Los resultados electorales en Andalucía del pasado domingo son inapelables y no caben hacerle demasiadas lecturas ya que el PP ganó por mayoría absoluta más que sobrada. Necesitaba 55 escaños y consiguió 58, 32 más de los que obtuvo en diciembre de 2018. Con un 43,1% de los votos dejó al PSOE a casi 20 puntos porcentuales de distancia y 28 escaños. No caben paños calientes ni excusas de mal pagador a pesar de que, en una comparecencia psicotrópica, la inefable Adriana Lastra, aseguraba el lunes que Juanma Moreno había ganado gracias a Pedro Sánchez, es decir, que los andaluces votaron al PP para reconocer la buena gestión del Gobierno de coalición durante la pandemia y todo lo que ha venido después. De alguien como Adriana Lastra podemos esperarnos cualquier cosa, pero esto no salió de ella, sino del gabinete de crisis que montaron en el PSOE para aplicar un chute de morfina que hiciera más llevadero el rejonazo que les acababan de meter los andaluces.
No es el primero. Llevan dos años perdiendo elecciones autonómicas, pero en regiones donde no suelen hacer gran cosa. En julio de 2020 en Galicia y el País Vasco se quedaron más o menos como estaban, magro resultado para un partido que venía de ganar dos generales consecutivas un año antes y que, en aquel momento, estrenaba un flamante Gobierno de coalición. En 2021 trataron de hacerse con Cataluña presentando a un ministro como candidato. No funcionó. Ganaron por la mínima y se fueron directos a la oposición. Unos meses más tarde les llegó el primer aviso serio. En Madrid se despeñaron hasta el tercer puesto y se dejaron 13 escaños y 11 puntos. Una derrota especialmente dolorosa porque se la infligió Isabel Díaz Ayuso, a quien habían escogido un año antes como blanco de todas sus críticas y hacían de continuo la vida imposible.
Esas elecciones, de hecho, las provocaron ellos al impulsar tras las bambalinas y de forma un tanto temeraria una moción de censura en Madrid que fue descubierta a tiempo y no les salió. En febrero de este año en Castilla y León sufrieron otro correctivo. Perdieron siete escaños frente a un candidato débil como Alfonso Fernández Mañueco, que poco después tuvo que ponerse en las manos de Vox para seguir gobernando.
El derrumbe del PSOE no lo han capitalizado los herederos de Podemos, que no han salido muy bien librados del brete, sino los dos partidos de derecha, el PP y Vox
Andalucía es la gota que colma el vaso. El PSOE de Sánchez no es que genere desconfianza -eso era lo que despertaba allá por las generales de 2019 y ahí están sus resultados-, es que directamente produce rechazo en la mayor parte del electorado. De otro modo no se entiende que el PP haya arrasado de esta forma en Andalucía, una región que no es cualquier cosa para el PSOE. Durante décadas ha sido el feudo por antonomasia del partido. Andalucía les ha proporcionado millones de votantes y ha servido de granero de cuadros y altos cargos. Sin Andalucía el PSOE nunca hubiese llegado a ser el PSOE. Pues bien, se les ha escapado, y no precisamente por la izquierda. El derrumbe del PSOE no lo han capitalizado los herederos de Podemos, que no han salido muy bien librados del brete, sino los dos partidos de derecha, el PP y Vox, que entre ambos suman 72 escaños, es decir, dos tercios de los 109 diputados que conforman el parlamento andaluz.
De Vox se esperaba más, especialmente en Madrid, donde hablaban de “macarenazo” en alusión al nombre de la candidata y se veían ya dentro del Gobierno. Iba a ser este el segundo ejecutivo verdiazul tras el de Castilla y León, pero al PP no le va a hacer falta. Esto quizá nos esté diciendo que Vox ha tocado techo en torno al 13-15% de los votos -el mismo porcentaje, por cierto, que obtuvo en las generales de noviembre de 2019-, pero esta vez no se está nutriendo de votantes del PP descontentos ya que esos han vuelto a casa. Vox los está sacando de otro lado y no parece que muchos vengan del difunto Ciudadanos. Podría ser, y esto es sólo una hipótesis en tanto que no tenemos datos al respecto, que una parte de sus votantes vengan directamente de la izquierda. Su discurso, es ya abiertamente populista y busca precisamente eso, “lepenizar” el partido y pescar votos entre los votantes tradicionales de los partidos de izquierda.
Quizá eso explique que el PSOE haya bajado tanto y que los restos de Podemos se hayan descalabrado también. A fin de cuentas, la participación del domingo fue muy parecida a la de 2018, unos 3.700.000 votantes que votaron en proporciones muy distintas a las de hace sólo tres años y medio. Ahora que se quedan fuera del Gobierno y sus servidumbres, es posible que desde Vox perseveren en esa línea, algo que debería preocupar más a lo que queda de Podemos que al PP.
Moreno Bonilla no ha ganado por Feijóo, lo hubiese hecho de cualquier manera porque, a lo que parece, gusta bastante en Andalucía. Su victoria estaba cantada de antemano
El PP puede respirar tranquilo. Tras la crisis interna de hace unos meses se ha recuperado de forma casi milagrosa. Algunos lo llaman efecto Feijóo y es muy posible que a él se deba este cambio radical en sus expectativas electorales. Pero no nos engañemos, Moreno Bonilla no ha ganado por Feijóo, lo hubiese hecho de cualquier manera porque, a lo que parece, gusta bastante en Andalucía. Su victoria estaba cantada de antemano. Lo que no tenía del todo claro era que fuese a conseguir la mayoría absoluta.
Hay que preguntarse por qué la ha logrado con tanta autoridad. Se debe a un cúmulo de factores que se han dado cita en este preciso instante. El primero el personal. Moreno es popular en Andalucía por razones que se me escapan. Es de origen malagueño y fue concejal con Celia Villalobos allá por los años 90. Luego pasó a las Cortes donde estuvo unos diez años como diputado. Cuando llegó Rajoy al poder le nombraron secretario de Estado de servicios sociales y luego, en 2014, le dieron la presidencia del PP andaluz tras la salida de Javier Arenas. Le puso ahí, según cuentan las malas lenguas, Soraya Sáenz de Santamaría. Le presentaron a las elecciones autonómicas de 2015 y se dio un castañazo importante, perdió 17 escaños y se quedó a casi medio millón de votos del PSOE, pero como era sorayista nadie le movió la silla. Soraya estaba entonces en la cima de su poder y nadie se atrevía a contrariarla. En 2018 volvió a presentarse y volvió a perder escaños -siete concretamente, entre 2012 y 2018 el PP andaluz pasó de 50 a 26 escaños-, pero consiguió formar Gobierno gracias a que conseguía una mayoría un tanto precaria con Ciudadanos apoyándose en Vox desde fuera.
Es por ello que no daban mucho por él, pero llegó Sánchez, la pandemia y el desastre general que nos aflige y un simple sorayo de oficio, en el PP desde los 19 años -y tiene 52- se convirtió en un gran estadista. En este aspecto es un perfil similar al de Díaz Ayuso, una esperancista de nivel medio por quien nadie daba un real cuando la presentaron en 2019. La derrota la veían segura y necesitaban un candidato de usar y tirar para estrellarlo contra las urnas. La política tiene estas carambolas y cuando un partido entra en crisis siempre hay perdedores y ganadores. Moreno Bonilla y Díaz Ayuso forman parte de estos últimos.
Si adelanta y gana podría revertir el curso de los acontecimientos, reeditar la coalición con lo que quede y salvar los muebles antes de que estalle con virulencia la crisis con la inflación disparada
Al margen de consideraciones personales y regionales, el hecho es que el PP puede dar por concluida la crisis en la que se metió hace justo cuatro años cuando, tras la moción de censura de Pedro Sánchez, se fueron directos a la oposición y por su derecha les salió un partido que les arrebató la iniciativa y millones de votos. Esto coloca a Feijóo como alternativa de Gobierno y refrenda las encuestas de intención de voto a escala nacional que se han ido publicando en los dos últimos meses. Tan sólo le queda esperar a que la fruta madure y le caiga en la mano. Por fruta quiero decir el poder. Le falta, eso sí, un examen por aprobar, el de las municipales y regionales del año próximo. Si Sánchez no adelanta serán seguramente el último clavo en su ataúd. Si adelanta y gana podría revertir el curso de los acontecimientos, reeditar la coalición con lo que quede y salvar los muebles antes de que estalle con virulencia la crisis con la inflación disparada, el crédito seco, la deuda por las nubes y la obligación de hacer reformas y recortes de gasto impuestos desde Bruselas.
Pero esto ya es futurología. No sabemos qué hará Sánchez a partir de ahora. Como ya hizo en el pasado, es posible que haga una de sus tradicionales purgas ministeriales para ofrecer caras nuevas y que otros paguen por sus pecados. Podría ser también que rompa con sus socios de investidura para no tener que presentarse a las municipales con esa gente. Pero eso tampoco lo sabemos. Lo que si sabemos es que ahora la pelota está en su tejado. Él verá lo que hace con ella.
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