Opinión

Pese a todo, lo más grave no es la amnistía

Sí, la aprobación de la amnistía marca un antes y un después en la corrupción política española. Sí, no es más que

Sí, la aprobación de la amnistía marca un antes y un después en la corrupción política española. Sí, no es más que impunidad penal como pago para seguir gobernando un poco más; que la constatación de que en cualquier época y lugar las élites tienen más facilidades que el populacho para no responder ante las leyes. Y sí, diluye la maltrecha separación de poderes, ya desvirtuada por el propio funcionamiento partidista de un sistema en el cual los grupos parlamentarios suelen actuar como meros ejecutores de las decisiones del líder del partido, más aún si este es presidente del Gobierno y puede repartir prebendas a los obedientes.

Pese a todo, lo más grave no es la amnistía; no es la impunidad sobre un proceso secesionista fallido, que podría tener alguna justificación si con ello se pusiera fin al problema. Tampoco la legitimación o el oxígeno mediático que se concede a un separatismo frustrado por el imperio de la ley. Con diferencia, lo peor es una mayor desprotección del Estado ante hechos futuros, en cuya lista de peligros la amnistía no ocupa las primeras posiciones. Me refiero, por supuesto, a la eliminación del delito de sedición y a la rebaja de las penas de la malversación, algo ya lejano en este ritmo acelerado de la actualidad

La propaganda del PSOE y Sumar sobre el reencuentro y la reconciliación no es más que una patraña, un cuento destinado a calmar las conciencias de sus votantes ante la descarada corrupción

Dejando al margen a sus brazos armados, desde el siglo pasado se ha visto que el separatismo en España tiene dos velocidades: la rápida y la lenta. Opta por la vía rápida cuando cree disponer de una buena oportunidad, ya sea por la debilidad del Estado o por una posición propia de fuerza difícilmente mejorable en el futuro. Mientras prepara esta —o una vez que ha fallado—, procura con la vía lenta aumentar sus recursos económicos, humanos, jurídicos e institucionales para volver a intentarlo a medio o largo plazo. Aunque los partidos separatistas apuesten ahora —desde que la fuerza del Estado cayó sobre algunos de sus líderes— por la vía lenta y por una negociación con el PSOE para conseguir más competencias y privilegios, sus objetivos siguen siendo los mismos. Continuarán en su empeño mientras existan, pues es su razón de ser y el mejor método que encuentran sus dirigentes para hacer frente a las facturas —el Estado oprime a supuestas naciones milenarias, pero paga bien—. 
La propaganda del PSOE y Sumar sobre el reencuentro y la reconciliación no es más que una patraña, un cuento destinado a calmar las conciencias de sus votantes ante la descarada corrupción y la traición al conjunto de los españoles. Sí, traición; así debe llamarse a derogar un delito con el que se persiguió a quienes trataron de trocear España, al menos a aquellos que no escaparon ni lograron residir plácidamente en otros países europeos sin ser entregados a las autoridades españolas. Cuando tarde o temprano cumplan sus reiteradas amenazas y vuelvan a intentar la secesión de una parte del territorio, el poder judicial contará con menos recursos legales para condenarlos. Lo peor no es la amnistía, sino un Estado más débil frente al separatismo.

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