Debemos creer a Yolanda Díaz cuando dice que “nada va a romper” sus lazos con Pedro Sánchez. Retóricas para despistar al margen, han formado un tándem electoral inseparable. “Sánchez y yo llegaremos a un punto de encuentro”, proclama, como si no fuera de conocimiento público que seguir juntos en el gobierno es el lugar de encuentro que les importa. Perdemos el tiempo enredados por sus operetas de disputas simuladas, que exhibirán en el estado de la nación.
El simulacro de conflicto sobre gasto militar es buen ejemplo. En los años de gobierno en comandita han estado cumpliendo religiosamente, y a escondidas, con los carísimos pagos de los programas de armamento. Ahora, cuando la cumbre de la OTAN sitúa la cuestión en primera línea mediática, toca teatro. Pero se confunden quienes creen que la cuestión militar puede romper la coalición. Es solo un reparto de papeles. Sobre las dificultades para salvar el próximo presupuesto, eso ya lo verán.
De momento estamos en plena campaña de promoción. “No basta con gestionar, a este Gobierno le falta alma”, es el slogan central del espacio Yolanda. Lo dice quien es vicepresidenta de ese gobierno sin alma. Ahora, como en el mitin de Madrid, dominará la palabrería hueca. Como sucedió con la irrenunciable derogación de la reforma laboral. Para empezar, promete “con humildad” un nuevo contrato social en España. Ahí es nada. ¿Un 15M bis liderado por ella? Quienes están dedicados a fabricarle carisma saben que no está el horno para bollos y le hacen decir que ella es constructiva, no como Iglesias que se habría dedicado a impugnar, a destruir.
Aquí los partidos no pintan nada, proclama en un acto organizado íntegramente por el Partido Comunista. Todo apesta a uno más de los camuflajes habituales de comunistas después del comunismo, que reconocen inviable tras el hundimiento de la URSS hace treinta años. Desde entonces se dedican a buscar banderas de conveniencia. Como un ejército que ha sido disuelto, guerrean al servicio de todo tipo de causas, las independentistas incluidas, o intentan la colonización de socialdemócratas desnortados, a los que, si se dan las condiciones, pretenderán sustituir, como ocurrió con Tsipras en Grecia y con Mélenchon en Francia.
Ese camino les está hoy vedado en España, y más siendo parte del gobierno. Los antecedentes demuestran que la táctica funciona desde una oposición extremista, como en Chile
Esa orientación la traduce bien Díaz en su discurso multicolor y de retórica creativa. Sigue el viejo principio de los demagogos revolucionarios: “Ahí va mi pueblo, debo descubrir a dónde se dirige para poder guiarlo”. Su adaptación: “impulsamos un movimiento ciudadano en el que el protagonismo es vuestro, no nuestro”. ¿Su proyecto? El que dicte el pueblo, y ella intentará descubrirlo en ruta de escucha por España.
El principal contratiempo es que para tener éxito necesitan el combustible de un estallido social como el que en Chile llevó al izquierdista Gabriel Boric a la presidencia, previo camuflaje de moderación repentina en la segunda vuelta electoral. Pero ese camino les está hoy vedado en España, y más siendo parte del gobierno. Los antecedentes demuestran que la táctica funciona desde una oposición extremista, como ocurrió con la experiencia chilena admirada por Díaz.
Sánchez -ascendido a líder galáctico gracias a una comida y dos destructores- se ató a estos socios en simbiosis permanente, sometido a una interdependencia de la que no puede prescindir para mantenerse con vida. En cuanto a resultados, hace tiempo que el sanchismo quedó al desnudo y ni los más acérrimos pueden ya negar el desastre de la gestión. Salvo Zapatero, que ve un balance “sobresaliente”, en lo económico y en lo social. En estas condiciones, que el jefe del PSOE esté pensando en una reelección demuestra lo aislado que está, cómo ignora la realidad.
Son tan derechistas como los que en Cataluña votaban a Felipe González y se abstenían en las autonómicas, los mismos que optaron por Cs tras el 1-O y terminaron absteniéndose desencantados en las últimas elecciones
No atiende a las señales. El propio CIS de Tezanos, en su estudio postelectoral de las andaluzas, evidencia que casi un 20% de electores de un PSOE ya mermado en 2018 votaron a Moreno Bonilla el 19J. El sanchismo mediático dice que esos electores se han derechizado. La pasión les ciega. Simplemente reaccionan ante la comprobación de los daños provocados por la dupla Sánchez-Díaz. Y no habrá representación teatral que les haga cambiar de opinión. Son tan derechistas como los que en Cataluña votaban a Felipe González y se abstenían en las autonómicas, los mismos que optaron por Cs tras el 1-O y terminaron absteniéndose desencantados en las últimas elecciones. ¿Se derechizan? No, huyen de quienes les engañan.
Son votantes que creyeron a Sánchez cuando les prometió controlar a los peligrosos socios que le hicieron presidente. Les traicionó y ahora le dan la espalda definitivamente. Responden como quienes en Chile están reaccionando ante las trampas de populismos de izquierda camuflados como centroizquierda. Los chilenos que apoyaron masivamente el proceso constituyente lo rechazan hoy mayoritariamente, una vez detectada la farsa. Allí, afortunadamente muchos líderes de la Concertación post-Pinochet, incluidos expresidentes como Frei y Lagos, lideran ese cambio de opinión. Y el recurso “lucha contra la oligarquía” también se convirtió en farsa.
Aunque en España el desengaño se retrasa más, al espacio Yolanda y al espacio Pedro, al fin, se les gastaron los trucos de tanto usarlos, incluida la memoria histórica, a la que siempre recurren como arma partidaria cuando detectan dificultades electorales. Ahora Alberto Núñez Feijóo no puede defraudar la confianza de esos electores procedentes del PSOE, imprescindibles para asegurar los cambios que urgen. Y confiemos en que no repita el gravísimo error de Felipe González de fiarse del independentista Jordi Pujol.
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