Opinión

Pijoaparte es un botifler

Cincuenta y cuatro años después, Últimas tardes con Teresa (1966), sigue vigente. Existe la joven revolucionaria, que hoy iría a Lledoners a visitar a Junqueras, y existe el charnego, reconvertido en traidor 

Es un ladrón de motos que fascina a Teresa Serrat, una joven de la burguesía catalana que lo cree obrero revolucionario. Pero no, Manolo Reyes, el Pijoaparte, no es lo que ella cree. Todo en ellos es antagónico: del acomodado San Gervasio donde vive ella al Monte Carmelo, suburbio barcelonés al que pertenece este asilvestrado charnego murciano al que Teresa pretende enrolar en su propia ensoñación de la lucha de clases. Lo que él en verdad quiere es medrar, vivir en una mansión como esa en la que Teresa deshoja la margarita de sus pajaritos preñados.

Juan Marsé, muerto hace ya casi quince días a sus 87 años y justo una semana antes del ex secretario general del Partido Comunista de España Paco Frutos, barruntó Últimas tardes con Teresa, en París. Allí convivió con las muchas Teresas Serrat con las que compuso a la suya: chicas de la alta sociedad que se apuntaban a la Gauche, como lo hicieron muchos de aquella generación prodigiosa de la Barcelona de los sesenta. Desde Carlos Barral hasta Félix de Azúa.

Pienso mucho en el Pijoaparte en estos días, ayer en especial, al escuchar a Gabriel Rufián. Tiene el de Esquerra un tono faltón, pero su insolencia en ocasiones enternece. Su recitación matonil es una simulación, la misma que despliega el Pijoaparte ante el paternalismo de la ingenua Teresa. Él le sigue la corriente y se sube al Floride descapotable representando el papel que ella espera de él.

El Pijoaparte lo quiere es medrar, vivir en una mansión como ésa en la que Teresa deshoja la margarita de sus propios pajaritos preñados

Encuentro algo cíclico e irresuelto en el Pijoaparte y Rufián me lo recuerda. Criado en Santa Coloma, el independentista es hijo y nieto de trabajadores de La Bobadilla, una pedanía del municipio de Alcaudete (Jaén) y Turón (Granada). En él se mezclan las formas del Pijoaparte y las obcecaciones de Teresa. Como si todo este asunto fuese una rueda dentada que lleva mucho tiempo girando. No me queda claro aún si catalanismo desembocado en soberanismo es el piñón o la corona.

Hay quienes aseguran que ‘Pijoaparte’ fue un trasunto del propio Marsé. Su madre murió a los pocos días del parto y su padre, taxista con otro hijo a cargo, lo dio en adopción a una familia humilde de Guinardó. Marsé creció en la posguerra, con un padre adoptivo de convicciones catalanistas. A los trece años dejó de estudiar y entró a trabajar en un taller de joyería. En París se afilió al Partido Comunista, no por convicción. O al menos eso dijo él: se apuntó por una chica francesa.

Cascarrabias en sus últimos años, Marsé retrató la posguerra en todas y cada una de sus novelas, contó y describió el germen de la Cataluña actual, asediada por las zarpas del patriotismo soberanista. Lo dijo y lo escribió, varias veces: “Separarnos de España no nos va a traer ningún bien, al contrario, y así lo he declarado en muchas ocasiones, burlándome de políticos incompetentes o corruptos que enarbolan la senyera con mano patriótica mientras con la otra mano nos vacían la cartera”.

Gabriel Rufián recuerda al Pijoaparte: simula, como el charnego de Marsé

Si Marsé  retrataba en Teresa Serrat el cónclave pijo que coqueteaba con la idea de la revolución, una puesta al día de la rubia burguesa arrojaría algo parecido a la ecuación independentista, un ala profundamente reaccionaria en su pulsión rebelde e insurrecta. Eso sí, sin abandonar el chalé de San Gervasio. Por eso Rufián recuerda tanto al Pijoaparte: simula como el charnego de Marsé, ese hombre que levantó una obra entera para comprender la sociedad en la que vivía y que en los últimos tiempos no hizo más que arrancarle disgustos.

Cincuenta y cuatro años después, Últimas tardes con Teresa goza de una vigencia extraña, existe a su manera la joven revolucionaria, que hoy iría a Lledoners a visitar a Junqueras, y existe  el Pijoaparte, reconvertido en botifler, en el felipista de una guerra extinta, alguien que sólo vela por sí mismo y querría, por qué no, soñar con un jardín en Pedralbes. Entre el equívoco de Teresa y la simulación de él, la indepedencia acaba siendo ese asunto que se dirime entre sentiments i centimets.

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