Opinión

Los graves peligros de avivar el periodismo de 'estado de alarma'

Son malos tiempos para sobresaltar al personal, pues el confinamiento y la preocupación sobre el futuro han despertado el monstruo de la ansiedad

No hay nada más esclarecedor que ser diagnosticado como enfermo de ansiedad, pues ofrece una explicación médica al miedo irracional y abre la puerta a domar las neuras, las taquicardias y el dolor de estómago. Los desvelos se aplacan con una simple pastilla bajo la lengua, que se erige como la mejor compañera de viaje para los días malos. Sucede que la ansiedad colectiva es mucho más complicada de controlar que la individual, pues no es lo mismo el grito ahogado de uno mismo que la voz de alarma desde un estrado, pues esta última suele derivar en histeria ciudadana.

Son malos tiempos para sobresaltar al personal, pues el confinamiento y la preocupación sobre el futuro han despertado el monstruo de la ansiedad. Ése que trepa desde el plexo solar hasta la base del cráneo y aleja la calma del cuerpo. En tiempos en los que los ciudadanos tienen las preocupaciones a flor de piel, no parece muy responsable transmitir fatalismo, pues todo el mundo sabe que la Biblia culmina con el Apocalipsis, pero nadie espera sufrirlo. Sobra decir que los medios no hemos realizado el pertinente examen de conciencia y propósito de contención, dado que hubo un día, hace unos años, en el que, ante la mengua del mercado publicitario y la creciente competencia, aumentamos el tono de voz y el dramatismo del mensaje para mantenernos a flote.

La cosa ha ido a peor, pues han surgido durante este estado de alarma algunos 'estados de alarma' periodísticos -y quien quiera entender, que entienda- que únicamente han contribuido a enfangar el terreno. Estos formatos sólo sirven para mayor gloria de sus promotores, pues no hay nada mejor para un gobierno que el exabrupto y los golpes de pecho argumentales.

La crítica desmedida suele anular a la juiciosa, pues el poder tiende a agruparlas para defenderse, lo que hace que los promotores de estos 'estados de alarma' mediáticos sean, inconscientemente, los mejores aliados de Moncloa.

El efecto se multiplica si el Gobierno, como ocurre hoy en España, se rodea de una cohorte de palmeros mediáticos que dedica los mismos esfuerzos a loar las iniciativas del Consejo de Ministros que a emprenderla contra quienes las debaten a grito pelado. Nunca antes una brunete mediática fue tan acrítica y lamerona con un Ejecutivo. Y nunca antes hubo argumentos y actitudes tan sencillos de parodiar entre la prensa crítica de 'estado de alarma'. En los dos casos, la actitud es errónea. Ambos se explican en la voluntad de hacer el agosto con la pandemia.

Agitación mediática

Se ha criticado en estas columnas el estilo parcial y agresivo de tertulias como la de Antonio García Ferreras, del mismo modo que esa práctica tan generalizada en la prensa digital de teñir de amarillo casi cualquier titular, en una demostración de que valen más los 'clics' que el propio alma.

También se ha denunciado ese formato de debate pugilístico de los Antonio Maestre, Elisa Beni o Francisco Marhuenda. No creo que ninguno estemos libres de esa peligrosa teatralidad, aunque unos la practiquen más que otros. Ahora bien, en los últimos meses se ha dado un nuevo giro de tuerca a esa forma de comunicar y se ha impuesto un estilo más agresivo, como es el de los Rubén Sánchez y Alvise Pérez, entregados a una especie de propaganda de guerra que resulta altamente tóxica, más allá de la veracidad o de la dosis de mentira que contengan sus mensajes.

Javier Negre ha adoptado ese estilo en su canal de YouTube de 'estado de alarma' y es difícil compartirlo, pues, reitero, las verdades del barquero y el histerismo mediático -pese a que esté cargado de razones- suelen provocar el efecto contrario al que desean. En lugar de erigirse en 'oposición periodística' al Gobierno, terminan convirtiéndose en sus mejores aliados, dado que le ayudan a transmitir que 'los otros' son todavía más radicales que 'los propios', con el maniqueísmo que suele utilizar el poder cuando trata de defenderse.

Negre dice que le han despedido de El Mundo tras una persecución ideológica y por eso ha solicitado una indemnización de 100.000 euros. Desconozco si tiene razón, aunque las varias personas de ese periódico consultadas estos días opinan lo contrario casi en su totalidad. El asunto tiene pinta de que se dirimirá en los tribunales, de ahí que seguramente sea un juez quien tenga que determinar quién tiene razón.

Ahora bien, que estos sucesos no sean óbice para apuntar que -como otros tantos han hecho- no es una buena idea subir el tono en pleno ataque de ansiedad colectiva, pues quizá sea beneficioso a corto plazo, pero desgasta a la larga, dado que resulta relativamente sencillo acostumbrarse al ruido. Entonces, a quien alza la voz por defecto, sencillamente, se le obvia.

Pese a que tantos representantes hayan tildado últimamente de 'cobardes' a quienes no gritan, no tengo dudas de que los argumentos más acertados y precisos son los que se pronuncian sin encresparse ni gesticular. Y todos fallamos en este sector, salvo honrosas excepciones. Entre las que no se encuentra quien firma, claro.

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