Pretender vender un periódico en el que el gran titular de portada es una frase de Pedro Sánchez que arranca con una declaración de intenciones del estilo de “Me comprometo…” es como pensar que al diablo le ha dado por rezar pensando en las ánimas del purgatorio. Un contradiós. Hay que estar ciego o ser muy voluntarioso o muy partidario para poner en boca de Sánchez el verbo comprometer y pretender que el personal pique y compre la mercancía que El País vendía el domingo. Entrevistar a quien no tiene crédito tiene sus riesgos, el principal es que termines pareciéndote al entrevistado. Tendrá quien le escriba, pero ya no tiene quien le crea.
El sinapismo del que hace gala Sánchez parece que no lo notan los que están a su alrededor, es más, cree uno, que lo jalean: venga presidente, vamos, adelante, una promesa más que el pueblo traga y olvida. En su última entrevista -¡una auténtica encerrona, oigan!- Sánchez se comprometía a que lo que paguemos de luz este año sea lo mismo que en 2018 ¡descontando la inflación! Y por qué no, me pregunto, en 2019 o en 2020. Para que lo que dice sea verdad la luz debería bajar desde hoy mismo, y no parece que así vaya a ser. Y, si no se cumple lo que dice, ¿qué pasará con el que se compromete tan solemnemente? Nada. Truco barato de un providente presidente incluso cuando es entrevistado con papel de fumar. Tiene escrito Wittgenstein, y Sánchez debe haberlo leído -cuidado con la ironía-, que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Pues eso. Algo reducido y muy enano.
Muchas palabras, pocas ideas
En su última entrevista no hay una idea: hay deseos, criticas al PP, promesas líquidas, explicaciones, pleonasmos y retruécanos como reacción a un lenitivo guión de preguntas. Sánchez tiene problemas cuando sale a la calle porque raro es el sitio en el que el personal no le diga las lisuras que algunas televisiones luego tratan de quitar. Qué más da. Ya estamos acostumbrados. Sánchez ya sólo se deja entrevistar allí donde puede hablar de sus compromisos sin que los entrevistadores sufran a continuación un súbito ataque de risa. Así lo dice quien lo conoce bien: Que esté siempre en los mismos medios es un problema, pero no hay quien lo saque de ahí. Terminará la legislatura sin pisar la Cope, El Mundo, Abc, Onda Cero…Una radio, la SER. Un periódico, El País. Una televisión, la Tele5 de Piqueras. Su problema no son las respuestas, que las tiene por increíbles que sean, su problema son las preguntas bien formuladas, y sobre todo las repreguntas, a las que no está acostumbrado. Quiere entrevistas donde no le recuerden el asunto de la tesis, o sus promesas incumplidas, o sus compromisos con los que le hicieron presidente. Así no vamos bien, termina mi interlocutor.
Hubo un tiempo en este país en el que los medios eran los que aceptaban o no las propuestas de los políticos y marcaban cuando y donde entrevistarlos. Ahora son ellos los que eligen la radio, el periódico o la tele, ponen el día, el lugar y según el día, aceptan preguntas de los contertulios. Sí, es un lugar común, lo sé, pero sólo degenerando hemos llegado a este punto que ya no tiene retorno. Y, claro, empeorando, declinando nuestro nivel de exigencia como ciudadanos damos en consentir que Pablo Iglesias diga en un farragoso artículo ilustrado con una pistola y en el que arremete contra el PP y Vox, que él ha llegado para ejercer el periodismo crítico. ¿Qué pensará semejante hurgón que hacen los que siguen creyendo en este oficio? Cuando Carrillo se puso en el DNI de profesión periodista causó risa, pero algo tenía que poner. Que Iglesias se titule de lo mismo e ilustre sus peroratas con la Luger que utilizaron los nazis resulta indignante, aunque miedo no da. Mejor así, escribiendo sus cosas que no en la vicepresidencia del Gobierno, que eso sí que daba pavor.
Mundo, demonio y carne
La degeneración, esa palabra que el diccionario define como la pérdida progresiva de la normalidad psíquica y moral de un individuo, no afecta solamente a la política y quienes viven de ella, también al periodismo que refleja de aquella manera lo que hacen -unos con más decencia que otros, desde luego-. La degeneración ha llegado a las grandes empresas del Ibex envueltas en vendettas, escuchas, espías, fondos de oscura procedencia para pagar al comisario Villarejo.
La degeneración, por si ya tuviera poco la Iglesia católica con los abusadores que visten sotana, se ceba en Xavier Novell, hasta ayer mismo obispo de Solsona, en su momento el más joven de España al recibir. Ese obispo que con el báculo pastoral en mano decía estar en contra del condón, de las relaciones prematrimoniales y hasta de las matrimoniales si no era para engendrar una vida; aquel curita que decía que la homosexualidad tenía su asiento en aquellos hombres que no habían tenido un padre. Y así, no sabe uno qué escribir cuando se entera de que el obispo ha dejado el hábito tras enamorarse de una mujer que se dedica a escribir novelas eróticas y satánicas. Esas eran las relaciones estrictamente personales del ex obispo. Y sería un tema personal en el que no deberíamos entrar si no fuera por la cantidad de barbaridades y memeces que tiene dichas y escritas este hombre que ahora encuentra el amor en una mujer acostumbrada a escribir novelas que, quiero imaginar, estará leyendo ahora con satisfacción. Cosas de los endemoniados, dicen en el obispado de Solsona. Algunos principales de la Iglesia se comprometen con la misma intensidad con que Sánchez hace gala en su última entrevista. Es como aquel soneto con estrambote de Cervantes: Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.
Mundo, demonio y carne. ¡Ay Dios!
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