¿Qué pensarán, allá en el cielo, las vacas con cuyas pieles se hacen las carteras de los ministros cuando vean que en sus lomos han grabado vicepresidenta de la Memoria Democrática, ministro de la Inclusión y de las Migraciones o ministra de Igualdad? Mi suegro, que en paz descanse, siempre decía que, de existir la reencarnación, elegiría la plácida vida de una vaca del valle de la Ulzama rumiando el pasto alimentado por las lluvias inapelables del lugar. ¿Pero para acabar en qué? ¿Sirviendo como cuero de las carteras ministeriales peregrinas inventadas por un psicópata que quiere pasar a la posteridad dando ejemplo al resto del mundo de que es el político más progresista del planeta?
A Teresa Ribera, que es la cuarta vicepresidenta del Gobierno, la vicepresidenta verde como la ha definido el diario El País, el guardián del régimen, no le gustan ni los toros ni la caza. Si por ella fuera, “los prohibiría”, y estoy seguro de que hará lo posible con el concurso de Podemos, que también tiene este tipo de querencias venenosas. Yo disfruto de los dos espectáculos, de los toros y de la caza. Pero las credenciales de la señora Ribera son aún más temibles. Tampoco le gustan los coches, y a ella se debe, en gran parte, la caída en picado de la venta de automóviles diésel, que considera extremadamente contaminantes -aunque la evidencia empírica demuestre lo contrario-, y que se mostró partidaria de penalizar lo más pronto posible, dando un golpe bajo de graves consecuencias crematísticas a la industria del sector.
En lo que respecta a sus otras manías persecutorias, confieso que nada me ha conmovido más en la vida que las faenas de los toreros Curro Romero, de Rafael de Paula o de Pepín Jiménez. He llorado con ellos en las Ventas bastante más que Pablo Iglesias y Echenique en el Congreso de los Diputados después de asaltar el Gobierno, pero con una diferencia. Mis pucheros tenían que ver con el placer que genera la contemplación del arte en estado puro, no con el disfrute prosaico del poder alcanzado sobre la base de la mentira y de la perfidia que dirigen todos los actos de Podemos.
He cazado de joven en compañía de mi perro Manolo, un perdiguero de Burgos. Hemos pasado juntos días entrañables cobrando codornices, y a veces llegando a casa con las manos vacías por mi falta de destreza. Los perros de caza pueden llegar a ser mucho más elocuentes y listos que las personas de carne y hueso como la señora Ribera, y Manolo era uno de ellos. Recuerdo una jornada de campo donde, tras un par de horas siguiendo el rastro, con la pieza ya vencida bajo la alfalfa, y el can haciendo la puesta, fallé hasta cinco tiros en el lance. El perro me dirigió una mirada aviesa. Me dijo, y no hacían falta palabras porque bastaba con su mirada, “eres un perfecto imbécil, has tirado por la borda todo mi trabajo”. Tenía razón. No lo volví a ver hasta la mañana siguiente, cuando se presentó en casa en busca de comida.
Mikel Buesa ha advertido que la pretensión del Gobierno de combatir la desinformación, como dice que va a hacer, aboca claramente a la censura previa, o la autocensura, que todavía es peor
Es difícil que estas pequeñeces sean entendidas por la señora Ribera, contra la que tengo un asunto pendiente adicional, no importa que sea la predilecta de los medios progres dominantes. Este es que ha declarado que su escritora favorita es Almudena Grandes, que como todo el mundo normal sabe no sólo es una escritora mediocre sino la columnista más sectaria del planeta. El periódico El Mundo ha opinado con acierto que resulta muy inquietante la vocación de ingeniería social que desprenden los insólitos rótulos de las competencias de los nuevos ministros -empezado por la vicepresidenta Calvo de Memoria Democrática-, y que estamos ante el evidente riesgo de un Ejecutivo que, pese a su exigua mayoría en las Cortes, está determinado a cambiar las costumbres, modos de vida, hábitos de consumo -porque también hay un Ministerio de Consumo a cargo del comunista Garzón, apasionado del castrismo, esa ideología especialista en el desabastecimiento y la miseria- y hasta de la moralidad de los ciudadanos para adaptarlos a la cosmovisión progresista, abocando a la nación a una división social mayor de la que ya padece. El catedrático Mikel Buesa, una de las mentes privilegiadas del país, ha declarado, por ejemplo, hablando de otro de los flancos abiertos por Sánchez, que la pretensión del Gobierno de combatir la desinformación, como dice que va a hacer, aboca claramente a la censura previa, o la autocensura, que todavía es peor.
Inquina con la derecha
Hay otros ministros de postín en el Ejecutivo y uno de ellos es José Luis Escrivá, responsable hasta la fecha de la Autoridad Fiscal Independiente, nombrado en su momento por el ministro de Hacienda del PP Cristóbal Montoro, pero siempre más crítico con la mano que le dio de comer que con la que ahora le proporciona gamella adicional desde La Moncloa. He tenido la oportunidad de estar varias veces con él y siempre me desagradó su inquina, apenas disimulada, contra la derecha, así como su exceso de comprensión con la izquierda, por ejemplo, cuando decidió aprobar una subida brutal del salario mínimo, o cuando se embarcó en la revalorización de las pensiones, con la que ha sido, a mi juicio, más tímidamente crítico de lo que merecía el envite planteado por el presidente del Gobierno en funciones que lo ha fichado. Ahora tendrá que lidiar con la sostenibilidad del sistema de jubilación y me parece que nadie como él puede hacerlo mejor, dentro del equipo deforme e infame de Sánchez e Iglesias, porque el señor Escrivá es un economista sólido que sabe sumar, y esto es mucho, teniendo en cuenta a sus compañeros de mesa.
Pero también habrá que estar prevenido contra él porque es un partidario furibundo de la inmigración, que considera la única solución posible a la sostenibilidad de las pensiones y del estado de bienestar. Es favorable a que en España entre todo Dios, con o sin papeles, y esto constituye una amenaza seria, porque por mucho que se torturen las cifras para tratar de demostrar lo contrario, lo cierto es que los inmigrantes consumen muchos más bienes públicos y servicios que los nativos y crean enormes problemas de convivencia social si no encuentran acomodo laboral o se les permite campar a sus anchas al margen de la ley; y sobre todo si provienen de culturas completamente ajenas e incompatibles con la nuestra.
Para consolidar nuestro sistema de protección social es urgente revertir el problema demográfico, que es debido a que, por fortuna, las mujeres se han incorporado masivamente al mercado laboral, y a que la maternidad ha devenido en un problema que entorpece su carrera profesional. La única manera de arreglar el conflicto sería habilitar un potente y generoso sistema de estímulos fiscales que les compensara monetariamente a fin de conciliar el trabajo con tener hijos. Y todavía sería difícil, porque la cultura dominante en el nuevo gabinete poblado de comunistas y de progres de toda laya es que la maternidad es una suerte de castigo bíblico.
Hay otras especies florales nocivas en el Ejecutivo. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, es otra comunista fiel a Pablo Iglesias, y que se sepa hasta la fecha los comunistas son especialistas en generar pobreza a gran escala; el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, es un exterminador de Montesquieu que llega dispuesto a acabar con la independencia de la Justicia y de la separación de poderes, y determinado a agradar lanarmente al separatismo catalán; el ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribe, es un pobre lacayo siempre al servicio de la sectaria causa socialista, y luego nos queda la sorpresa nefasta de Manuel Castells como ministro de Universidades.
María Jesús Montero, portavoz del Gobierno, es como la Celia Villalobos del PSOE, una andaluza con un desparpajo y una frivolidad insufribles
El señor Castells ha sido propuesto ni más ni menos que por Ada Colau, la alcaldesa más deplorable que ha tenido Barcelona en su larga historia, y viene precedido de una presunta reputación académica que es literalmente falsa, pues jamás en su larga vida ha sido capaz de hacer aportación científica original alguna. A cambio sabemos de él que es un catalanista rabioso nacido en Albacete y que, a juzgar por los detritus que evacúa cada semana en La Vanguardia, es antiliberal, anticapitalista y subversivo, como demuestran sus escritos en favor del vandalismo de la izquierda chilena, que tiene en jaque desde hace meses al país más próspero y educado de América Latina, incendiando las calles y perturbando hasta extremos intolerables la vida civil.
La portavoz de este engendro, de este monstruo de varias cabezas que es el nuevo Gobierno de Sánchez, será ni más ni menos que la también ministra de Hacienda María Jesús Montero, que es, como dirían en mi pueblo, una chafardera, o sea como la Celia Villalobos del Psoe, una andaluza con un desparpajo y una frivolidad insufribles pero con un demérito notable, si lo comparamos con el señor Escrivá, o incluso con la sobrevalorada Nadia Calviño, en Economía: que Montero no sabe que dos y dos suman cuatro. La perla final de este gabinete tipo 15M, de este gobierno en la forma y en el fondo perroflauta, es la Fiscal General del Estado, la ex ministra de Justicia Dolores Delgado, que mantuvo numerosas conversaciones procaces con el comisario Villarejo, actualmente preso, y que está absolutamente preparada y dispuesta a que Sánchez pueda ejercer su poder al margen del Estado de Derecho. Que Dios nos pille confesados.
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