Bolaños, el superministro de la cosa, en respuesta a los “inaceptables” señalamientos de la portavoz de Puigdemont en el Congreso de los Diputados la noche anterior, cuando con nombre y apellidos llamó “indecentes” a los jueces Marchena, Llarena o Espejel, “togados franquistas” y exigió su purga y cese desde la tribuna y ante la pasividad insoportable de la presidenta Armengol.
Pedro Sánchez tuvo que escuchar cómo el fugado de Waterloo, en menos de un minuto que habló, le metía entre las sábanas otra cabeza de caballo
Con estas últimas credenciales –el pacto de la capucha, Bildu progresista, señalamientos a jueces, periodistas y policías- se presentaba por fin el presidente de turno de la UE a hacer balance. Tras centrar su discurso, una vez más, en atacar a Feijóo por no renovar el CGPJ –“eso es lawfare”- y sufrir amnesia sobre la amnistía o la denuncia de los jueces, Sánchez tuvo que soportar las críticas de conservadores y liberales por las amenazas que se ciernen sobre la democracia española.
Pero aún quedaba la traca final, una última humillación al presidente del Gobierno español por parte del político que huyó en un maletero y hoy teledirige los hilos de Moncloa. Sentado junto a José Manuel Albares, el pequeño Napoleón que intentó hasta el final, incluso corriendo con los gastos, que la UE oficializara el uso del catalán- Pedro Sánchez tuvo que escuchar cómo el fugado de Waterloo, en menos de un minuto que habló, le metía entre las sábanas otra cabeza de caballo por no haber cumplido la exigencia pactada con su lengua materna: “Las oportunidades hay que aprovecharlas cuando ocurren, si se dejan pasar de largo por miedo, por incapacidad, las consecuencias nunca son agradables".
Pedro Sánchez ponía cara de circunstancias y el ladrido de un perro acabó por colarse en los micrófonos de la Eurocámara para poner la última nota extravagante a otro día para la infamia.
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