Opinión

La petarda tía Amnis

Todos tenemos a alguien, esa tía de la que no hacemos más que oír hablar a todas horas en tertulias, sobremesas o conversaciones ácidas. Su nombre suena nuevamente esta semana, como un rumor de fondo constante y cansino. El clásico miembro de cualquier

Todos tenemos a alguien, esa tía de la que no hacemos más que oír hablar a todas horas en tertulias, sobremesas o conversaciones ácidas. Su nombre suena nuevamente esta semana, como un rumor de fondo constante y cansino. El clásico miembro de cualquier estirpe que acapara, que está en todos lados sin estar en ninguno, que siempre permanece en boca, aunque sea más por la rabia de los que la mencionan, que por merecimiento; alguien que no deja nunca de poner pegas a pesar de tenerlo todo. Es la tía Amnis -ya sabéis a quién me refiero- caprichosa como una serpiente insaciable que exige una rata por menú y que al mismo tiempo se queja porque no le resulta suficiente. De esas personas que dice sí y luego, de pronto, se enroca en el no; capaz incluso de ponerse en contra, en cuestión de segundos, de aquello que ella misma ha defendido hasta el extremo y de provocar que se tambalee el clan con sus decisiones repentinas y sus pataletas infantiles.

Es la clásica tía con papel de malvada en el cuento y a la que recordamos siempre con una sonrisa maliciosa en el rostro. Ésa. Una persona con el poder de hacernos perder el tiempo y de alejarnos de los problemas cruciales. Y lo peor y más sangrante es que, pese a todo, sin ella la familia se rompe, se quiebra, no existe porque se empeñó el patriarca en cederle plena autoridad aun cuando fueron muchas las voces -internas y externas- que le pidieron que no se vendiera por un puñado de cariños, por siete caricias que le iban a salir demasiado caras. Estaba él confiado en que la tía Amnis no se rebelaría tan pronto y en que nos mantendría, en que nos alimentaría durante cuatro años a coste cero, aunque ya ha quedado más que claro que no será así.

Y resulta que ahora el líder del clan anda indignado, ofuscado, echando balones fuera, culpando a la justicia de la rabieta de esta tía. Como si su enfado y su berrinche en el Congreso le hubieran cogido por sorpresa, como si no hubiera sabido con quién trataba cuando, en realidad, es su carácter, su ambición de sobra conocida a estas alturas. Teatrera, fantasiosa, exigente, aprieta las tuercas todo lo que puede, le gusta el protagonismo y dramatizar hasta el extremo. Como si fuera la única víctima y el país anduviera en su contra. Así que, no debería nadie llevarse ahora las manos a la cabeza ante su actitud socarrona, chulesca y ambiciosa.

Porque si existe realmente una certeza ahora mismo en este país es que a nadie le inquieta lo que le pase a la petarda tía Amnis

Creo que ha llegado el momento de mirarla menos a ella y más a todo lo que nos rodea. A lo importante. A lo que ocurre en el colegio, en el bar, en el parque o en el trabajo. Lo que se cuece en la balda de un súper, en el rellano de cualquier comunidad, tras la puerta de cualquier casa. Lo que hay o lo que falta en nuestra cartera, lo que hay o falta en la sanidad. Porque si existe realmente una certeza ahora mismo en este país es que a nadie le inquieta lo que le pase a la petarda tía Amnis. Es así. Lo dice el último barómetro del CIS, que los españoles no están preocupados por ella, por su ley; que sólo el 0,6% la ve como el principal problema. Porque esta norma que va regresar a la comisión de justicia para ser revisada, no le va a cambiar la vida a nadie salvo a esos pocos que siguen empeñados en chuparle la sangre hasta dejarle sin líquido en las venas.

Es de noche. Miro a través de la ventana del salón y la calle permanece sumergida en la negrura, quieta y en silencio. Sólo en las luces encendidas tras algunos cristales se intuyen pasos y palabras entre las que -pese a su constante afán acaparador- dudo que a esta hora se cuele la tía Amnis. Ojalá se revise pronto su forma y su fondo, su silueta, y la borremos cuanto antes del álbum familiar. Ojalá se esfume pronto de las noticias y de los informativos, de este texto que escribo al cumplir, este 4 de febrero, dos años asomándome a este balcón digital desde el que observo el mundo con la curiosidad y los ojos de una niña, buscando personajes, historias que siempre aparecen cuando necesitan ser contadas, cuando siento que deben ser contadas.

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