Era verano, como ahora. Y era un tiempo en el que aún no sabíamos que un poco más tarde todo estaría interrelacionado, y que nuestras vidas e intereses sería globales. Se hablaba incluso de las serpientes de verano como si semejante estafa periodística fuera un género más. No había serpientes, había incapacidad para contar noticias de la misma manera que tampoco había, ni hay, duendes en la radio y sí ineficacia e incapacidad de alguien que no hace bien su trabajo. Era el verano de 1999, estaba en la COPE, y recuerdo que aquello que llamábamos el “Efecto 2000” resultó ser un buen argumento cuando no teníamos argumento. Una mañana de agosto, el añorado periodista José Joaquín Iriarte mostraba su preocupación porque con lo que teníamos encima de la mesa no había forma de llenar dos horas de radio.
-Niño hincha el perro todo lo que puedas. Y yo lo hinchaba, bien fuera una fuga de gas, bien una victoria del Real Madrid, bien un caso de corrupción, que nunca faltaban desde hacía algún tiempo.
Hace dos años, y sé de lo que hablo, los medios hincharon el perro con la huelga salvaje, política y caprichosa de los trabajadores de seguridad en el aeropuerto de El Prat, ahora titulado Josep Tarradellas. Así estuvimos medio mes, hinchando el perro hablando de un conflicto que sacaba a relucir que algunos de esos trabajadores de la seguridad en los filtros ganaban más que los periodistas que afanosamente redactaban sus reivindicaciones. Cosas de la vida y de mi oficio. Pero esto duró lo que duró. El 17 de agosto de 2017 se produjo el atentado yihadista en Las Ramblas de Barcelona. Fue un atropello masivo con una furgoneta, que después de recorrer medio kilómetro acabó con la vida de 15 personas. El suceso tenía entidad suficiente como para poner en éste el foco de la actualidad, pero inexplicablemente los medios dejaron orilladas las sofocantes colas del aeropuerto provocadas por la injusta huelga de un colectivo que tenía en vigor un convenio que no respetaba. El perro lo hincharon la primera quincena de agosto, y después, ya famélico, fuere y no hubo nada.
Y el perro se ha vuelto a hinchar ahora con uno de los españoles más grandes que ha dado la cultura española en el último medio siglo, Plácido Domingo. Han bastado las denuncias anónimas por acosos sexual de unas cuantas señoras, hoy respetables abuelas, ma non tropp, que treinta años después han recordado que el tenor les puso su mano sobre la suya o las invitó a cenar. Sólo una de las denunciantes lo ha hecho con su nombre y apellidos, y a esta la he visto felizmente fotografiada, en compañía de su hija- una niña entonces-, al lado de Plácido Domingo. Ella, hace tres décadas soprano y hoy trabajadora en una empresa inmobiliaria en Winchester, Virginia, se llama Patricia Wulf y se ha dado prisa en quitar sus elogios hacia Plácido Domingo en sus perfiles en las redes sociales.
No con Plácido Domingo. Basta ya de jugar con aquellas cosas que no tienen repuesto, empezando por el desdén y la falta de profesionalidad de los medios que entraron a saco contra uno de los nuestros
Algo no encaja, y, sin embargo, el perro ha sido hinchado con prontitud y solemnidad, sin reparar en que estaba y está el juego la reputación de un hombre que, quien lo conoce sea hombre o mujer, destaca su educación y caballerosidad, un paño que se vende caro en estos tiempos. Las denuncias no han conseguido su objetivo y numerosos artistas, cantantes y directores han salido en defensa de nuestro tenor, a la cabeza Ainhoa Arteta y hasta el mismísimo Teatro Real o el prestigioso Festival de Salzburgo.
No con Plácido Domingo. Basta ya de jugar con aquellas cosas que no tienen repuesto, empezando desde luego por el desdén y la falta de profesionalidad de los medios que entraron a saco contra uno de los nuestros. Y digo bien porque lo es, porque hay pocos que tengamos el mismo DNI que el tenor y hayamos hecho una pequeña parte del bien que ha hecho por España. Los medios, los periodistas, nos debemos un instante, una reflexión. Que una noticia anónima haya tenido el eco que ha tenido sólo habla de la delicada, delicadísima, situación en que se encuentra el Periodismo, aquí y en todo el mundo.
Es todo tan disparatado que hasta El País ha rectificado y ha cerrado el muro para las denuncias que ha mantenido abierto durante un tiempo. Lo de Prisa no era más que un soporte para la delación inquisitorial y por eso pude leer el domingo que el periódico considera un error haber abierto un buzón con fines periodísticos para denuncias sobre acoso sexual. No sé si reír o llorar con eso de los fines periodísticos. Calvino, que parece que vuelve envuelto en la bandera de la libertad.
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