Escucho en la radio, varias, tertulias y tertulios que hablan sobre las nuevas cepas del virus cuya mutación nos vuelve a colocar en la casilla de salida. Eso aseguran, aunque no todos. Alguno se calla y prefiere que el moderador cambie el turno a ver si con otro toro menos malencarado que este permite mejor lucimiento. Hablan como si trabajaran en un laboratorio, aunque algunos lo hacen después de que un científico haya explicado de qué va esta nueva amenaza. Eso que ganamos los oyentes.
Lo que me inquieta de lo que escucho es que la vacuna que nos van a empezar a poner dentro de cinco días no nos servirá. Luego, en otra emisora dicen que sí, que será útil, y que sus creadores ya tuvieron en cuenta esta y otras mutaciones. Y en la tercera radio simplemente nos remiten a la apertura de la Bolsa porque será “el mejor termómetro para saber si la vacuna de Moderna y Pfizer sirve o no”. Los mercados como verdaderos oráculos de la comunicación del siglo XXI por obra y gracia del periodismo contemporáneo. Quisiera ser preciso antes de nada. No es una crítica lo que escribo, sólo una descripción. Y en todo caso, y antes de seguir, hago mías las palabras de Séneca a Lucilio: haz lo que digo no lo que hago. O dicho de otra forma y pasando al filósofo por el tamiz de la sabiduría popular: consejos vendo que para mí no tengo. Estoy, pues, dentro de lo que describo.
Nostalgia del periodismo del Siglo XX
Empieza a sucederme lo que a Jaime Urrutia, factótum de Gabinete Caligari, que le ha dicho a Zabala de la Serna que tras los años 90 le dejó de interesar la música, que no puede ni entiende el hip hop y que el perreo le da asco. A mí me sucede algo parecido, pero con mi profesión. Me sobrepasa el hip hop de las redes sociales ahítas de diletantes periodistas; me espanta el perreo de siniestros portales digitales sin lectores, sin noticias y capaces de irrumpir de vez en cuando en las telemáticas ruedas de prensa de La Moncloa al lado de los medios tradicionales que toda la vida han hecho guardia en una covachuela de Presidencia del Gobierno, pero eso es otra historia. O la misma, quizá.
Acabo de leer en un periódico de Madrid esta noticia: Jaime Lorente, “El Cid”, tiene un primo presidente del PP. Hube de mirar nuevamente el titular y preguntarme si yo debería saber quién es Jaime Lorente, y si una vez cumplida semejante ignorancia debería estar preocupado, o al tanto, de que el tal Lorente tuviera un primo del PP. Y ese primo del PP, ¿le habrá dado el trabajo y vestido de imposible Cid Campeador?
Traigo aquí este desatino, uno más por otra parte, que explica cada vez con más precisión la desafección de lectores y oyentes. Pero cómo no se van a ir si nos empeñamos en contar lo que no interesa, y lo que es peor, nadie espera. Me pregunto por el compañero que titula así una noticia, pero más por los filtros que pasó hasta convertirse en un titular más o menos destacado en un periódico principal. Si es que pasó el filtro, claro.
Camino de una muerte lenta y dulce
Lo previsible nos está matando, y no lo sabemos. Lo inane nos devalúa a escribidores de una realidad inexistente que tantas veces inventamos. Nos empeñamos en trabajar para públicos pastueños con bajísima exigencia, igual le da enterarse por un medio serio y solvente que por una red social. Nos obsesionamos con debates que sólo interesan a una clase política a la que descarnadamente criticamos por aficionada y ágrafa.
No somos más que el reflejo de un suspiro cada vez con menos fuelle. Basta que Pablo Manuel Iglesias asegure que tras el discurso de Nochebuena las familias debatiremos sobre monarquía o república para que las tertulias hagan hueco a una tontería semejante. Digo que lo es después de escuchar al presidente de Metroscopia, José Juan Toharia, en Onda Cero que los españoles que consideran que la monarquía es un problema están entre el 0,1 al 0,5%. Toharia insiste: "Nadie va a discutir si queremos monarquía o república, está muy lejos de las preocupaciones de los españoles”. Y sin embargo ese nadie lo convertimos en verdadero sujeto a la hora de informar, opinar, interpretar. Sería un milagro que ante un nadie tan preciso hubiera un lector, un oyente, un telespectador.
Monarquía o república, el debate en Nochebuena
Pero es nuestra forma de trabajar y entender este periodismo hip hop que nos damos a nosotros mismos la desquicia este oficio. Y no, oigan, no, no es justo generalizar. El buen periodismo está ahí, conviviendo -bueno, sufriendo, más bien-, con el más mentecato y circunstancial. Y sin embargo cada vez somos menos capaces de demostrar lo que es una y otra cosa. Lo que va de transitar las fuentes a embarrarse en los charcos.
Conviene ahora decir que nuestro es el problema de que un extravagante político, desahuciado por las encuestas y cada vez con menos votos, esté tan presente en nuestras vidas de periodistas, que no en la de los ciudadanos, de los que decimos -decimos, sí-, que son el único sujeto que debería preocuparnos. Es problema nuestro cuando caemos una y otra vez en amplificar la desmesura de quien resulta ser un maestro a la hora de que el debate no se centre en sus problemas. Que este señor nos diga lo que vamos a hablar el día 24 por la noche me llena de perplejidad por atrevido y mendaz. Me asusta que ya lo sepa y adivine.
¿Pero quién cree este agitador que somos las familias españolas que alrededor de una mesa nos reuniremos en la noche del veinticuatro? No, no hablaremos entonces de nuestras familias, ni de nuestras esperanzas, ni de nuestras creencias religiosas, el que las tenga. No, hablaremos de monarquía o república. Cuesta aceptar tanta arrogancia en el personaje, pero cuesta aún más entender por qué le damos a un tipo así la relevancia que no tiene y el tiempo que no nos sobra.
Nostalgia de Manuel Martín Ferrán
Eran las Navidades de 2011. Manuel Martín Ferrand me invitaba a comer en Sacha. Yo hacía la primera parte de Protagonistas en la desaparecida Punto Radio, y él todos los días una colaboración magistral que llamaba En menos que canta un gallo. Sus palabras, necesarias entonces y más aún ahora que escribo mi desahogo en esta columna. El periodista gallego era un hombre conservador, pero nunca he llegado a conocer a nadie tan independiente y con una forma tan pura y valiente de entender la democracia.
Nunca leí ni escuché nada que fuera mentira, que respondiera a sus intereses particulares. Ni un insulto, pero sí rectificaciones cuando creyó que las debía. Aquellos políticos que creían estar en su cuerda recelaron siempre de su libertad e independencia. Los fustigó más aún que a sus adversarios ideológicos. Y digo adversarios, que nunca los trató de enemigos.
En Sacha, ante un plato de guisantes que nunca había probado y una botella de Louis Roederer, MMF me iba dando una lección tras otra, pero sin que yo notara que lo estaba haciendo. Era difícil discrepar de quien te trataba como igual y te ayudaba a hacer bien tu trabajo en la radio.
-Contra el poder, querido amigo, siempre contra el poder. Y cualquier cosa que no se haga desde ahí lo podrán llamar como quieran, pero no será Periodismo. Filfa, hermoso, filfa.
Lo recuerdo. Creo que es mi obligación recordármelo y recordarlo ahora que mandan en muchas de nuestras empresas fondos de inversión y grandes compañías, del Ibex y fuera de él. Vale la pena recordarlo, aunque sólo sea para afirmar que, salvo honrosas excepciones, y esta de Vozpópuli es una de ellas, no tiene sentido hablar de Periodismo en tantos y tantos casos que un día estuvieron en contra, incluso a veces de aquellos que esperaban que ese medio les diera la razón. No se puede estar frente al poder desde el poder. Y pensar que un día creímos que la independencia periodística sólo te la podía garantizar la independencia económica.
El día de Nochebuena esperaré a las nueve de la noche. Escucharé con respeto al Rey. Seguiré pensando que es lo mejor y más sano que hay en España. Y daré gracias a la vida porque alguien con la firmeza de Felipe VI, un hombre que está sufriendo como Rey, como hijo de un Rey y como español, diga palabras que nos unan y hagan pensar.
En todo caso, y a pesar de todo, Feliz Navidad. También para Pablo Iglesias.
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