Opinión

Las personas tienen derechos, las lenguas no

Todas las lenguas están abocadas a la desaparición. Decenas de miles han muerto sin que nadie sepa de ellas. También hay millones de personas anónimas sepultadas, y de elefantes, y de hormigas, y de trilobites... ¡Es tan natural! Y aunque hemos sido ca

Todas las lenguas están abocadas a la desaparición. Decenas de miles han muerto sin que nadie sepa de ellas. También hay millones de personas anónimas sepultadas, y de elefantes, y de hormigas, y de trilobites... ¡Es tan natural! Y aunque hemos sido capaces de dar nombre a muchas especies de dinosaurios, pues algunos dejaron huesos y huellas, será difícil repetir la proeza con las lenguas, porque si no se escriben, no dejan rastro.

Las lenguas empiezan por enfermar cuando sus usuarios añaden otra para completar la comunicación y poco a poco abandonan la de sus antepasados. Eso sucede también con los instrumentos de la vida del hombre: el coche de caballos, la guadaña, el arado, el hornillo de gas, la máquina de escribir... A nadie se le ocurre estudiar gascón para comunicarse mejor, ni meterse en el fondo de un pozo para respirar con más ligereza, ni labrar con bueyes si tiene tractor. Como instrumentos que son, elegimos el más útil y desechamos el ineficaz.

Aunque no siempre se entiende, las lenguas no tienen vida propia, pues son específicas de las personas que las hablan y de los grupos sociales que las sustentan. No por muy sabido es menos asombroso comprobar que todos tenemos una, que es, dicho sea de paso, precisamente la que necesitamos. Y si hace falta otra, como les sucede a quienes hablan vasco (con el español o el francés) se aprende también.

Lenguas que ya no existen

Entre el siglo II y el III desaparecieron tres lenguas que habían tenido gran influencia, algo así como si hoy tuviéramos que lamentar la muerte del francés, el italiano y el ruso. Fueron el etrusco, que había prestado a los latinos buena parte de los signos de su alfabeto; el galo, que fue desplazado por la fuerza arrolladora del latín, o de Julio César; y el íbero que corrió la misma suerte en la península Ibérica. Y no pasó nada. Las nuevas generaciones hablaron latín y fueron felices por disponer de una lengua tan rica en cultura.

En el siglo IV dejó de hablarse fenicio, lengua del comercio mediterráneo, el inglés de entonces, que había inspirado al alfabeto griego, el más sencillo y útil del mundo, que también inspiró al latín. Y no fue una catástrofe.

Entre el siglo II y el III desaparecieron tres lenguas que habían tenido gran influencia, algo así como si hoy tuviéramos que lamentar la muerte del francés, el italiano y el ruso

En el siglo XVI desaparecieron el mozárabe, que fue el dialecto latino hablado en los territorios conquistados por los árabes en la península ibérica; y el guanche, lengua bereber hablada en las islas Canarias.

En el siglo XVIII perdió vida el gótico, lengua de la familia germánica propia de los godos y tan asociado al mundo medieval. En el siglo XIX desapareció, con la muerte en 1898 de su último hablante en la isla de Veglia, en la vecindad de las costas de la Croacia actual, una lengua latina, el dálmata.

En el siglo XIX debían existir unas mil lenguas indígenas en Brasil, en la actualidad sobreviven alrededor de un centenar, que también van desapareciendo. Lingüistas como Claude Hagège calculan que deben morir unas veinticinco lenguas al año.

Y detengámonos en la reciente desaparición de una lengua de la familia indoeuropea, prima nuestra, el manés. Sus achaques y dolencias venían siendo anunciados desde mediados del siglo XIX. Por entonces, carente de los cuidados que habían de prodigarle sus propios hablantes, y mucho más atraídos por una bella extranjera teñida de arrogancia, el inglés, dejó de ser enseñada en las escuelas. A principios del siglo XX contaba con unos cuatro mil hablantes, los que ahora tiene el aranés, ninguno de ellos monolingüe. A mediados de siglo no quedaban más que un par de docenas. En 1974 murió su último locutor, y con él la posibilidad de que alguien, en la descendencia, pudiera transmitir la lengua desde el lugar donde se mantienen vivas, el seno familiar. Descanse en paz o, por decirlo en la gran lengua europea de todos los tiempos, sit tibi terra levis.

Lenguas que dejaron huella

Ningún hablante se queda mudo en la desaparición de una lengua, pues ya disponía de otra que le prestaba mejor servicio. Lenguas que unificaron a los hablantes y eclipsaron a otras fueron el sumerio, que hoy recordamos por su amplia colección de tablillas; el egipcio, grabado en piedra y diseminado en tres mil años de historia, y el griego, cuna de la civilización occidental, y el latín. Sobreviven tres lenguas longevas, el chino, tal vez la lengua actual más antigua, el griego y el hebreo. Las tres conservan, a pesar de los cambios, el mismo nombre que tuvieron hace treinta siglos.

La muerte evidencia la levedad de la vida, la fragilidad de las lenguas, sus venturas y malandanzas. Claro que hay motivos para preocuparse por la extinción de las lenguas, pero muchos menos de los que justifican la atención a sus hablantes. Las personas tienen derechos que pueden ser vulnerados, las lenguas no. Por eso, porque se piensa más en las lenguas que en las personas, en España no se entiende, o al menos no lo entienden todos, que sea gravísimo suprimir el derecho elemental a elegir la lengua materna como lengua de aprendizaje.

Hacia las personas, sí, y no hacia las lenguas, debe dirigirse toda protección.

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