La inmensa bronca en torno a la abstención de los independentistas que por fin ha permitido formar Gobierno en España ha resultado tan cegadora que nos ha impedido ver que el verdadero y profundo problema que tienen los grandes partidos nacionales es su incapacidad para distinguir a sus adversarios de sus enemigos. Adversario es aquel que quiere vencerte y tomar el poder en tu lugar. Enemigo es el que tiene por objetivo tu destrucción y tu desaparición. No lo ven.
Acertaba de lleno la portavoz socialista, Adriana Lastra, cuando en su intervención del domingo en el Congreso avisaba a Pablo Casado de que si habla como Vox, propone lo mismo que Vox, se comporta como Vox y hace política como Vox, sus votantes acabarán votando a Vox. Remachó su crítica hacia los populares señalando que “todo lo que es Vox a nivel institucional, se lo debe a ustedes”. Llevaba razón.
Nunca la izquierda comunista ha renunciado, ni renunciará, a acabar con el PSOE. Está en su ADN, solo que ahora podrá hacerlo desde un poder institucional insospechado
Solo que, quien así recriminaba a sus adversarios una torpeza tan obvia no supo ver que nada menos que en el inminente Consejo de Ministros de Pedro Sánchez se van a sentar representantes de una ideología que históricamente se ha mostrado como enemiga de la socialdemocracia. Y no me refiero a los comunistas de siempre, que también, sino sobre todo a los novísimos, como el flamante vicepresidente que, aunque ahora calle y abrace mucho, puede estar segura Lastra de que no ha olvidado su: “Al PSOE hay que doblarle el brazo con nuestra fuerza”. Nunca la izquierda comunista ha renunciado, ni renunciará, a acabar con el PSOE. Está en su ADN, solo que ahora podrá hacerlo desde un poder institucional insospechado.
Los actuales dirigentes del PSOE, que por cierto también tuvieron su etapa en que hablaban como Podemos y se comportaban como Podemos sobre todo hacia dentro de su propio partido, deberían comprender que, del mismo modo que ellos sienten que de algún modo Podemos representa un poco de su propia alma, a muchos conservadores el discurso neofranquista y rotundo de Santiago Abascal, les suena familiar y estimulante. Tan humanos son, por tanto, los socialistas que se animan con la “frescura y novedad” de las propuestas podemitas como lo son los conservadores a los que enardece la pasión nacionalista de Vox. Tan humanos como errados ambos.
Los discursos populistas sin duda son tan atractivos y vistosos que todos los portavoces tiraron de ellos en sus intervenciones de la sesión de investidura (todos, menos Aitor Esteban) y aquello se volvió un dechado de aplausos y vítores constantes que parecía que en el Congreso vayan a instalar pronto los luminosos “Applause” habituales en los concursos televisivos. Lo malo es que el espectáculo es el ecosistema ideal del populismo, no de la democracia, que resulta más aburrida y mucho menos estimulante, sobre todo porque ha de lidiar con la dura y cruel realidad y no con los brillantes y apasionados eslóganes.
Convirtieron la Cámara de nuestros representantes en un entorno políticamente tóxico que costará mucho limpiar
Las enormidades, los gritos, las ovaciones, los insultos y las bajezas morales, que las ha habido y bien vomitivas, convirtieron la Cámara de nuestros representantes en un entorno políticamente tóxico que costará mucho limpiar incluso si a partir de ahora hubiera ganas de hacerlo, lo que resulta dudoso. Ya no es lo que dure sino cómo se va a desarrollar la legislatura lo que produce escalofríos.
Los partidos de la Transición, sí, de la Transición, de la que deberían enorgullecerse y no avergonzarse, tienen la obligación de comportarse como deben: primero alejándose y no abrazándose a sus extremos y después reconociéndose mutuamente como adversarios plenamente legítimos y evitando las repugnantes y peligrosísimas descalificaciones mutuas que escuchamos en el debate. Los cordones sanitarios no han de ponérselos entre sí sino a los extremistas. Esa es su obligación para con la democracia que tanto costó construir y deben hacerlo aunque les cueste esfuerzo, disgustos y votos. No se mete uno en política para que le aplaudan todo el rato. Y desde luego no para que lo hagan en el hemiciclo, que no es un teatro. O no debería.
Fagocitado por Podemos
A la vista de lo ocurrido el pasado fin de semana, vamos mal. La tarea que Casado tiene por delante va a ser difícil. Después de su apocalíptica intervención, tendrá mucho trecho que desandar si quiere recuperar la posición de derecha democrática y moderada que le corresponde al PP y que él ha preferido abandonar para competir con Vox por la rabia y la mentira.
Pero el que va a tener un recado complejo de verdad va a ser el presidente Sánchez, que para empezar tendrá que asegurarse un Gobierno y no dos, como su vicepresidente tratará de que suceda. Y, para continuar, tendrá que vencer el enorme peligro de ser fagocitado mediática y políticamente por un Iglesias que ya ha demostrado que sigue a rajatabla la tradición de toda la izquierda comunista de empezar cargándose a sus disidentes internos para poder asaltar después el espacio del socialismo democrático, su verdadero enemigo.
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