La situación política actual es en muchos aspectos parecida a la del primer trimestre de 2016, pero con los papeles invertidos. Pedro Sánchez es ahora Mariano Rajoy y Pablo Casado es Pedro Sánchez. Hay, con todo, algunas diferencias. En abril irrumpió Vox, un nuevo partido de ámbito nacional que complica aún más el panorama, y Ciudadanos es sensiblemente más fuerte de lo que era hace tres años.
Pero lo que hace que 2019 no sea del todo 2016 es el hecho de que Sánchez puede formar Gobierno sin tener que estirarse demasiado. A diferencia de Rajoy, no padece cordón sanitario alguno. Podría pactar con Rivera o con Podemos y ERC. Pero por ahora no ha pactado con nadie. No lo ha hecho porque no ha querido. Está empleando la suerte de don Tancredo que tanto gustaba a Rajoy. Se ha plantado inmóvil en el centro de la plaza con la esperanza de que cuando el toro salga de chiqueros no le arrolle. Por toro hay que entender la sesión de investidura.
A la luz de los hechos se diría que con quien de verdad quiere pactar es con Ciudadanos. Lo cual no es de extrañar, porque Rivera le da estabilidad y moderación. Lleva un mes encima del pedestal diciéndole con gestos a Rivera que o se aviene a llegar a un acuerdo o se pondrá en manos de Podemos y los independentistas catalanes.
Evidentemente es un farol. Sánchez no se puede permitir semejante pacto por el altísimo coste que supondría. Por un lado Podemos le pediría carteras delicadas como la de Trabajo y quizá la de Hacienda. Por otro, Esquerra no se conformará con menos de un indulto exprés para los políticos procesados por el Supremo, cuya sentencia aún no se ha emitido, pero todo indica que será condenatoria.
La sensación es que Sánchez echa mano del tándem Iglesias-Rufián para ablandar a Rivera quien, llegado el caso, también podría servirle en bandeja el Gobierno de la Comunidad de Madrid
Si termina gobernando con Iglesias y Rufián su Gobierno será como un potro de tortura. Aprobar los presupuestos puede convertirse en un triple salto mortal que vendría acompañado de quejas desde Bruselas, más aún cuando el horizonte económico no pinta despejado sino tormentoso. Pero necesita ese farol para ablandar a Rivera que, llegado el caso, también podría servirle en bandeja el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Lo que dudo es que ese farol haya colado.
Le queda eso sí, y por seguir con los naipes, echar un órdago que ponga patas arriba todo el escenario, liquidando esta legislatura mediante la convocatoria de elecciones. Esto ya lo han dejado ver en Moncloa y apuntan incluso una fecha, el 10 de noviembre, lo que significa que están dispuestos a tirar la toalla este mismo verano. Ir a elecciones es como lanzar una moneda al aire. Nadie sabe a ciencia cierta que puede salir de ahí, pero el hecho es que hoy por hoy no interesa a nadie.
No interesa al PP porque Casado aún no se ha terminado de hacer con el partido y todavía tiene pendiente recuperar muchos votos que se fueron a Vox. No interesa a Ciudadanos porque anda su electorado un poco mosca con la indecisión y los bandazos que han venido dando en los últimos meses. No interesa a Podemos, un partido menguante que ha perdido casi todo el atractivo que tuvo en sus buenos años. No interesa a Vox porque es previsible que la sangría que empezó en las municipales continúe en los próximos comicios.
Y no interesa al PSOE porque, aunque se beneficie de la anemia podemita, sufriría directamente el regreso al PP de muchos votantes que se habían pasado a Ciudadanos y Vox. No hay más que echar un vistazo rápido a los resultados del 28-A para percatarse de lo cerca que están los tres primeros. El PSOE aventajó al PP en tres millones de votos pero, en el caso de que se reconcentrase el voto en la derecha, el PP dispone de mayor reserva: casi siete millones entre Ciudadanos y Vox, mientras que el PSOE sólo puede reclamar los tres millones justos de Podemos.
Ir a elecciones es como lanzar una moneda al aire. Nadie sabe a ciencia cierta que puede salir de ahí, pero el hecho es que hoy por hoy no interesan a nadie
Bastaría con que una parte del votante de izquierdas se quede en casa para inclinar la balanza hacia Casado y que Sánchez salga de Moncloa por la misma puerta que Carmena salió el mes pasado del palacio de Cibeles. El votante de derechas también podría abstenerse pero es más difícil que lo haga porque, al estar sus partidos en la oposición, se encuentra más movilizado. La de ir nuevamente a elecciones sería una apuesta de la que Sánchez podría arrepentirse y eso es algo que se huelen en su gabinete. Según están las cosas mejoraría su posición, pero no demasiado y a cambio regalaría una bombona de oxígeno y quizá el poder a su principal adversario.
Si quiere evitarlas, a lo largo de las dos próximas semanas en Moncloa tienen que tomar una decisión. O le ofrecen un acuerdo formal y en voz alta a Ciudadanos, o hacen lo propio con Podemos y ERC; o hacen saltar todo por los aires. Tienen, lógicamente, que estar dispuestos a enfrentar las consecuencias, porque ninguna de las tres opciones les saldrá gratis. Si alarga la mano a Rivera y éste se la toma tendrá problemas en Cataluña y habrá defraudado al sector más izquierdista de su electorado. Si se decanta por la opción más radical le van a hacer comprometerse a cosas que no quiere y hasta que no puede cumplir. Si va a elecciones podría el diablo ponerse a enredar y verse privado de la poltrona antes de tiempo. Está en una ratonera de la que le va a costar mucho salir y lo sabe, quizá por eso se deja ver tan poco de un tiempo a esta parte.
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