En Cataluña debe oírse mal la voz de Puigdemont, bien por culpa de lo lejos que está o por un complot de la telefonía móvil, a saber. Sus llamadas a la huelga general, a la movilización, a esa marcha monstruo que anunciaba Torra y que jamás se concretó, a salir a la calle en toda Europa “Como solo nosotros sabemos hacer”, según el ex conseller Vendrell, no han merecido mayor atención que la prestada por un contable dickensiano a una gota de lluvia cuando resbala, lenta y fría, por el cristal de su ventana.
Quizás le consuele que una de sus compis yoguis del alma como Pilar Rahola esté en todos sus estados y haya llegado a enviar a la mierda a Manel Valls, bien, a la merde, que la pseudo doctora tiene lecturas. O que el vicepresidente del Parlament, Josep Costa, afirme que no es necesario un parlamento para proclamar la independencia. Son buenas noticias para la banda de los cuatro de Bélgica, pero no reflejan el deseo que anida en el corazón del cesado, que no es otro que descolgar el teléfono y preguntarle a Torra “Pero ¿arde Barcelona?”.
A Puigdemont le pasa lo mismo que a quien conminaba al gobernador militar del París ocupado en la segunda guerra mundial, general Dietrich Hugo Hermann Von Choltitz. Herr General tuvo que afrontar la ira de Hitler, según unos, o del Generaloberst Jodl, jefe de operaciones del OKW – Oberkommando der Wermacht – y responder a la pregunta “¿Arde París?”, porque el deseo de la cúpula del Tercer Reich era hacer saltar por los aires a la Ciudad Luz, habiéndose destacado un comando de zapadores expertos en voladuras para tal fin.
Choltitz, por lo que sea, no cumplió las órdenes. Quizás entendió que sería un crimen colosal contra la que se ha considerado con razón la capital cultural del mundo, o quizás ponderó que las tropas aliadas estaban a pocos quilómetros y sería más oportuno entregarla sin mayores problemas, pasando así a la historia como el general alemán que supo preservar la capital de Francia. Quién sabe.
No, de momento no arde Barcelona, Carles, ni se espera que lo haga. Gracias a Dios. De todos modos, si tanto te apetece ¿por qué no vienes tú en persona e intentas empezar e incendio?
En Barcelona no parece que nadie tenga muchas ganas de secundar al loco del flequillo ya que cada vez hay menos afluencia en los actos, en las procesiones – siniestras, lúgubres, amenazantes – con antorchas, en las plantadas de lazos amarillos, esteladas o pancartas. Aunque nunca se sabe, porque este proceso judicial va a servir para que los separatistas hiperventilados exacerben los ánimos de sus tropas. Los mitos fraguados alrededor de los hechos de hace un año podrían ser de utilidad a los que ahora no saben por dónde salir.
Pero ¿y si sucede lo contrario? A quienes aquello les pudo parecer mejor o peor, pero caen en el tópico propagandista de los separatistas por pura inercia ideológica, que se vayan sabiendo cosas igual les sirve para abrir los ojos. Sabemos, por ejemplo, que no se juzga a nadie por sus ideas, sino por la DUI. Así que, de persecución por ser independentista, nada; sabemos que los mil heridos del 1-O son mentira, puesto que solo se contabilizaron cuatro – uno de ellos, un señor mayor que sufrió un infarto -, que no hubo muertos, que muchas personas que salieron en los medios mintieron, como aquella dama de los dedos rotos y las mamas sobeteadas, que Toni Comín dio instrucciones a los centros públicos para que todo aquel que ingresara aquel día se inscribiera como víctima de la violencia policial; sabemos que una parte de los Mossos, siguiendo órdenes de la cúpula del cuerpo, ayudó a provocar situaciones de máxima tensión entre la gente y la Guardia civil y la Policía Nacional, colaborando con los que organizaban los tumultos en lugar de con sus compañeros; sabemos del colosal desvío de fondos, empezando por los más de cien mil euros – 114.000 para ser exactos, más otros 60.000 en gastos de alojamiento, etc. según fiscalía - que Romeva destinó a pagar observadores para el pseudo referéndum.
Todo eso no es nuevo, ya muchos lo venimos repitiendo hace meses, pero ahora se dirá en sede judicial, lo darán todos los informativos, será pan de cada día y eso es bueno, porque deconstruir el mito es imprescindible si queremos algún día disfrutar de una convivencia mínimamente aceptable. Que Puigdemont diga desde la comodidad que da no estar en una celda que “El estado en su conjunto, desde el Rey a Fiscalía, continúan ejerciendo una venganza contra el Govern, contra el Parlament y contra una gran parte de la población” no tendrá mayor significado si Barcelona, y Gerona, y Lérida, y Tarragona y todas las ciudades y pueblos catalanes siguen sin arder.
La Aktion Nerón, la de la tierra quemada, la de “Me da igual que se hunda todo, porque yo he perdido”, no conduce a nada bueno y parte del separatismo lo ha entendido así. Una de estas personas, que ha perdido su confianza en Puigdemont y en lo que representa, me confesaba que, si lo único que puede decir Torra, ante las peticiones de fiscalía, es que no van a votar los presupuestos a Sánchez, apaga y vámonos. “Eso no lo dice un independentista. Estos solo querían obtener ventajas para ellos, para la convergencia corrupta de siempre, utilizándonos a los que, de buena fe, pensamos, que la independencia era una ocasión para mejorar la vida de los más desfavorecidos”.
Cada vez son más quienes, desde el punto de vista constitucional o desde el del separatismo desengañado, coinciden en que todo ha sido un enorme despropósito y hay que volver a la normalidad. No, de momento no arde Barcelona, Carles, ni se espera que lo haga. Gracias a Dios. De todos modos, si tanto te apetece ¿por qué no vienes tú en persona e intentas empezar e incendio?
Miquel Giménez
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