Opinión

Pedro y Alexander, sin preguntas

Días de convenciones y congresos, de ejercicios espirituales para enardecer a la militancia con fervorines galvanizadores y proclamas de cierre de filas porque el electorado penaliza a los partidos que

Días de convenciones y congresos, de ejercicios espirituales para enardecer a la militancia con fervorines galvanizadores y proclamas de cierre de filas porque el electorado penaliza a los partidos que comparecen desunidos a la hora de las urnas, que nunca se sabe cuándo. Días de colgarse todas las medallas, de repasar la historia propia sin nada que reprocharse y de presentar como reverso a los antagonistas, suma de todas las aberraciones sin mezcla de bien alguno. Pero días, también, ayunos de una crónica periodística de ambiente que pudiéramos llevarnos a los ojos.

Observemos cómo, terminados los fuegos artificiales de Valencia, el lunes, día 18, aparece aquí Alexander de Croo, en visita oficial. La primera en diez años de un primer ministro belga. Al concluir la sesión de trabajo de las delegaciones de ambos países celebrada en Moncloa, a las 19:30, salida al jardín para que De Croo y Sánchez, situados ante sus atriles, hicieran una declaración institucional. O, mejor, dos. La de Pedro es para dar las gracias a los medios de comunicación por atender esa comparecencia de prensa y a Alexander por su visita; referirse a la historia común, exaltar los valores compartidos en el seno de la Unión Europea, citar los más de dos millones y medio de turistas belgas que visitan nuestro país, celebrar la intensidad de las relaciones culturales y de las económicas, que sitúan a Bélgica como el octavo país de destino de nuestras exportaciones.

También para mencionar que este año se cumple el centenario de la elevación a rango de embajada de nuestras legaciones diplomáticas y loar la actitud de nuestro representante -digamos su nombre: Rodrigo de Saavedra, marqués de Villalobar- que en la Primera Guerra Mundial salvó a Bruselas de ser bombardeada. Sánchez habla después del capítulo europeo y subraya las que las presidencias semestrales son contiguas. La española, en el segundo semestre del 2023; la belga, en el primer semestre del 2024. Son cinco minutos de declaración que excluyen la más leve referencia a Waterloo.

Indica que Bélgica y España son países que comparten muchas características y tienen que abordar cuestiones territoriales, que son países con una gran riqueza y diversidad, algo que debemos apreciar

A continuación, Alexander, consume su turno y, no contento con la extrema delicadeza de su anfitrión, al volver sobre la gran historia compartida, señala que también hemos tenido diferencias que han reforzado las relaciones entre los dos países. Alexander se refiere a la UE, al multilateralismo, a Polonia, al cambio climático, al precio de la energía y al sursum corda. Enseguida, sin arredrarse, dice que le gustaría sacar a colación el tema de Cataluña. Indica que Bélgica y España son países que comparten muchas características y tienen que abordar cuestiones territoriales, que son países con una gran riqueza y diversidad, algo que debemos apreciar.

Así que, como primer ministro belga, declara su firme creencia en nuestra capacidad de gestionar esas diferencias y en el diálogo, enmarcado en un sistema que se rija por normas, para dejar en claro la diferencia entre un sistema democrático y un sistema autoritario. Entiende que una democracia no tiene que ver únicamente con la mayoría y que cuando mejor funciona es cuando permite defender a las minorías. Dice que la diversidad es una fortaleza de la democracia, sostiene que el único camino correcto es el del diálogo político y elogia a Pedro por su valor para comprometerse con un diálogo político como lo está haciendo.

Ahí lo dejó Alexander, sin que Pedro tuviera nada que añadir, ni los periodistas oportunidad alguna de preguntar. Imaginen ahora los lectores, por un momento, que la visita hubiera sido a la inversa. Es decir, que un presidente del Gobierno español acudiera invitado por su homólogo belga a Bruselas. ¿Alguno de ustedes concibe que, en semejante ocasión, el huésped español se dirigiera a su anfitrión belga metiéndole el dedo en el ojo a propósito del conflicto entre flamencos y valones, señalándole el camino del diálogo como único correcto y tributándole elogios paternalistas, como los que Alexander ha dejado caer en Moncloa?. Surge la duda: ¿el belga De Croo sorprendió a Sanchez o, más bien, antes de salir al fresco de la tarde, Pedro y Alexander se habían procedido a un reparto amigable de papeles? En el segundo caso, peor. De todas maneras, ¿alguna vez sabremos por qué Bélgica se convirtió en un santuario para los terroristas etarras negando las extradiciones que reclamaba la justicia de una España democrática ya incorporada a la Unión Europea?

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