Sábado pasado, doce de la mañana. La calle Alcalá está repleta de coches y los bocinazos generan una sensación de jaleo y sordera. Hay tantas rojigualdas como reacciones. Desde los balcones, algunos vecinos aplauden. Los viandantes, en cambio, se detienen para increpar a los partidarios de Vox. "Ojalá se te rompa el coche", grita un anciano a otro.
Subía con mi hermano hacia la plaza Manuel Becerra ese día. Cuando me preguntó a qué se debían tantas banderas, le hice saber que se trataba de una protesta contra el Gobierno. No pareció muy convencido y siguió preguntándome a qué se debía. Ese día y el siguiente las redes sociales se convirtieron en la versión telemática del duelo a garrotazos.
Desde ese sábado han vuelto a mi memoria las palabras de Manuel Cháves Nogales en el prólogo de A sangre y fuego. “Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeñoburgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”. Esas palabras que anteceden los relatos de la Guerra Civil española las escribió ya fuera de España.
Chaves Nogales se marchó convencido de que ninguno de los dos bandos traería a España paz y progreso. Su experiencia le daba motivos para pensarlo. Había visitado la URSS. Fue a la Italia fascista y a la Alemania en la que el Partido Nazi ya imantaba los afectos populares. Entrevistó a Goebbels, vio los disturbios de la Segunda República, conoció los fascismos y se anticipó a su ardid de propaganda.
A España la recorre un guerracivilismo del que Manuel Chaves Nogales ya había advertido. Acaso porque sus libros parecían escritos en el futuro
Durante años, Manuel Chaves Nogales permaneció sepultado en el olvido al que lo confinaron unos y otros. Los nacionales no le perdonaron que fuera un liberal de izquierdas. Y los republicanos le afearon que dijera la verdad. Por eso lo ignoraron. Así lo ha escrito y repetido Arturo Pérez-Reverte en varias ocasiones. Chaves llegó al presente por su propio pie y justo por ese motivo sus palabras tienen vigencia.
Si el acto de escribir encierra una necesidad de lucidez, es natural que quien se sentó a narrar lo ocurrido consiga dar con la sólida columna de la verdad, o al menos algo tan duradero como ésta. Jalonado por la fuerza de sus propias palabras, Chaves Nogales ha llegado al presente, acaso porque sus libros parecían escritos en el futuro. A España la recorre un guerracivilismo del que él ya había advertido.
La guerra había acabado y Manuel Chaves Nogales no había vivido lo suficiente para ver su final. Murió en 1944. Su cuerpo permanece enterrado en Londres, en el North Sheen Cemetery de Richmond. Aún demasiado lejos de la España que supo entender y retratar. Lleva razón Andrés Trapiello al decir que Chaves Nogales era cervantino. Hombres que vivían fuera de su tiempo porque se dirigían al centro del nuestro. Hoy más que nunca conviene volver a leerlo.
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