No es fácil trasladar a la política la impunidad con la que se ha movido cierta casta catedrática que se cree intocable. Esa misma que es difícil de encasillar entre el pecado propio de la soberbia y el vicio ajeno del vasallaje. Aún está por dilucidar si Manuel Cruz, cuarta autoridad del Estado y catedrático de Filosofía, es un plagiador o un despistado. Lo que ha quedado claro es que las formas para excusar su vida privada usando recursos públicos no son propias del decoro del presidente del Senado, y menos en tiempos de inestabilidad y de desafección hacia las instituciones y el mismo orden constitucional.
Ese mismo decoro es el que le falta a Pedro Sánchez, el líder del partido que sentó a Manuel Cruz en la presidencia senatorial. Debe ser la marca de la casa: usar las instituciones para beneficio particular a costa de los principios que prometió defender y que constituyen eso que llamamos democracia liberal.
Esto ha quedado claro en la sesión parlamentaria de control al Gobierno, donde Sánchez se ha limitado a echar en cara a los partidos de la oposición que no reconozca su carácter de intocable. Ha pedido respeto a los resultados del 28-A como si una victoria pírrica, con 123 de 350, diera una legitimidad más allá de encontrar una mayoría parlamentaria.
El presidente en funciones nos lleva a la cuarta convocatoria electoral del reinado de Felipe VI para forzar la mano de sus posibles aliados, ya sea Unidas Podemos o Ciudadanos. Es un proyecto personal usando las instituciones públicas, un ejercicio obsceno de propaganda electoral a costa de la estabilidad justo cuando estamos al borde de una desaceleración similar a la de 2007.
El 'gran líder' socialista
Nada augura que haya un cambio en la relación de fuerzas parlamentarias si se celebran nuevas elecciones el 10 de noviembre. El PSOE aumentará su número de escaños, quizá una veintena, mientras que la formación de Pablo Iglesias bajará un poco. Al otro lado, el panorama será muy parecido al actual, con recuperación del PP, también unos veinte escaños, con caída de Ciudadanos y Vox.
El plagio electoral solo servirá para aumentar la imagen efímera de Sánchez como el "gran líder" socialista que llevó a su partido a dos victorias consecutivas en tiempos de multipartidismo. Esto alimenta su ego y su ambición, así como cimenta su dominio del PSOE durante mucho tiempo.
Sánchez aspira a convertirse en el punto de referencia histórico de su partido más que Felipe González o Zapatero, e inaugurar un "tiempo nuevo" en España. Este egocentrismo del jefe socialista le hace regañar a los demás por no ver su grandeza, la inconmensurable maravilla de su presencia, y la naturaleza deseable de su "proyecto común progresista".
Si no se forma una plataforma de la oposición de centro-derecha al menos para el Senado, las elecciones darán el mismo resultado
En consecuencia, caben tres opciones en la situación actual. La primera sería un gobierno socialpopulista con apoyo nacionalista, lo que parece muy alejado por el momento. La segunda, que se antoja imposible, sería el apoyo gratuito de PP, Cs y Unidas Podemos, algo nada recomendable porque dejaría un Gobierno débil pero soberbio a los piés de los intereses partidistas de cada grupo parlamentario.
Y la tercera es el plagio electoral: la disolución de las Cámaras y la convocatoria electoral para el 10 de noviembre que, si no se forma una plataforma de la oposición de centro-derecha al menos para el Senado, dará el mismo resultado.
A estas alturas, y dado el bloqueo sempiterno que nos aburre, solo cabe recordar que un sistema parlamentario depende de la capacidad de las élites para el consenso. Las habilidades para el disenso, el caudillismo, el capricho, el uso privado de las instituciones por encima de lo recomendable, o el agotamiento de la ciudadanía por las diatribas partidistas, son factores que distraen, pero acaban haciendo saltar todo por los aires. En Italia se acaban de dar cuenta y han dejado a Salvini fuera de la ecuación. Aquí, nada, abonados al plagio.
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